1

Mi hija a veces me pide que scrolleemos en mi teléfono. Le gustan los videos de animales, los de accidentes domésticos, los de fútbol, los compilados de pequeñas desgracias. El medio que usamos es Instagram Reels, pero el material en sí no es muy diferente a los bloopers que pasaban en la tele de los noventa en programas como Videomatch o Arriba las gomas. No recuerdo cuándo fue la primera vez que vimos al Pájaro Durán. Entre niños que dicen sus primeras malas palabras y gatitos boxeadores, un día apareció el Pájaro y, desde ese momento, se convirtió en nuestra recompensa mayor. Se festeja a los gritos cada vez que el algoritmo nos lo encomienda. Ahora mismo lo puedo ver: está bailando una chacarera, solo, en el comedor de una casa. El video tiene 290.000 reproducciones y fue reenviado 5.658 veces; tiene 498 comentarios y 12.500 corazones.

Según su página oficial, Miguel Ángel Durán nació en Pergamino, provincia de Buenos Aires, hace 54 años. Tiene 11 hermanos, 78 sobrinos y trabaja diez horas al día paleando cereales en el campo. Es magro, fuerte, de patas flacas y un torso tan tenso y tirante como el de Iggy Pop o Don Ramón. Tiene pelo negro, corto adelante y largo atrás, a lo Jorge Alberto Comas cuando jugaba en Boca en la década del ochenta. Si se hiciera una película sobre un dios pampeano, medio indio, medio gaucho, el Pájaro Durán no tendría ni que presentarse al casting. El apodo de Pájaro se lo puso su madre porque de chico le gustaba volar de la casa para ir a jugar a la pelota. Su otro apodo, Le Bird, me suena que llegó junto con su estallido en las redes sociales, donde tiene casi un millón de seguidores entre Instagram y TikTok.

“El futbolista amateur más famoso”, dice su página, y pienso que es una buena historia para contar. Tan argentina, además. No nos alcanza con tener al mejor futbolista profesional, ese reinado debe extenderse también al fútbol amateur, que es, en definitiva, el que practica la inmensa mayoría de las personas que juegan al fútbol.

2

En unas horas voy a ir a jugar al fútbol 5 con mis amigos. Esto viene sucediendo desde hace unos diez años con apenas cinco o seis fechas suspendidas. Estoy omitiendo, por supuesto, el año de la peste. En esa época jugamos un tiempo de manera clandestina, luego en un parque, luego en una cancha abierta, y cuando no se podía hacer nada hicimos unos Zoom tristísimos que intentaban reemplazar las dos o tres horas que nos quedamos tomando cerveza y hablando cosas después de los partidos. Este fútbol empezó siendo de escritores, pero esa restricción por suerte se fue borroneando. El bestiario actual de jugadores es más o menos el que se puede encontrar en cualquier elenco estable de fútbol amateur: el funcional, el iracundo, el que aprendió de grande, el oral, el que podría haber llegado, el que cree que podría haber llegado, el técnico, el morfón, el lánguido, el fantasista, el corredor, el leguleyo, el que grita demasiado los goles, el fasero, el moralista, el conciliador, el egoísta, el fiolo, el que odia a los nuevos, el que se odia a sí mismo.

Para ser una instancia recreativa, el fútbol de los miércoles tiene una cantidad asombrosa de reglas y obligaciones. No es sencillo codificar esta normativa, pero voy a hacer mi mejor intento. El grupo estable tiene prioridad para anotarse los lunes a través de una cadena de mails. A partir del martes, se puede anotar a cualquiera. Los equipos se mandan por mail apenas se llega a diez: unos juegan de blanco y otros de color. Un faul sólo puede ser cobrado por quien lo recibe. Cuando se cobra y no corresponde se suele decir “está cobrado”. Para revertir un fallo hace falta que los propios compañeros del cobrador lo contradigan públicamente. En caso de discordia, algunos jugadores pasivo-agresivos cobran la falta, pero entregan la pelota al rival en señal de repudio. Nadie salvo el golero puede disputar la pelota desde el piso.

