Lionel Messi era tan pero tan bueno, tan capaz de dejar pequeña la palabra “extraordinario”, tan fuera de las rutinas, que metió su primer gol en una Copa América y, casi de inmediato, en Buenos Aires nevó. Ni siquiera la naturaleza podía continuar indiferente. Cierto que el gol sucedió muy al norte de Buenos Aires, en Barquisimeto, Venezuela, en un contexto de calores y de humedades, pero ese pibe de 20 años y dos semanas desacomodaba tanto a la lógica como las señales blancas que el cielo esparcía sobre la capital argentina. El 8 de julio de 2007, frente a Perú, por los cuartos de final, luego de recibir un pase más que artístico de Juan Román Riquelme, en una goleada 4-0, de cara a la resignación del arquero Leo Butrón y vestido con el número 18, Messi demostró que estaba listo para brillar en la mayor de las competiciones del continente en el que nació. Y para algo más, lo habitual: hacer historia.

El debut había ocurrido poquito antes, cuatro jornadas después del cumpleaños 20. Fue el 28 de junio, en Maracaibo, todavía más húmeda y más calurosa que Barquisimeto, en el 4-1 frente a Estados Unidos. En estas horas, esa fecha invita a unas matemáticas del asombro: Messi lleva 17 años jugando la Copa América, más allá de que se trata de una cumbre que no se reitera en cada temporada. La extensión impresiona por mil motivos y, en particular, por dos: la longitud de su genialidad y la intuición de que esta será la última.

En términos comparativos sólo existe otro campeonato en el que insistió durante 17 calendarios y es, claro, la Liga de España, invariablemente enfundado con la camiseta del Barcelona. Vulnerador de estadísticas, quebrará esa marca si se permite ir, en 2026, por otro Mundial, ya que debutó en esas citas en 2006, en Alemania, pero para eso falta un abismo. Aquí va por su séptimo intento, lo que, como detalló el periodista Silvio Maverino, lo ubicará apenas abajo de los ocho del uruguayo Ángel Romano y del ecuatoriano Álex Aguinaga, pero lo tornará en el argentino con más participaciones, por encima de Américo Tesoriere, mítico arquero de Boca y poeta, que intervino en seis desde 1920 a 1925, cuando la Copa América se denominaba Campeonato Sudamericano y se disputaba cada año.

De menos a más

Pocos pueden dibujar perspectivas de los primeros Messi de Copa América como Nicolás Burdisso, actual director deportivo de Fiorentina, defensor en los planteles de 2007 y 2011. Lo repasa para la diaria: “El grupo de 2007 fue una selección de las más completas: junta lo del Mundial 2006 más el Boca campeón de la Libertadores 2007 y unos jugadores que se sumaron a ese proceso, con un entrenador como el Coco Alfio Basile, campeón de la Copa América en 1991 y 1993. Era un equipo que jugaba muy bien al fútbol. Lástima lo de la final. Messi se acopló dentro de un montón de figuras como actor de reparto. En cambio, en 2011, también con un grupo lleno de figuras, fue un momento adverso para la selección, la frustración de no poder dar al fútbol ni al país eso que se buscaba, aun en un tiempo de claro crecimiento de Lionel”.

Messi de todos los récords y de todas las sorpresas es, entre otras cosas, un experto en lo imposible y un experto en estar siempre. Tanto que ya suma 34 partidos de Copa América, una huella tope que hasta ahora comparte con el chileno Sergio Livingstone, otro arquero y aunque no poeta sí periodista, quien se lució en los Sudamericanos que fueron desde 1941 hasta 1953 y llegó a ver el fútbol del 10 (ya no más 18) argentino. Más bravo lo tendrá en erigirse en el mayor goleador de la copa de todos los tiempos. Por el momento, acumula 13, a cuatro de su exquisito compatriota Norberto Tucho Méndez (tricampeón 1945-1946-1947) y del brasileño Zizinho. Cierto es que a la Copa América con sede en Estados Unidos acuden dos señores que ya apilan 14 conquistas: el chileno Eduardo Vargas y el peruano Paolo Guerrero. Pero, en ese mundo que articula la certeza con la fantasía, Messi provoca algo que muy bien resume Carlos Arasaki, periodista y especialista en números del capitán blanquiceleste: “No es de Messi sino nuestra la necesidad de renovarle los objetivos a un futbolista que ya tildó todos los casilleros y que nos hace sentir nostalgia del presente en cada partido. En ese sentido, en una competencia en la que brindó actuaciones de todo tipo en las seis ediciones que disputó, el deseo para con el capitán es que por primera vez pueda ser goleador en solitario de la competencia -en la última compartió el mérito con Luis Díaz-. Porque si lo consigue, además, se convertirá seguramente en el máximo anotador histórico de la Copa América, el torneo de selecciones más añejo del mundo”.

