Brasil y Colombia se enfrentaron en el Levi's Stadium de Santa Clara, California, para cerrar el grupo D de la Copa América. Uruguayos y uruguayas expectantes, porque de aquí saldría sí o sí un duelo épico para los celestes. Colombia, la Colombia del argentino Néstor Lorenzo, llegaba primera con seis puntos y muchos más aplausos que críticas. Con un manto largo de partidos sin perder y la lógica de ser candidato en el silencio histórico de tantas veces quedarse en el camino. Empataron 1-1, y por eso Colombia ganó la serie y ahora se medirá con Panamá. Brasil, segundo, será el rival de la celeste.

Hay quienes tildan a esta selección colombiana de Lorenzo como una de las mejores generaciones. Algo que se esperaba en el pueblo cafetero desde los lejanos tiempos de Carlos Valderrama, de Fredy Rincón, del Tino Asprilla. Quizás los de James Rodríguez carguen con esa aura, aunque no parece pesarles. James, alguien que ha crecido frente a las cámaras, desde los tiempos en Banfield con Papelito Fernández y el Tanque Silva, cuando salieron campeones para siempre, hasta sus brillos con el Real Madrid, con el Bayern, siempre con la selección, aunque como cualquier amor va y viene.

Fue un partido jugado con alta intensidad. Tuvo todas las características del circo máximo. James, a los 8 minutos, con un tiro libre directo, pudo romper todos los vidrios del alma. El travesaño fue acariciado. Minutos después, Bruno Guimarães avisó que el partido no admitía dormidos ni dormidas. Tuvo la primera de la canarinha con un tiro bajo que controló Camilo Vargas. Brasil, con otra necesidad, con otro tiro libre cerca del área efectuado de manera magistral por Raphinha, abrió el marcador. 

Respiró, bailó y rezó, un pueblo querido. Pensó, cantó, pidió, el otro, también querido. Luis Díaz recibió en la banda izquierda y buscó a James, que definió de volea por arriba de un morro. A los veinte Davinson Sánchez empató el partido con un cabezazo, pero el tanto fue anulado por posición adelantada. El partido estuvo en paréntesis unos minutos. Las camisetas de todos los jugadores pasaron como en un loop mientras alguien daba indicaciones. 

Fue recién en los descuentos que Colombia encontró la ansiada igualdad, con un tremendo remate de Daniel Muñoz tras jugada de Jhon Córdoba.

Cuando Raphinha quiso hacer lo mismo del primer tiempo, como un niño que repite un juego que lo hace feliz, el segundo acto ya era carne. Dorival Jr., con la campera del Lobo Mario Zagallo, trajo olores a bombas brasileñas de otros tiempos. Pero James jugó con oficio. Fue el dueño del partido. Se ganó la estrella, le ganó la estrella a otros firmamentos de favela. Ambas selecciones nos regalaron un partido típico de Copa América, para el bien de todos los pueblos. Los dos querían el primer puesto como a nada en el mundo: Vinicius, Luis Díaz, parceros, caras.

Fue un partido para ver parados. Cuando James se fue, un país aplaudió. La noción de una revancha, de lo que significa el aplauso de un niño, de la necesidad del barrio de verlo brillar. Así se fue James, indispensable en una Colombia que promete.

Colombia y Brasil empataron y clasificaron en ese orden respectivamente. Brasil y Uruguay se enfrentarán en un nuevo clásico inolvidable. Lo esperarán en el mundo. Colombia, por su parte, se supone que con Panamá tiene la llave para seguir de largo. 

La Copa América brilla.