Fue el último. Se terminó. Aunque duela, el paso del tiempo hizo lo suyo. Parece que el 13 de octubre de 2007, cuando debutó por Eliminatorias en el estadio Centenario, fue ayer. Pasó demasiado rápido, pero fue absolutamente disfrutable. Luis Suárez usó por última vez la camiseta de Uruguay. Se despidió el goleador histórico de la selección uruguaya.

El empate 0-0 ante Paraguay pudo generar enojos, pero pasó rápidamente al olvido por el homenaje al ídolo de varias generaciones. En un escenario en el medio de la cancha lo esperaba su familia. “Fin de una era” y “Sos historia” decían los carteles, dos de ellos tapados por las redes de los arcos del Centenario, su estadio, ese que tantas alegrías le dio.

Sus compañeros de hoy, los de ayer y muchas personas especiales que le dio la selección lo abrazaron. Pasaron un montón de sus goles en la pantalla gigante. El más gritado, por lejos, fue el segundo contra Inglaterra en el triunfo 2-1 del Mundial 2014. Hubo muchos abrazos emotivos, pero el que le dio Diego Forlán generó otro mar de aplausos y, seguramente, en la cabeza de cada uruguayo despertó un montón de recuerdos de jugadas épicas que inventaron entre los dos.

El último que apareció fue Óscar Tabárez. Demasiada emoción para el pueblo. Se terminó la generación de Sudáfrica 2010, la que formó un maestro. El entrenador se subió al escenario. ¡Si lo querrá! No sólo fue a verlo, le entregó una medalla especial.

Hubo saludos de Neymar y Lionel Messi, los que formaron la inolvidable MSN en el Barcelona. Después, Enzo Francescoli, el ídolo de la infancia, y Sebastián Abreu, un amigo de la cancha y de la vida. También llegó Roxana Ferreira, la hija de Walter, el kinesiólogo devenido amigo que lo ayudó a llegar en tiempo récord al Mundial de Brasil 2014, recuperando una lesión de rodilla en 28 días. Le entregó un cuadro de la foto mítica que festejaron juntos en San Pablo contra los ingleses.

Hubo más fotos, pudieron ser miles. Los Diegos -Lugano, Godín- y Forlán fueron al estrado a entregarle un par de cuadros más. Por si faltaban emociones, sus hijos le mostraron la placa en la que quedó escrito que el arco de la Colombes, para siempre, se llamará “Luis Suárez”.

Para cerrar, tomó la palabra el goleador, que advirtió: “Me voy a emocionar”. Y arrancó: “No tengo palabras de agradecimiento para el pueblo uruguayo que siempre me apoyó. Y para el grupo de Sudáfrica. Era sano, íbamos todos por el mismo camino, teníamos una ilusión sola. La gente no sabe lo que luchábamos por esta camiseta y lo difícil que era representar al país. Hubo compañeros que me transmitieron valores que intenté pasarle a la nueva generación”.

Suárez fue claro, podría pasar horas agradeciendo, pero había personas a las que era imposible no mencionar: “Pasé por momentos muy complicados, si no fuera por Walter Ferreira no hubiese llegado a jugar el Mundial 2014. Y después el Maestro... toda mi carrera en la selección es por él. Nosotros somos personas, tenemos sentimientos, y humanamente me ayudó mucho. Hizo un manejo de grupo espectacular”.

Para cerrar, dejó un mensaje con pedido a futuro: “Uruguay es más grande que cualquier jugador y entrenador. A partir de mañana seré un hincha más, los compañeros que vienen nos van a representar de la misma manera que lo hicimos nosotros”.

El antes del partido

La mítica voz del estadio generó la primera explosión del público para Suárez. Como era obvio, lo dejó para lo último en el anuncio de la alineación, hizo una pausa y -ya entre aplausos- tiró el nombre. La gente se enloqueció. El delantero ya estaba en cancha preparándose. Se vio venir el momento, pero se agachó a atarse los zapatos y se puso el chaleco blanco del equipo que le tocó para ir matando el ahogo.

Luis Suárez junto a su familia, el 7 de setiembre, en el estadio Centenario.

Luis Suárez junto a su familia, el 7 de setiembre, en el estadio Centenario.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Siempre fue un animal competitivo, y no quiso salir de ese rol ni en su último día de celeste. De hecho, cuando salió a calentar desde las tribunas, brotó un tímido “Lucho, Lucho”. Él sólo levantó las manos, saludó a las tribunas, como una noche cualquiera.

A la cancha salió con sus tres hijos. La única mueca de homenaje que se regaló antes del pitazo final. El argentino Darío Herrera dio inicio al cotejo, no había pasado un minuto que ya estaba protestando una mano. También se enredó con el lateral derecho rival luego de un cabezazo que no pudo conectar con dirección al arco. El niño de ayer, el hombre de hoy, el Luis de todos los días.

Su partido

Se metió entre los zagueros y salió a pivotar, mientras Brian Rodríguez picaba al espacio que se generaba a sus espaldas. En general le costó conectar con el ex Peñarol. Al que encontró un par de veces fue a Maximiliano Araújo picando por izquierda. En una le metió un pase de taco colosal. De todas formas, esas jugadas se diluyeron sin finalización oportuna.

La más clara la tuvo a los 18. Le llegó un centro de la derecha enviado por Facundo Pellistri, en una especie de volea definió, pero el palo izquierdo del arco de la Colombes le negó el grito de gol.

Poca cosa cambió en el complemento; buscó por todos lados. La pidió, picó, intentó, pero nunca le llegó una pelota de gol. La frustración transformada en enojo, hasta con él, en un balón que recibió en el centro del ataque y buscó hacia su derecha cuando la lógica apuntaba a la izquierda para la llegada de Araújo. De tanta protesta, a cinco minutos del final, fue amonestado tras un entrevero en el área.

Pese a que apuró el trámite todo el tiempo, se fue sin anotar el gol que más de 60.000 personas fueron a festejar con él.

“¿Cómo que tenés que irte si recién te vi llegar?”, dice la canción de No Te Va Gustar.

Muchas gracias por tante épica, Luis. De todos los uruguayos, fue un placer.