Las cifras de Messi casi desafían la idea del infinito y requieren hasta de cálculos algebraicos. Las memorias populares, de cualquier modo, se forjan con otros materiales. En algunos rincones de la Buenos Aires en depresión económica que aguarda la Copa América la presencia del ídolo adopta forma de libros. Un pibe y una piba que no llegan a los diez calendarios se divierten en una plaza con Campeones para armar, flamante creación del gran artista plástico Augusto Costhanzo, destinado a cortar y pegar figuras, con Messi como estandarte. En simultáneo, dos adolescentes siguen página por página un cómic recién parido, Pulga, de Luciano Saracino y Lea Caballero, con el héroe del fútbol ejerciendo de eso mismo. Gabriel, vendedor en una de las raleadas librerías céntricas, apostrofa: “Messi nos trae algunos compradores. Hasta esto le debemos”. A unos metros un señor de canas abona su ejemplar de Revolución Messi, del periodista Gastón Edul.

Cuál de todos

Debatir sobre el mejor o los mejores instantes del 10 en la Copa América funciona, en esta edad de incertidumbres argentinas, como un refugio o como una ilusión. Messi suele ser también eso. Evocación entre evocaciones, muchos apuntan que ya no nevaba arriba del suelo porteño el 11 de julio de 2007 cuando, en Puerto Ordaz, también Venezuela, Messi recibió un pase de Carlos Tevez, pisó firme el césped derecho del área grande y acarició la pelota de emboquillada por encima del mexicano Oswaldo Sánchez, golero de los buenos, para asegurar el tránsito argentino a la final que perdería ante Brasil. Caía una especie de lluvia de bichos mínimos esa noche en el estadio Cachamay, pero hasta los bichitos detuvieron su movimiento para contemplar esa maravilla. “Deberíamos peregrinar hacia Rosario, agradecidos, para besar el vientre de Celia”, poetizó el relator Walter Saavedra desde su cabina de transmisión, pensando en la madre de ese crack al que abrazaba Juan Sebastián Verón.

Esa obra fulgura en los resúmenes de lo mejor de lo mejor de Messi. Otros privilegian un tiro libre extraído de un manual de geometría del 10 de junio de 2016, en Chicago, plena Copa América del Centenario, cuando al tipo le bastaron 26 minutos para encadenar tres tantos contra Panamá. Nadie narró eso con más gracia que el defensor argentino Marcos Rojo, en una conferencia de prensa: “Estaba en el área, buscando mi posición, y escucho que uno de ellos le dice a otro: '¡Van a hacer jugada, van a hacer jugada!'. Me acerqué y le dije: 'Quedate tranquilo que va al arco'. Y él me respondió: 'Tenés razón'”. Y aunque se acumula una colección de episodios así, no un gol pero sí una fugacidad mágica se encarama entre los hitos de Messi en la Copa América: en Concepción, Chile, en 2015, durante la semifinal en la que Argentina venció 6-1 a Paraguay, con la cabeza levantada y el balón a milímetros de la zurda, inventó un amague tan pleno de desconcierto como de eficacia que generó que dos defensores adversarios no sólo no lo interrumpieran sino que se chocaran entre sí y concluyeran desparramados por el piso mientras su gambeteador seguía avanzando como si mirara el horizonte de su barrio.

El boliviano Carlos Lampe -otro arquero en la ruta messiánica, tan labrada de arqueros rendidos- protagoniza minutos sin olvido en las retrospectivas sobre el Messi de la Copa América. El 14 de junio de 2016, en Seattle, cerró su performance sin que el rosarino le hiciera un gol. No obstante, en una maniobra anulada, aconteció lo sobresaliente: Messi primero lo eludió y, enseguida, al reaparecérsele de frente, se lo sacó de encima con un caño. “No me enojo porque es él”, abrevió Lampe. Tampoco soltó enfados cinco junios más adelante, en 2021 y en el estadio Arena Pantanal, de Cuiabá, en el instante en que ese contrincante indetenible impulsó la pelota con zurda de bailarín, en una emboquillada más, para encaminar el 4-1 contra Bolivia que empezaba a anunciar que la Copa América 2021, la segunda de las dos seguidas en Brasil, le concedería a Messi sólo felicidades.

