Martín Monroy fue futbolista y lo seguirá siendo. No tiene cómo zafar, ni quiere, del mote que quizás forjó su identidad. A casi nadie se le ocurre, cuando un niño es niño, pronosticar su futuro de escritor. En general dicen otras cosas, abogado, dotor. Aunque también prevén algunos con qué pierna le pega o con qué mano escribe. Como si un zurdo tuviera más chances de tener éxito en el fútbol o más posibilidades de ser leído que un escritor de diestra torpe. Claro, en ambas disciplinas hay quienes les pegan con las dos. Y cuando digo disciplinas digo de algo que está por romperse.

“Trampantojo: Ilusión óptica o trampa con que se engaña a una persona haciéndole creer que ve algo distinto a lo que en realidad ve; especialmente, paisaje pintado en una superficie que simula una imagen real”, comienza escribiendo el blondo puntero de canchas inhóspitas. Y continúa: “Hay algo que hace particular al fútbol y hasta el momento no sé qué es. Cada fin de semana el texto se reinicia, capaz que es eso”.

Trampantojo, notas de un futbolista, de Editorial Vecina, de reciente publicación en setiembre del año que se fue, es el primer libro de Martín Monroy (Montevideo, 1987). Quizás sólo él o sus padres se acuerdan cuál fue su primer gol. Me consta, por otra parte, que esa salida a la tenue luz del lector o la lectora sólo propulsó en él una nueva cadencia narrativa. Me consta, también, que una vez lo vi correr entre el barro y la miseria y con mi torpe zurda le metí un pase que sólo llegó a destino por la amistad.

En Trampantojo el futbolista toma notas. La metáfora es la vida misma. ¿Una ficción? ¿O la cruda realidad? A veces en las páginas del libro esa brecha se diluye. Quizás aquello no sea una búsqueda, sino la propia condición fantástica de ser futbolista. Incluso quizás ser futbolista tenga que ver indivisiblemente con la fantasía. También ser escritor tiene que ver con eso. Por eso en Trampantojo el escritor y el futbolista conviven.

El futbolista recoge de la metáfora de la vida que vive lo más real, lo que el registro pide a gritos como un hincha colgado a tejido. El registro es lo que el futbolista piensa, el otro casete, donde las cintas van hacia atrás y aparecen voces de otros mundos, o debería decir de éste.

¿Qué fue de aquel gurí que salía en la publicidad de Tenfield cuando amanecía la empresa en el fútbol criollo y aún no era quizás una sombra que impide el crecimiento? Se volvió escritor. Sí, claro, primero se volvió futbolista, y después tomó nota de ese devenir, y se volvió escritor, a pesar de que ya no juegue más o de que siempre esté por volver a hacerlo. O de que ahora escriba como entrenador.

Una pasión, la más hermosa, la más loca pasión, esa pasión, hizo que Martín Monroy se inclinase sobre las palabras como quien se inclina sobre sí mismo para abrazarse. Como un gurí con miedo en una noche con ruidos. Como un abrigo.

En Trampantojo, Manteca Monroy, como le dijeron en Defensor Sporting, en Rentistas, en la IASA o en el Albion, juega sin remera.

El punto de vista es una pelota con la que todos y todas quieren jugar, salvo aquellos que prefieren esconderse. En el fútbol el que se esconde no la agarra nunca. Hay dieces especialistas en esconderse atrás de los cincos cuando la cosa se jode.

En la escritura el que se esconde puede habitar el escondite poéticamente. Monroy habita el escondite, el escondite de la escritura que permite descubrir, el escondite donde callar y escuchar todas las voces de todos los poetas al unísono. El escondite que es un escondite porque tiene salida, o porque es un juego, o porque alguien, quizás uno mismo, puede encontrarse.

El registro de Trampantojo es un registro urgente. ¿Dónde queda sino la voz del futbolista? ¿En una conferencia de prensa? La voz del futbolista se queda en Trampantojo, aunque la voz del escritor ahora sea la de quien lee.