Walter Domínguez caminaba por la Ciudad Vieja de Montevideo. Estaba entrenando con la selección uruguaya que le dio vida ante Costa Rica. Al preguntarle sobre las órdenes de Diego Ruso Pérez, ahora entrenador, dijo: “Ya ni me acuerdo, estaba nervioso”. “Suárez”, dice cuando le pregunto por su ídolo de niño. Suma, además de a Edison Gómez, a Alain Battó, con quien salió campeón del interior un mes atrás. Ese día llovía a cántaros cuando abrió un derechazo al corazón de Mercedes, que ya lo había distinguido como “el jugador del pueblo”. Walter atribuye el sobrenombre a tres elementos: “humildad, personalidad y respeto”.

Tiene 24 años y creció en el seno de una familia grande, de origen popular. En plena Copa Nacional de Selecciones la dimensión pública de su nombre se disparó por todo el interior: sus goles trascendieron. Antes había dejado de entrenar en Fénix, en Montevideo, porque quería volver a su ciudad y jugar para su pago. Y en el campito. Nunca lo dejó. “Es como que ya es de nacimiento”, comenta. “Desde los siete años siempre jugué en el campito, en la plaza de deportes, lloviendo. Siempre ahí. Cuando arranqué en la selección en Mercedes, seguía jugando en el campito, fútbol 7. Nunca paré”.

En La Capilla, la casa de Juventud Soriano, su cuadro, y también en medio Mercedes, deliraron cuando Walter debutó con la 20 de Uruguay, pero Domínguez se reconoce como “representante de todo el interior” en esta selección. “Últimamente tengo mensajes de Paysandú, de Maldonado, de todos esos lados. Quería mandarle también saludos a toda esa gente. Tener ese apoyo es algo muy lindo”.

Sentado en una oficina de la diaria, a 275 kilómetros de su hermana Rita –quien lo crio tras fallecer su madre–, termina la entrevista y revisa su celular. “Fah”, reacciona. “Me escribió Suárez”.

¿Qué significa para vos esto de la selección?

Para mí significa mucho. Es algo muy lindo que estoy viviendo en este momento. La verdad es que todavía no he caído en que estoy en este sueño.

¿Pensaste algún día que podía pasar algo de esto?

No, no. Nunca, nunca, nunca. Nunca lo pensé. Capaz que jodiendo sí... pero nunca lo pensé.

¿Cómo estás manejando el tema de los mensajes, los saludos, la gente que se quiere contactar contigo?

Por ahora no he contestado ningún mensaje. Lo llevo tranquilo. Creo que por ahora no quiero contestar nada, capaz que es lo mejor.

¿Qué te imaginás para el después en Mercedes?

Creo que sería algo muy lindo. Cuando llegue por allá a Mercedes, creo que me irán a recibir muy bien.

El viernes, en la previa al partido de Uruguay en Costa Rica, el almacén La Tradición amanece con un pizarrón a tiza: “Te queremos. Vamos arriba Waltersito [sic]!!! Disfrute mucho, usted se lo merece. Tu pueblo te apoya!!!”. La portera de una casa luce el pabellón con un cartel pintado a cuestas: “¡Fuerza Waltercito!”. El Hum se para. Facebook se desborda de fotos, etiquetas y videos alusivos. Es, se sabe, la red social distintiva, la más usada del interior.

“¡Wal-ter-cito! ¡Wal-ter-cito! ¡Wal-ter-cito!”, en la escuela 98 cantan los niños, sucediendo vítores al revoleo de banderas patrias. Es la mañana en la que se compran las carnes para asados por decenas que se desplegarán por la noche. “Jamás en Mercedes un amistoso de la selección despertó tanto interés”, confirma el periodista local Joselo Benavidez.

La dimensión popular de Domínguez en su ciudad se constata in situ: durante la final de la Copa Nacional, un enjambre de gurises lo rodeaban a cada paso, dilatando sus pupilas al andar del héroe, soltando devoción en cada grito. Resulta usual la idolatría cercana en cada pago, abundan los goleadores de a pata que son goleadores y tíos y vecinos y repartidores en todo el Uruguay, pero Walter trasciende. En la vuelta del estadio Köster, anda y no camina: un niño por metro lo requiere tras el gol de la copa. Es el hijo pródigo.

¿Dé qué barrio sos?

Barrio Artigas. Me crie ahí.

¿Cómo recordás tu infancia?

Mi infancia no fue tan buena ni tan mala tampoco, pero la supimos llevar siempre ahí, con mi familia y todo. La verdad es que no fue tan buena, pero para mí la llevamos igual. Tengo lindos recuerdos.

¿Con quién te criaste?

Con mi madre. A mi padre no lo conocí. Estaba con mis hermanos, mis hermanas, todo eso.

¿Cómo fue el fútbol de niño?

Arranqué a los cinco años a jugar. Arranqué en Mercedes Rovers y después pasé a Juventud Soriano.

¿Quién era tu ídolo?

[Luis] Suárez.

¿Y en Mercedes?

Edi Gómez y Alain Battó.

¿Ibas a la cancha allá?

Sí, iba a mirar, me metía a la cancha y jugaba. Terminaba y los veía a ellos jugando. Era lindo. Yo a veces soñaba con jugar ahí y se me dio más adelante.