¿Epílogo?

Una vuelta olímpica, tres subcampeonatos, un tercer puesto (con expulsión incluida en el partido que lo definía con Chile en 2019) y un tropezón en los cuartos de final conforman el currículum de los resultados del capitán argentino en la Copa América. Esa síntesis podría resonar a balance frío si no se le añadiera que recién se consagró campeón en su sexta búsqueda, en Brasil contra Brasil, el 10 de julio de 2021, con la humanidad aún acosada por una pandemia. La sonrisa indetenible pero no desmesurada de Messi luego de vencer en el Maracaná 1-0, una sonrisa que compartió como pibe de potrero en su charla larga posterior con su amigo y rival Neymar y que transparentó un premio a la persistencia. Hay infinidad de goles, de jugadas, de pases pasmosos, de corridas, de sudores y de fotos suyas y gloriosas en ese torneo, pero acaso ninguna ingresará con igual fuerza en los archivos que esa conversación de talento a talento, tan parecida a la que cualquier muchacho sostiene con otro muchacho en las canchas anónimas del planeta cuando todo está terminado.

Eso: la persistencia. Nunca se dio por doblegado. Nunca, por caso, a pesar de la suma de finales frustrantes. En Santiago de Chile, en 2015, la coronación, que andaba ahí, tan próxima, se esfumó en una definición por penales con la selección local y la sufrió por duplicado porque, en el entretiempo, detectó agresiones físicas a su familia en la tribuna. En Nueva Jersey, en 2016, confrontando por una revancha con Chile y hasta logrando sacar del duelo decisivo al gran Marcelo Díaz por doble amarilla, los penales no sólo repitieron la decepción. Además, falló el suyo. Si alguien pretende retratar la tristeza, la tristeza como un pozo sin fondo, allí estuvo en una postal: Messi, el máximo, la culminación de todo lo que se puede y lo que no se puede realizar con una pelota, se enfundó las facciones dentro de su camiseta y pareció que no emergería de ese escondite en ningún porvenir. Feo. Pero menos feo que el 16 de julio en Santa Fe, tierra propia, muy propia, cachetazo en los sueños. Argentina, organizadora de la copa, fue eliminada por Uruguay -los penales, otra vez los penales, qué cosa ingobernable los penales- y hubo quienes silbaron a Messi. Quizás convenga reformularlo como interrogante: ¿qué dirán de sí, de su conducta, de su manera de interpretar el fútbol aquellos y aquellas que en una noche de desencantos silbaron a Messi?, ¿qué dirán esos y esas que hoy lo alaban sin parar?

Entonces, la cuenta es una dicha muy argentina y –una dicha, además, para quien paladee buen gusto- bastante universal: Messi + Messi + Messi + Messi + Messi + Messi = fiesta del fútbol hace 17 años en la Copa América.

Y, sin embargo, brota otro aspecto, tan distintivo y tan valioso como la dimensión maravillosa de su juego. Ya ganó la Copa América después de probar, golpearse, volver a probar, volver a golpearse y volver a probar. Ya, incluso, se transformó en campeón del mundo. Ya no hay imaginación que se atreva a agigantar su carrera y su leyenda. Ya podría desprenderse de la celeste y blanca y retirarse en estado de victoria. Ya su país de potentes contrapuntos se uniforma en estas semanas con la pilcha de las franjas verticales celestes y blancas y con el 10 en cada espalda como bandera. Pero igual trota en los pastos de Estados Unidos con los botines ansiosos para enfrentar a Canadá, Chile y Perú. Y, al borde de su cumpleaños 37, salga como salga, va por más Copa América. No constituye una rareza. Al cabo, si Messi inexplicable invita a una módica explicación, parte de la explicación reside en ese rasgo: en todo este tiempo se especializó en ir por más.

Por favor, que nadie se asombre si un día de estos, de nuevo, el cielo regala nieve donde jamás nieva. Ya se sabe: es Messi.