En el sopor de la tarde, cuando en el Olímpico, como tantas veces, se paseaba la opresión del descenso, Liverpool derrotó 1-0 a Rampla Juniors con gol a los 15’ del segundo tiempo de penal de Diego García y dejó a los picapiedras muy complicados con la pérdida de categoría.

El lunes después de las elecciones nacionales, el personaje de ficción Lubo Adusto Freire contestaba un tuit de Ignacio Álvarez que se titulaba “Porque la coalición merece ganar”, aplicando una máxima tuneada que dice que “En la política, como en el fútbol, no hay merecimientos”. Y no, claro que no los hay, porque si los hubiera, Rampla mínimamente le hubiera empatado el partido a Liverpool y esperaría con otro talante las horas que vienen. Ahora el elenco del Cerro deberá esperar por otros resultados y, obviamente, tratar de ganar en la última fecha ante Wanderers.

Para Liverpool fue su tercera victoria del Clausura y apenas la octava del año después de que logró el hito de ser por primera vez campeón uruguayo. El equipo, ahora de Joaquín Papa, carga con apenas 36 puntos, que podrán ser 37 o 39 para empezar el 2025.

Todo fue muy entreverado, trancado, trabado y además parado por el ingreso de un can —evidentemente del lugar— que entraba al campo corriendo de lado a lado y también con ganas de jugar a la pelota.

En la primera parte, donde la tensión de los futbolistas de Rampla impedía buenas combinaciones que fueran en concordancia con las expectativas de “hoy hay que ganar”, Liverpool no lograba sacarse de encima esa frustración casi de toda la temporada de jugar y doblegar a sus rivales.

En el segundo tiempo, cuando llegamos al cuarto de hora, un penal permitió al negriazul ponerse en ventaja y hundir aún más en la desesperación a Rampla. García lo ejecutó de manera excelente, venciendo irremediablemente al arquero tacuaremboense Samurio, que se tiró al otro lado.

No había atacado Liverpool cuando llegó la jugada del penal cargada de bastante impericia y torpeza, seguramente también desesperación, de la zaga ramplense, mucho más preocupada por el arco de enfrente que por el suyo. Los futbolistas de Rampla atacaron de todas las maneras posibles, con Diego Mama Arismendi, que de central pasó a jugar de 9, pero con el salteño Sebastián Lentinelly atajando cosas increíbles.

Después, el final y el llanto irrefrenable de algunos rojiverdes que muestra que se arremolinan alrededor de una competencia deportiva que no ha culminado ni está determinada, pero que igual oprime, entumece y afloja expresiones propias de otras angustias más complejas.