La Copa América terminó con Argentina como justa campeona, Colombia vice y Uruguay tercero. Los albicelestes, además, por decimosexta vez son los mejores de Sudamérica y por ende los más ganadores del torneo continental más antiguo de la historia del fútbol, y superan a Uruguay por un título.

El campeonato fue un despropósito en muchas facetas, y aun si la celeste lo hubiese ganado, cosa que pudo suceder, lo hubiésemos valorado negativamente. Fue un evento que se desarrolló donde no se debía, que ya desde el diagrama de la competencia estaba mal, que no tuvo canchas apropiadas para la competencia de élite ni para su preparación, con temperaturas extremas, viajes extenuantes, de un presupuesto altísimo para los aficionados que debían ir de un lado para el otro, y encima sin los más mínimos soportes de seguridad tanto para deportistas como para aficionados, como se pudo comprobar en el partido semifinal entre Uruguay y Colombia, y sin dudas amplificado y con niveles de altísima peligrosidad en las horas previas a la final en Miami.

El proceso evolutivo del fútbol surgido como juego que avanzó hacia deporte fue elevándose en rango de competencia interna hasta atravesar fronteras y mares y hacerse campeonato de naciones e ir desembocando en un gran espacio de negocio -el fútbol como negocio y miles de empresas subsidiarias de ese gran negocio-; se refleja en el desarrollo de la más antigua competición continental de este deporte, el Campeonato Sudamericano, que cuando en 1975 tomó uno de los más drásticos cambios, que después fue sólo por tres ediciones -jugar sin sede fija y con partidos de ida y vuelta en grupos y fases finales- cambió su nombre a Copa América y que por segunda vez se ha desarrollado en un país que nada tiene que ver con su nacimiento y desarrollo, y que nada tiene que ver con la esencia de sus competidores: Estados Unidos.

Estados Unidos, aunque quisiera, o aunque sea bueno como negocio, como México y otros mercados de millones de consumidores potenciales de las ventas que giren con los rulemanes, préstamos, apuestas, ropa, hamburguesas y afines, no podría organizar un Sudamericano, una Copa América, porque no es un país que integra la Confederación Sudamericana de Fútbol, creada por el uruguayo Héctor Rivadavia Gómez en 1916, por una razón de Perogrullo: no es una nación sudamericana.

A pesar de ello la organiza, no una sino dos veces, y en ambas demuestra que podrá ser sede de los más grandes eventos multitudinarios de unas cuantas demostraciones artísticas de competición, religiosas o políticas, pero que definitivamente no está preparado ni lo estará en años para organizar un gran evento de fútbol sudamericano, y aunque es contrafáctico aún, tampoco de fútbol europeo o africano.

Este torneo originalmente estaba pensado para realizarse en Ecuador e iba a ser secuencia del que en 2020 iban a organizar Colombia y Argentina, pero que por la pandemia de covid-19 se hizo, como recurso de auxilio siempre permanente de Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol, en Brasil en 2021. Así las cosas, para 2024, otra vez emparejado con la Eurocopa, se haría en Ecuador, a lo que el país de la mitad del mundo renunció en 2022 debido a sus crisis política y económica. Agotado Brasil como primer recurso, surgió Estados Unidos.

El fútbol como negocio

La Copa América 2024 tal vez haya sido un buen negocio, pero no fue un gran evento ni mucho menos un gran campeonato. Y todo desembocó en el día final, donde seguramente por el comportamiento de la mayoría de las decenas de miles de personas que estaban ahí no terminó en una tragedia enorme y quedó en miles de historias de frustración, dolor e injusticia.

Un único filtro de seguridad absolutamente inservible en las entradas del estadio, miles de personas que sin entrada se arrimaron al estadio con la esperanza de poder entrar, otras miles de entradas falsas que tal vez pasaron y una enorme y brutal desorganización y mala ejecución de algo que es normal en cualquier evento de miles de personas en el siglo XXI terminaron en pésimas medidas y represión a diestra y siniestra, mientras del otro lado del estadio, adentro, el show debía continuar.

Periodistas y aficionados quedaron en medio de las persecuciones de personal de seguridad privado y de la Policía, niños, mujeres y hombres apretujados y pasándola muy mal en un lugar para el que habían pagado en algunos casos miles de dólares, y como consecuencia varias personas detenidas. En la peor de las decisiones la organización cerró todos los accesos para controlar a la multitud y ello devino en más tumultos y demoras.

Que eso haya sucedido durante el desarrollo de lo que sería el partido decisivo del primer campeonato sudamericano en 1916 en Buenos Aires, aunque no es admisible, vaya y pase, pero que suceda 108 años después, con la experiencia de la disputa de 47 ediciones, es absolutamente inadmisible.

Marcelo Bielsa no es loco

Esto fue apenas unos días después de los lamentables incidentes suscitados en las tribunas del estadio Bank of America de Charlotte, Carolina del Norte, en la semifinal entre Uruguay y Colombia, cuando Marcelo Bielsa denunció a la organización.

