El Torneo Clausura volvió a estar en campo. La segunda fecha tuvo a Miramar Misiones, que hizo de local en el estadio Centenario, ante Peñarol. Partido parejísimo que tuvo al cebrita en ventaja. Desde el banco y con goles, Aguirre cambió todo: Gastón Ramírez de cabeza y Lucas Hernández con definición dentro del área.
La cosa arrancó algo apagada. Después del parate obligado, al ritmo costó encontrarlo. En ese panorama, el bueno de Alexander Machado apiló gente en el área y generó una clara que Washington Aguerre desvió al córner. Eso no quedaba allí.
De ese tiro de esquina vino la apertura, y fue por el cabezazo del zaguero Pablo López, que movió el marcador y todos los análisis hechos previamente.
Con esto encima, Peñarol tuvo que salir. No lo hizo prolijamente, pero fue, más empujado por su hinchada que por juego propio. Leo Fernández, cerebro ofensivo del manya, tuvo que hundirse entre los zagueros para comenzar todo. Tampoco eso le valió de mucho.
Al salir, a veces de forma desprolija, dejó espacios tentadores para los cebritas, que tenían velocidad en ofensiva. No llegó a concretarse en el comienzo, pero era un indicio de que podría volverse cada vez más frecuente.
Y comenzó a pasar. La velocidad del colombiano Ignacio Yepez de un lado y de Alexander Machado del otro. De esta suma surgió la otra gran clara del local tras centro de Machado, que el joven cafetero no pudo conectar preciso.
El manya había tenido un mano a mano de Maxi Silvera que el sanducero Lucas Giossa desvió oportunamente para evitar el empate.
Pero todo le era forzado al equipo de Diego Aguirre. Además de los pocos espacios concedidos por Miramar -parte de su estrategia de acortar líneas-, no pudo hilar pases claros que lo pusieran en zona de remate claro. Todo se jugaba más a un error del otro que a una elaboración propia.
El malestar era genérico. El juego tenía un aspecto que al público en el Parque Batlle no le gustaba. Caían algunos silbidos y reproches que nadie esperaba en la previa del encuentro. Aguirre necesitaba pronto el descanso para sacudir la modorra.
El cebrita aprovechó bien ese comienzo somnoliento de Peñarol y mandó adentro una pelota que defendió con dientes apretados.
Segundo tiempo
Sobre el inicio de la parte complementaria, el manya salió mejor. Defensivamente no sufrió tanto y aprovechó algunos espacios en ataque.
Jaime Báez tuvo una clarísima cuando cruzó un remate de toque interno de botín que suspiró al palo izquierdo del portero Giossa. Miramar se refugió en que la pelota le llegara a sus dos buenos puntas para aguantar ahí y generar pausas. Cortarle el ritmo al manya fue la cuestión. Eso le valió un rato, porque cuando Peñarol jugaba, nuevamente sin orden, el recién ingresado Gastón Ramírez entró para definir de cabeza y darle calma a su equipo.
Un gol es vitamina para un poderoso como el carbonero. Se aferró a ese empuje multiplicado por su gente y pasó al frente. También por otro ingresado del banco: Lucas Hernández se mandó y definió con derecha, la menos hábil.
Luego el fútbol se paró. El arquero manya hizo jueguitos con la pelota y de allí en más fue todo descontrol. Por impotencia y tras percibir soberbia en el jugador carbonero, varios cebritas se le fueron encima. Incluso desde el banco. Por todos los altercados el partido estuvo parado más de diez minutos y hubo roja para Javier Méndez en Peñarol y Jairo Coronel en Miramar.
El trámite se fue. Vaya a saber uno a dónde, pero no se volvió a ningún ritmo por parte de ninguno de los equipos. Para Peñarol eso fue negocio, en una tarde noche que lo mostró impreciso y con carencias defensivas.
Walter Pandiani saca buenos apuntes de esta actuación. Se plantó ante un equipo que está en fase definitoria en Libertadores y mostró herramientas ofensivas interesantes. El balance tiene que ser bueno; no lo es el promedio, que lo tiene hundido en la tabla del descenso.