Alfonsina, mi nieta mayor, la de nueve años, me cuenta en unas cuadras, desde que vemos el afiche en el cine hasta que llegamos al estadio, la película Wish. Hay un rey, me dice, que recibe los deseos de los habitantes del reino cuando cumplen los 18 años y les dice que se los va a cumplir, pero los engaña y se los queda, entonces la gente de ese pueblo le entrega sus deseos y después pierden todos los recuerdos de lo que alguna vez quisieron.

Alfonsina, que por su abuelo desde sus primeros Reyes ha ido renovando una camiseta celeste con la 9 de Suárez en su espalda, la que cada vez que puede viste con orgullo, no sabe que me ha desbrozado el camino hacia un intríngulis que no podía resolver mientras avanzaba en esta columna: hay gente a la que le han robado los recuerdos de lo que alguna vez quisieron.

No encuentro otra explicación para una suerte de campaña para desprestigiar a una selección uruguaya, “la selección local”, que con un jugador de un club del interior estará jugando ante Costa Rica con el único y preciado fin de competir.

Si hasta su técnico, el Ruso Diego Pérez, a quien nunca le pudieron quitar el sueño de la celeste que empapada en sudor y sangre defendió, reflexionó sobre la situación de lo impensado y glorioso de un día estar dirigiendo a la selección mayor.

El juego de los sueños

Anoche te vi en un sueño de esos con ojos abiertos,
celeste juro que iba con otra gloria en el pecho1

Lo aprendí ya hace muchos años y me lo quedé para siempre: el fútbol nació como un juego que a la vuelta de la esquina pasó a ser un deporte de competencia, y que después pasó a ser en algunos estadios de la vida capitalista un negocio, un negocio tan gigante que una de las más grandes multinacionales del universo es, justamente, la Federación Internacional de Fútbol Asociado, la FIFA.

El fútbol ha sido, es y será todo eso, pero además en sus primeras décadas fue la forja inesperada de jóvenes sociedades aluvionales con camisetas de fútbol como bandera y héroes que corrían detrás de una pelota. Sucedió en buena parte del mundo, pero sin dudas fue sustancial para fundir una nueva identidad en el Río de la Plata, particularmente en el Uruguay, donde hace 100 años la celeste moldeó el imaginario popular uruguayo a través de los héroes de Colombes que terminaron juntando en las plazas de los pueblos al oriente del río Uruguay a orientales, criollos, tanos, rusos, vascos, eslavos, gallegos, armenios e hijos y nietos de negros libertos, antes hechos esclavos en África y después peleando la misiadura a orillas del Río de la Plata.

El fútbol ha sido un fiel acompañante del desarrollo de la sociedad uruguaya y la celeste ha sido una bandera, un símbolo patrio a seguir, a respetar, a honrar y, en cierta manera, a adorar.

En tanto, lamentablemente para las niñas y las muchachas, los gurises éramos los practicantes y ejecutantes de la maravilla del fútbol en las veredas, en las calles, en los parques y en las canchas, no creo que pueda haber existido una generación en la cual los niños no tuviesen como sueño grandioso ponerse un día la celeste, esa prenda sagrada que no tiene parangón y que arranca desde el escaloncito de la vereda, desde la selección de la escuela, del barrio, de la clase, del liceo, hasta que ya papeles y carné aparece la selección juvenil del pueblo.

Después sigue la escalera hacia la celeste, la más soñada, la más difícil de soñar, la más limitada en cuanto a vestirla, la celeste de Nasazzi, de Obdulio, de Suárez, y otras que parecen más chiquitas, más humildes, más invisibles, pero que te hacen explotar el pecho cuando te las ponés: la selección de la C, la de los juegos escolares, la de la Liga Universitaria, la que sea.

Sí, la celeste es la forma más genial y primitiva de definir un sueño, la patria, la adhesión y la representatividad.

Ciento(s) mucho

Por estos días un montón de hombres y muchachos se incorporarán a la selecta lista de los casi 1.300 futbolistas que en 124 años de existencia de la Asociación Uruguaya de Fútbol se han puesto la celeste absoluta: Randall Rodríguez (Peñarol), Mauro Silveira (Wanderers) y Federico Bonilla (Nacional), Mauro Brasil (Cerro Largo), Juan Martín Rodríguez y Gian Franco Allala (Boston River), Nahuel Furtado (Cerro Largo), Franco Pizzichillo y Andrew Teuten (Montevideo City Torque), Guillermo Pereira (Fénix), Facundo Bernal (Defensor Sporting), Rodrigo Chagas (Nacional), Agustín Amado (Boston River), Santiago Cartagena (Deportivo Maldonado), Francisco Ginella (Nacional) e Ignacio Sosa (Peñarol), Leandro Suhr (Boston River), Nahuel Acosta (Peñarol), Emiliano Gómez (Boston River), José Neris (Peñarol), Bruno Damiani (Boston River), Matías Fonseca (Wanderers) y Walter Domínguez (Juventud Soriano de Mercedes).

¿Ustedes le van a preguntar, o apuntar con el dedo, a esta gente por qué o para qué van a jugar representando a la selección mayor contra Costa Rica el próximo viernes 31 de mayo a las 23.00?

¿Qué les pasa a dirigentes, periodistas, especialistas, hinchas y aficionados futboleros que no son capaces de considerar la importancia de ese arcaico sueño cumplido de jugar en la selección?

Querido Walter

Hay clubes sin sede ni cantina que por primera vez van a estar representados en la selección mayor, hay otros como el Juventud Soriano de Mercedes, el cuadro de la capilla, que desde hace 74 años espera por este momento. No pudo con el hermano mayor, el Quique Mauricio Martínez en 1997, pero podrá ahora con Waltercito, Walter Domínguez, a quien al tiempo que el gran Luis Suárez lo saludaba por Instagram los capilleros desde Facebook le mandaban esta nota: “Querido Walter, desde nuestro club queremos felicitarte por cumplir tu sueño y hoy estar citado a la selección mayor de Uruguay, logro máximo que un jugador puede alcanzar y vos lo lograste! Por tu humildad dentro y fuera de la cancha, por ser tan querido por tus compañeros y respetado por los rivales, te deseamos que disfrutes este hermoso momento.

Tu querido Juventud Soriano te agradece por representarnos en esta instancia. GRANDE WALTER DOMÍNGUEZ”

¿Lo entienden? ¿Lo comprenden? ¿Desde qué 6 de enero la tenemos tatuada en nuestro pecho? ¿Desde qué cumpleaños soñamos con dormir con ella, hasta cuando la celeste es lo máximo a lo que podés aspirar?

La competencia es lo más lindo de este juego, competir representando a nuestro más amplio colectivo es único y a veces muy poco posible para aquellos que no han sido de la consideración de los que eligen, porque aun elegibles no han logrado exponer y demostrar sus condiciones técnicas, su potencialidad, su capacidad de desarrollo y sus demostraciones manifiestas en la competición de élite, y aquí están poniéndose la celeste porque sólo su condición de obstinados y soñadores futbolistas desde niños les ha ido llevando por este sinuoso camino de los sueños celestes.

Los que no encuentran siquiera una razón parecen haber perdido los recuerdos de lo que un día desearon. Por lo menos así me lo contó Alfonsina, una niña de 9 años que sueña y vive con la celeste.


  1. “Nací Celeste”, Snake.