Cosas que no están prohibidas pero sí mal vistas: que un delantero no vuelva a defender, frenar para hidratarte durante el partido, llegar tarde, marcar en zona en los córneres, jugar sin remera o con pantalón largo o con demasiado abrigo. Algunos jugadores tienen prohibiciones personales que se han ganado con los años: uno tiene prohibido ejecutar los córneres y laterales ofensivos, otro tiene prohibido cucharear la pelota, otro salir jugando desde el fondo. Al finalizar se elige al jugador del partido y el que gana más veces en el año se lleva una botella de escabio. Antes también había un premio para el jugador con mejor promedio de partidos ganados (con al menos 66% de presencialidad), pero la persona encargada de llevar la tabla se cansó de hacerlo y nadie quiso asumir ese compromiso.

Podría escribir varias páginas sobre este corpus legislativo, pero este no es el momento. Sólo voy a agregar que el ánimo que lo atraviesa es el de mantener viva la tensión deportiva. Cuanto más avanza el promedio de edad de los jugadores (ahora es cerca de 40), más hay que legislar para preservar ese equilibrio entre juego, estrategia y violencia que todo buen partido de fútbol debe tener. Aunque uno por momentos puede divertirse, en el fútbol de los miércoles está muy mal visto jugar para divertirse.

3

Es cierto que la historia del Pájaro Durán merece ser contada, pero eso es algo que ya está sucediendo. Cristian Pereira, fotógrafo y profesor de tenis, conoció al Pájaro en una pasada por Pergamino, quedó maravillado y empezó a filmarlo y a subir los videos a redes sociales. El resultado es una crónica audiovisual, fragmentada, profusa, actual. Al igual que Maradona, el Pájaro puede asumir distintas personalidades. En los distintos posteos se lo puede ver bailarín, fumador, reflexivo, mamero, futbolista, peón, xeneize, guitarrero, maestro, técnico, jinete, nochero, atleta, célebre, humilde, solidario, cuchillero. También hay montajes de video que le hacen sus seguidores para idolatrarlo: el Pájaro surfista, mundialista, bicivolador, el Pájaro entre los brazos de la China Suárez y Wanda Nara. “El Pájaro Durán es el fútbol en estado puro, por eso nos representa”, dice Alejandro Fantino en una entrevista.

En la página oficial del Pájaro Durán hay una pestaña que dice “Contacto y saludos personalizados”. En su Instagram además se ofrece para “presencias, partidos de fútbol, almuerzos de camaradería, eventos y otras actividades”. El costo del “saludo de video 100% personalizado” es de 15 dólares, y pienso que puede ser una buena sorpresa para mi hija que está por cumplir años en un par de semanas.

Todo este asunto de los saludos y las presencias me genera un poco de tristeza. Recuerdo un video de hace algunos años en el que Bochini miraba a cámara y decía: “Si me querés contratar para algún cumpleaños, para algún partido de fútbol, para firmarte una camiseta, sacar alguna foto, estar con vos y pasar un lindo momento, me podés llamar. Te va a atender mi amigo Maximiliano para que no haya ningún intermediario entre nosotros”.

4

Estoy esperando a Ricardo Chapuig, futbolista amateur. Domingo, 8.30, una mañana de otoño en una Shell en el extremo sur de la ciudad de Buenos Aires, Ricardo me hace luces desde un Chevrolet Corsa verde oscuro. “Dale, que estamos tarde”, me dice. En el asiento de atrás hay un cochecito de bebé y sobre su falda unos botines, vendas y varios tipos de ungüentos. Agarramos la autopista en dirección a La Plata. Ricardo maneja rápido pero de manera solvente. El auto, de todas formas, tiene sus limitaciones. El tablero marca 220 km/h, pero cuando pasa los 130, los engranajes comienzan a vibrar. “Está fuerte el sonajero”, me dice y le hace una caricia al volante de símil cuero. “Te quiero mostrar algo, ¿te asusta la velocidad?”, me dice. Le digo que me muestre y empieza a pisar el acelerador. A los 130, suena la unión de plástico del apoyabrazos. A los 135, se suma la tapa de la guantera. A los 140, el soporte metálico de la silla de bebé. Ricardo fue anunciando la aparición de cada ruido como si fuera un director de orquesta. Al llegar a 150 dijo “ahora todos” y ya no se podía distinguir de dónde salía cada sonido.

