Perú, que en ocho partidos no había podido ganar en las Eliminatorias, derrotó a Uruguay en Lima por 1-0, con gol de Miguel Araújo. El equipo celeste, que el martes recibirá a Ecuador en el estadio Centenario en el inicio de la segunda ronda de la clasificatoria mundialista, sigue en posición de clasificación —está tercero en la tabla— con 15 puntos, detrás de Argentina que tiene 19 y de Colombia que tiene 16.

Fue un pobre partido de los celestes, que suman tres encuentros seguidos sin poder anotar y que no pudieron combinar adecuadamente su juego ante un rival que no mostró muchas fortalezas.

La circunstancia deportiva es el eje central que determina aprobaciones, desaprobaciones, compromiso y aceptación o desencuentro y preocupación. Pero la circunstancia deportiva está sostenida por la condición humana, y en los deportes colectivos como el fútbol, se trata de la ingeniería del relacionamiento positivo de un montón de individuos con una serie de valencias específicas que los vuelven los mejores del momento, de acuerdo a la condición de elegibilidad para representar con su pretendida idoneidad a toda una nación que siente el fútbol como uno de los bastiones del entramado del imaginario popular.

Si desarrolláramos un ejercicio contrafáctico que se sostuviera en la ausencia de las declaraciones de Luis Suárez acerca de la forma de comandar al grupo humano de la selección por parte de Marcelo Bielsa, casi seguramente hubiéramos asistido al mismo partido, a los mismos desarrollos deportivos, ejecutados por la misma oncena que apareció sobre el césped del Estadio Nacional de Lima —Rochet; Guillermo Varela, Ugarte, Bueno; Nández, Valverde, Nicolás Fonseca, Maxi Araújo; De Arrascaeta; Kike Olivera y Darwin— y la misma propuesta táctica que ideó Bielsa para afrontar el encuentro con un inédito 1-3-4-1-2.

Es que por más que desde fuera los especialistas apuntaban a la gravedad del caso y del campo minado que tenían Bielsa y el grupo, la realidad dice que los valores y el aporte de la oncena que vistió de celeste, y los aportes y las ideas que planteó para ejecutar el técnico, que no estaba en cuestión, no cambiaron por cuatro o cinco días de testimonios y valoraciones. Hubiésemos jugado así, igual.

Dame más tiempo

El primer tiempo fue descartable y no quedará en el recuerdo. Uruguay empezó mandando con su característica propuesta de mirar hacia el arco contrario. Y fue así que antes de los dos minutos de juego, un vertiginoso cambio de ritmo de Maximiliano Araújo, de izquierda a derecha, llegando hasta el área generó la primera situación de flexión de rodillas con impulso vertical desde el sillón o la silla de los y las tres millones. Lindo arranque para disparar un entusiasmo, que venía pinchado y sin garantía.

El equipo de Bielsa demoró en conectarse afinadamente y ejercer una continua posesión de la pelota.

El entusiasmo se empezó a hibridar con el escepticismo. La frustración empezó a irrumpir levemente en el colectivo, y sobre el final de la primera mitad los peruanos se entusiasmaron y llegaron a poblar el área de Rochet, que tuvo que volar para tapar un tiro franco al arco.

Olvidable

Tampoco perdurará en el recuerdo lo acontecido en el segundo tiempo, pero como cronológicamente siempre tiene más peso en el fijador de la memoria, tal vez recordemos unas horas o uno días más algunas situaciones o circunstancias que se dieron en el complemento, como el ingreso de Facundo Pellistri en el lugar de Cristian Olivera, o los repetidos aciertos de Manuel Ugarte incluso jugando de último hombre.

Fue mucho más creativo y efectivo el accionar de Federico Valverde, con su casi invisible dominio del juego desde la mitad de la cancha, con la prestancia ejecutiva y real que trae cargada en su mochila del fútbol madridista, que los intentos creativos de Giorgian de Arrascaeta, que no pudo sacar a relucir.

Pero al final, lo que nos queda es el cabezazo solo y solito del peruano Araújo, el intento de Rochet, palo y gol. A morder el polvo de la derrota.