“La protección del espectador no tiene nada que ver con el equipo de fútbol ni con la federación”, dijo el rosarino, que arremetió con ironía: “¡Estados Unidos, el país de la seguridad! Dijeron que las canchas de entrenamiento estaban perfectas, pero Bolivia no pudo entrenar y tengo las fotos. ¡Son una plaga de mentirosos! Las canchas de entrenamiento son un desastre. Cuando sintieron que sus intereses estaban amenazados, crearon el FIFAgate con el FBI. Aquí no hay nada malo, estadios llenos, competitividad, estadios llenos... Pero lo que no podemos hacer es seguir siendo engañados. El jefe de campo dijo que era un problema visual, que Vinícius no ve, que Scaloni no hable. Deberían haber salido y haber dicho que las canchas de entrenamiento no estaban aptas. A Scaloni le dijeron que habló una vez y que no lo vuelva a hacer. Todos están amenazados. ¿Qué van a hacer? ¿Suspenderlos? Sólo tienen que asumir su responsabilidad”.

Bielsa decía que a su colega y compatriota Lionel Scaloni, el técnico ahora bicampeón de América y además campeón mundial, no lo dejaban hablar con relación a las canchas, pero este lunes de madrugada Scaloni volvió a hablar, y con cierta ironía se refirió a los escenarios que espera para el Mundial de 2026, donde Estados Unidos tendrá la mayor parte de los partidos en el evento coorganizado con México y Canadá, y señaló: “Yo imagino que para empezar las canchas van a ser reglamentarias, más grandes, eso es lo que entiendo, porque en las que jugamos, la mayoría, no sé si recuerdo si alguna tenía las dimensiones de una cancha... A ver, hay dimensiones mínimas y máximas, pero normalmente en una cancha de un nivel de este tipo hay unas dimensiones bastante más grandes que estas, dos metros de cada lado es bastante”.

Las canchas de la Copa América no eran de fútbol

Antes, Scaloni había hablado de las canchas el día de su debut ante Canadá, cuando dijo que “hace seis meses que sabíamos que jugábamos acá en este estadio, y hace dos días cambiaron el césped. El estadio es hermoso y con césped sintético, la cancha debe ser linda, pero aun así no está apta para esta clase de jugadores. Es una cancha que hasta hace dos días era sintética. No pueden poner 100 metros de pasto junto. Van emparchando y hay cortes continuos, creo que hasta está pintada para que no se note”.

Las canchas de esta copa tuvieron las medidas mínimas permitidas para este tipo de eventos, de 100x64 metros, mucho más chicas que las que promueve FIFA para competencias mundiales e intercontinentales, que son de 105x68 metros. ¿La razón? 11 de los 14 estadios en donde se jugó la copa son de fútbol americano, cuyas canchas tienen medidas de 110x49 metros, así que el campeonato se jugó con dos metros menos de cada lado y la estática absolutamente encima de los jugadores en toda la cancha, y especialmente en el córner.

Pero lo hicieron, como también una ingeniería de campeonato y diagramas de competencia que hicieron que colombianos y uruguayos debieran jugar partidos con muchos viajes, yendo de costa a costa y cambiando hasta en tres horas sus husos horarios de un rato para el otro, así como Argentina jugó todos sus partidos en el este y uno en el centro, sin poner en discusión lo fortuito de los rivales que le tocaron, y sí poniendo en cuestión lo antideportivo de cruzar hasta la final a rivales de dos grupos sin ampliar la competencia, determinando por definición de sus decisiones que Argentina, cabeza de serie del grupo A por digitación, sólo se enfrentaría con Brasil o con Estados Unidos en una final y nunca antes. Lo mismo sucedería con quienes por sorteo cayeran en el grupo C -en el que cayó Uruguay, que no fue cabeza de serie- o D, el de Brasil, en el que fue sorteado Colombia. Eso estuvo fuera de lugar si se toma en consideración cualquier prototipo de fixture para esta clase de torneos.

La Copa desorganizada

Otra situación mal, pero muy mal, aunque no tuvo que ver con el desarrollo deportivo del campeonato, porque nadie gana o pierde porque Dios quiera, fue cuando pusieron, en el partido inaugural, a dos pastores evangélicos a bendecir el campeonato. La FIFA, encargada de definir las reglas del fútbol, deja bien claro que a nivel de selecciones “está estrictamente prohibido todo tipo de mensajes o imágenes políticas, religiosas o personales en todo el uniforme utilizado o llevado (de forma temporal o permanente) al terreno de juego”. El encargado de bendecir en español la competencia fue el pastor paraguayo Emilio Agüero Esgaib, fundador de la iglesia Más que Vencedores y exluchador de kickboxing. Uno de sus feligreses es el presidente de la Conmebol, Domínguez, y además el pastor mantiene vínculos con el Partido Colorado de Paraguay.

Y hablando de elementos externos a un partido de fútbol, estuvo también la final, no sólo por lo dramático y peligroso de las horas previas al inicio del partido, que debió ser postergado casi dos horas, sino además por la modificación deportiva que significó un entretiempo de media hora para que Shakira hiciera un show de playback mientras el mundo del fútbol, los jugadores y los aficionados querían ver lo importante: quién salía campeón.