La muerte de Juan Izquierdo pegó duro. No fue sorpresa que miles de personas se acercaran a la sede de Nacional a despedir al jugador, que falleció tras unos días internado en el CTI del hospital Albert Einstein de San Pablo.
La mañana soleada, contrapuesta con las miradas grises del público, que se fue acercando de a poco al portón de la avenida 8 de Octubre. En su mayoría, obviamente, con ropa alusiva de Nacional, pero también se pudieron ver camisetas o banderas de más equipos: Peñarol, Danubio, Liverpool, Progreso y La Luz, entre otros. Seguramente hubo más colores respetuosos que se perdieron en la marea humana. En esta estaban todos en la misma tribuna.
A las 10.00 comenzó el velatorio, que tuvo una hora inicial para la familia, los amigos más cercanos y las autoridades de Nacional y de la Asociación Uruguaya de Fútbol. Unos minutos después de las 11.00 arrancó a entrar el público que esperaba afuera en filas interminables, que con el paso del tiempo fueron perdiendo prolijidad. Cada vez eran más. Y la lógica adelantó el desenlace: no todos pudieron ingresar.
Por la calle Urquiza ingresaron protagonistas del deporte. Fueron muchísimos. Excompañeros, entrenadores, colegas y dirigentes. Muchos, de verdad. Destacó la delegación de San Pablo con cinco jugadores -Rafinha, Wellington Rato, Jonathan Calleri, Galoppo y el uruguayo Michel Araújo-, que viajaron en un avión privado luego del partido que el miércoles de noche jugaron ante Atlético Mineiro. Todos querían estar, ser parte de la despedida del Negrón, como se lo conocía a Izquierdo en el verde gramado donde rueda la pelota y en los vestuarios donde tocaba el tambor con una sonrisa.
Durante casi dos horas el desfile de público fue sostenido. Por momentos parecía que no entraba nadie más. Lágrimas, tristeza y abrazos, la moneda común de una mañana que será recordada.
Unos minutos antes del final tomó la palabra el presidente de Nacional, Alejandro Balbi -que ya había hablado con los medios-, y le cedió la oratoria a Hernán Navascués. El altoparlante tomó La Blanqueada y las palabras sacaron más lágrimas en los presentes. Con respeto se le pidió al público que permanecía adentro que se retirara y se cerró definitivamente el portón de ingreso. Los últimos instantes fueron para los más cercanos y la soledad que tienen estos momentos.
En una marea de aplausos, familiares y dirigentes tricolores retiraron el cajón. La hinchada de Nacional, ubicada en 8 de Octubre, empezó a cantar: “... ni la muerte nos va a separar, desde el cielo te voy a alentar”...
El momento fue desgarrador: imposible no emocionarse. Fueron varios minutos del saludo final que cada uno, desde su lugar, vivió como pudo.