Walter Domínguez está entrenando en Fénix, cultiva el sueño profesional, explora el camino del progreso y la felicidad que, dicen, lleva tatuado el desarrollo. Pero Walter contradice al tiempo histórico. Desafía las nociones imperantes. Se pega al arraigo y vuelve, completando la casilla final del ídolo. Se convierte en el jugador del pueblo. “En un momento me volví. Estaba acá, en Montevideo, entrenando y me volví a Mercedes para jugar en la selección. Quise volver para jugar allá”.

Hace de oro el camino. Trilla la patria a gambeta. “Me gusta encarar”, reivindica. Hamaca el cuerpo por todo el litoral. Se abre endiablado hasta la final de su Mundial. Trece goles lo elevan al Olimpo nacional.

¿Cómo fue todo con la selección de Mercedes?

Lo fui llevando de a poco, entrenando mucho. Hacíamos mucho físico. Después hicimos un par de amistosos en los que no nos fue bien, nos fue un poquito mal, pero siempre seguimos adelante y supimos sacar al equipo. Fuimos haciendo mucho grupo, mucho grupo y después salimos campeones.

¿Qué fue lo mejor que te dejó?

El grupo. Éramos una familia.

El día de la final había gente hasta arriba de los techos. ¿Qué te acordás de ese día?

Fue todo tranquilo. Me levanté, apronté unos mates, estuve un rato en familia y después me fui para el estadio.

¿Cómo es jugar una final del interior?

Para un jugador es lo más lindo. Creo que es lo más importante que hay.

¿Del gol qué te acordás?

Me la dan a mí la pelota, la tiro para afuera, el Chino [Ángel Fernández] tira al arco, cae para el medio, viene un compañero mío, yo la agarro justito y me la llevo para adelante y le pego.

¿Qué sentiste cuando viste a la tribuna reventar, a los niños trepados al alambrado?

Orgullo, orgullo por toda la gente de Mercedes. Y fue el gol que nos sacó adelante, el de la victoria. Ver a toda la gente ahí fue algo muy lindo.

¿Y cómo viviste el después?

Después de las finales creo que fue más tranquilo para mí. Intenté contestarle a mucha gente, pero no he podido contestarles a todos. Ya voy a poder, algún día.

Siempre tenés muchos gurises pidiéndote fotos y autógrafos. ¿Cómo vivís todo eso?

Eso creo que es algo muy lindo para los gurises, ¿no? Cuando yo era gurí también tenía mi jugador favorito. Es algo muy lindo que los gurises te tengan como ejemplo y todas esas cosas. Es lo mejor para un jugador.

¿Cómo te sentís en las calles de Mercedes?

A veces salgo para la terminal, ponele, y la gente me para, me pide fotos y esas cosas.

¿Por qué te dicen “el jugador del pueblo”?

No sé. Últimamente me empezaron a decir así, cuando arranqué en la selección [de Mercedes]. La verdad es que es algo muy lindo que te digan eso. No sé, para mí es más por el tipo de persona, por la humildad. Creo que me hice querer con la gente en Mercedes.

¿Y cómo se logra eso?

Con humildad, personalidad y respeto.

Cincuenta y siete goles en 39 partidos de 2023 lo catapultaron a la idolatría en Juventud Soriano. Explica que lo llevó “tranquilo”, que “iba partido a partido”. “Hacía goles, hacía goles. Cuando quise acordar, llevaba los goles que llevaba”.

Allí, en La Capilla, Walter es Waltercito. Un par que es ídolo. “Para mí es mucho. Es el club de mis amores. Me quedé ahí nomás, después de los 11 años me quedé ahí hasta ahora”.

¿Por qué elegís jugar en Juventud Soriano y más nada? Cuando convocan para la selección a un jugador del interior, la gente calcula que debe jugar en uno de los clubes poderosos. Porque me gusta. Me gusta quedarme ahí, es mi club. A veces me gustaría ir a otros lados, pero pienso en el club, como que me estoy alejando y me quiero quedar ahí.

¿Por qué es tan importante para vos?

No sé, es mi club. Es mío. Si tuviera que irme, creo que no me iría de ahí.

¿Quedarte en el barrio, en el club, también te da la posibilidad de vivir todo lo que vivís?

Sí, también, pero creo que hay que buscar un futuro y darle para adelante.

La mirada se le abrillanta cuando le nombran a su barrio. En su cuenta de Facebook lo pondera insistente. Es la comunidad que le armó el arraigo tal que volvió, mostrando un camino alternativo a la felicidad del exaltado presente. “Más que nada saludaría a mi hermana, Rita, que me crio después de que mi madre no estuvo. Creo que saludaría a ella y a toda mi familia, que siempre está cerca. Y a los vecinos y la gente del Barrio Artigas”.

La sede de Juventud se abarrota con las ñatas contra un monitor. Es viernes. Rondando los 80 minutos del amistoso entre Uruguay y Costa Rica, un veterano tiembla. Se le afloja el codo que baja del mostrador. Walter pica y el tiempo se para, como al abrir aquel derechazo al corazón de su pueblo en abril. No pudo hacer más, pero paró el tiempo. Anda lento en nuestros pueblos, mas Walter lo aceleró por días y lo paró estoico, desde el norte, en un pique de campito nomás. Con la celeste, para el país. Pero el jugador del pueblo no se olvida.

¿Qué es Mercedes para vos?

Para mí Mercedes es mucho. Mercedes es mi pueblo.

Con decir que es tu pueblo ya alcanza.

Con eso ya alcanza.