En un gran partido, en una demostración de capacidad, concentración, voluntad y atributos futbolísticos que no necesariamente se apoya en el virtuosismo técnico o la brillantez de la evolución con pelota, Uruguay empató 1-1 en Salvador de Bahía con Brasil, y se mantiene al cierre del segundo año de competencias de la Eliminatoria para el Mundial 2026 en la segunda posición, detrás de Argentina.

Los dos goles fueron en el segundo tiempo. El primero fue un golazo de Federico Valverde antes de los 10' con terrible derechazo desde la medialuna, y el empate de los brasileños también fue con un remate de afuera del área de Gerson cuando corrían 16’.

Fue un gran juego de los uruguayos, no en el destaque del juego ofensivo ni por la sucesión de ataques con pelota, cosa que no sucedió, pero sí por la cohesión de juego, defendiendo, controlando, neutralizando y buscando la acción ofensiva una vez neutralizado el rival.

¿Quién no se identifica con ese Valverde yendo y viniendo con su larga zancada, defendiendo como el mejor y resolviendo en ofensiva de la mejor manera? ¿Quién no fue alguna vez Josema, revoleando para todos lados, con vehemencia y la seguridad que da saber que estás haciendo lo que hay que hacer y más? ¿Quién no quisiera ser Manu Ugarte, clavado en la cueva con la pose de un eje central uruguayo de hace 100 años y con la ductilidad y capacidad de un celeste del siglo XXI?

No es changa hacer un partido de estos en Brasil. No es fácil resistir a un rival lleno de bondades y posibilidades, pero Uruguay otra vez lo hizo y hay que alentar estas prestaciones, estas resoluciones, esta adhesión. 

Un partido especial

Desde los comienzos de la historia del fútbol de selecciones, los partidos entre uruguayos y brasileños siempre resultaron de alta dificultad. Al principio hubo ventaja para los celestes, después para los que debieron cambiar de camiseta como consecuencia de lo que para ellos fue la hecatombe de Maracaná y para nosotros el más épico símbolo de victoria como nación.

No importa cuándo, si en 1916, 1919, 1950, 1970 o 1995; siempre un partido de fútbol entre Uruguay y Brasil ha sido símbolo de un alto enfrentamiento, y por lo tanto también de un clásico, no sólo del fútbol de América, sino del mundo.

Es bueno tomar contacto con la realidad, que está protagonizada por la actualidad y por toda la historia construida partido a partido. Por eso cada vez que se repite una instancia de estas hay una sensación de algo grande e importante. Siempre ha sido así, siempre lo seguirá siendo. Un espectáculo.

Agarrate Catalina

No fue nada fácil domar el primer tiempo con la imposición permanente y continua de los locales, con su fútbol sobre patines, su brillantez técnica y la enorme capacidad de sus futbolistas.

La estrategia inicial de Brasil fue plantear una presión extrema sobre el campo uruguayo, lo que tuvo incidencia en un dominio de la verdeamarela como consecuencia de la falta de exactitud de la salida uruguaya, lo que generó algunas pérdidas en extremo peligrosas por la cercanía del arco de Sergio Rochet.   Manu Ugarte se metía en la cueva entre Giménez y Mathías Olivera, mientras Rodrigo Betancur quedaba como el 5 natural. La apuesta uruguaya, la dificultosa idea de los de Bielsa, era sostener los ataques brasileños y generar rápidas transiciones, que en los primeros minutos se dieron con algunas corridas de Facundo Pellistri por el flanco derecho -que no pudo resolver con una acción de peligro-. 

Hubo algunas geniales conexiones del ataque brasileño que fueron bien resueltas técnicamente por las acciones defensivas de los uruguayos. Terrible planchada, pero los nuestros, que no son millonarios en bicicletas, pedaleadas y folha seca, tienen capacidades y virtudes que tal vez no aparezcan en las estadísticas o en las jugadas recopiladas de top ten, pero que son esenciales en las contiendas de alta técnica y tienen que ver con la escuela de marca, con los cierres, las coberturas y las barridas que resuelven casos que parecen insalvables. Eso también es fútbol, y eso también es parte de las innegables fortalezas de Uruguay, lo dirija Bielsa o Mister Peregrino Fernández.

Bolseando el partido 

El riesgo de la asunción forzada, o pensada, de este tipo de juego defensivo hacía recordar a otras selecciones uruguayas de los años 60, 70, 80, 90 y tal vez hasta de este siglo, con todo el equipo en campo defensivo, muy cerca de Rochet y apenas tratando de picotear algún contragolpe. 

Así fue hasta que a los 20 minutos Uruguay por fin pudo pasar de manera masiva a campo brasileño y gestar una jugada que no terminó en gol por una pobre definición de Pellistri. Fue ahí, pasando los 20 minutos, que el equipo de Bielsa logró tres ataques de gran profundidad que tuvieron a los revolcones al arquero brasileño. 

La estrategia brasileña de altísima y fortísima presión cambió después de los 20 minutos, bien porque era una táctica pensada para ejecutar en plenitud física durante el arranque del partido, o bien porque entendieron que la respuesta de los uruguayos podía hacer peligrar también su arco.

Claro, no fue que pasamos a jugar tranqui con el mate y haciendo un asado, pero la sensación fue de que todo estaba bajo control, aunque perdiéramos la pelota con rapidez, aunque les permitieran tener la bola.

Para el segundo tiempo no cambiaron las formas, pero sí Uruguay hizo una variante tal vez impensada: el ingreso de Rodrigo Aguirre como 9 de área sustituyendo a Darwin Núñez. 

Buscando un jeitinho

El equipo de Bielsa pudo apoyarse por momentos en defender teniendo la pelota y ello le permitió menos desgaste por unos minutos. La enorme exigencia seguía de manifiesto, pero así resultaba un poco más cómodo. Aun así, la enorme capacidad técnica y el brillo de algunos jugadores como Raphinha y Vinicius pusieron en cuestión el cero del arco uruguayo.

Pero a los nueve del complemento, después de una gran acción uruguaya con Maxi Araújo ganando por banda izquierda, cedió la pelota a la altura de la media luna a Fede Valverde, que se fue abriendo un metro para sacar su derechazo letal y vencer el arco brasileño. Fue un golazo de Valverde, que en buena parte del partido asumió su potencialidad de gran futbolista y demostró todas sus cualidades defensivas y ofensivas. 

Después de la ventaja inicial uruguaya, Dorival Júnior colocó dos delanteros más en campo: Martinelli y Luiz Henrique, lo que multiplicó la presencia y presión brasileña en campo uruguayo. 

Casi de inmediato, a los 16’ del complemento, llegó el empate brasileño cuando en un rechazo hacia el medio la pelota fue tomada en el rebote a la altura de la media luna por Gerson, que colocó un zurdazo impactante contra el caño de Rochet.

Tras el empate en Uruguay, entró el Pumita José Luis Rodríguez, sustituyendo en acción y función a Pellistri; el futbolista surgido en Danubio terminó haciendo un gran partido por toda la banda derecha. 

El partido, a pesar del dominio de posesión de pelota de Brasil, siguió siendo parejo y con posibilidades ciertas de Uruguay de colocar algún contragolpe. Los ataques e intentos brasileños se sucedieron, también el impecable e implacable ejercicio de marca y neutralización de los uruguayos, tapando cada agujero y sacando cuanta pelota quedaba por ahí.

Un partidazo. No los matamos a pelotazos, no los dominamos, pero pudimos controlar en situaciones de alta dificultad a un rival de excelencia jugando en su casa.

Un lindo y estimulante cierre de año. Estamos más cerca.    Uruguay nomá.