Este era el inicio de un cuento que −al igual que el perfil del Pájaro− me parece que no voy a escribir. La idea era darle aspecto de crónica, de forma que no quedara claro si se trataba de un hecho real o inventado. Tenía a mano todos los elementos para alcanzar un texto aceptable, pero no me dieron ganas de seguir.

Conocí a muchos Ricardos en mi paso por ligas de fútbol 11 pre-senior, y el primero de ellos quizá sea yo. Ricardo es muy buen jugador, un técnico dentro de la cancha. Nunca intentó jugar de manera profesional. No se probó en las inferiores de ningún club. Pero a veces miente sobre este asunto. Un verano estaba en Brasil y jugó un picado en un campito con un short de Estudiantes de La Plata, y lo hizo tan bien, de manera tan profesional, que algunos brasileños le preguntaron si jugaba en algún club. Ricardo aprovechó el anonimato para decir que había jugado hasta la reserva en Estudiantes, pero se rompió los ligamentos y empezó la Facultad de Ingeniería. Los brasileños lo miraban y asentían y Ricardo se alegró de que su cuentito fuera verosímil. Esta fue la primera en una larga serie de mentiras. Fue perfeccionando el relato hasta que de alguna manera empezó a ser cierto. Su abuelo había jugado en Estudiantes en la década del 40 (esto era cierto) y le consiguió una prueba en inferiores cuando tenía 15 años. Su padre le permitió jugar siempre que no dejara el estudio. Con sus amigos jugaba de 5, pero cuando fue a jugar lo mandaron a la zaga. En un momento no tuvo más lugar en Estudiantes y se fue a préstamo a Defensa y Justicia y después a San Telmo. A veces Ricardo cree que de haber nacido una clase social más abajo hubiera tenido más posibilidades de ser futbolista profesional.

Miguel Ángel Durán.

Miguel Ángel Durán.

Foto: Instagram de El Pájaro Durán

Por supuesto que en el cuento todo este trasfondo no iba a ser tan evidente para el lector. Esta es la parte profunda y oculta del personaje, la que, según la escuela de Hemingway, hay que conocer y sugerir, pero nunca mostrar. Lo que sí diría explícitamente Ricardo a su interlocutor es que en su equipo de la liga pre-senior juegan varios exjugadores profesionales. De camino a la cancha, le contaría al narrador que ese día van a jugar X e Y (jugadores casi desconocidos que llegaron a jugar en ascenso) y que por lo general juega Z (este sí es famoso, hasta jugó en la selección), con quien suele compartir el mediocampo. “Es una lástima que hoy no juegue Z”, diría Ricardo. Su equipo rival esa mañana sí está compuesto casi exclusivamente por exjugadores profesionales y, aunque suelen perder por goleada, a Ricardo le gusta jugar contra ellos porque es una manera de pertenecer. Algunos incluso lo han felicitado después de los partidos. Ricardo dirá que el año pasado le ofrecieron pasar a su equipo, pero que no lo hizo por no traicionar a sus compañeros. Aunque lógicamente no parece posible, el sueño de Ricardo es convertirse en un exjugador profesional. Esto tampoco sería explícito en el cuento, pero como no tengo que andar construyendo icebergs, ahora lo puedo decir sin problema.

5

Hace un par de años dejé de jugar fútbol 11 por una hernia de disco. Tampoco debería jugar en cancha de cinco, pero dejar el fútbol por completo me resulta como otro tipo de impotencia. Hace poco vi un video de unos veteranos que jugaban un campeonato de walking football. Las reglas básicas son: no se puede correr ni saltar. No se permite el contacto físico. No se puede levantar la pelota por encima de la altura de la cabeza. Para saber si un jugador está corriendo, no hay que medir su velocidad, sino corroborar el contacto de al menos un pie con el piso. No quiero ni pensar en las polémicas que una ley tan milimétrica como esta última podría generar en los partidos de los miércoles.

Luego de ocho años de relación estable con la estrecha cancha de la calle Amézaga, los jugadores de los miércoles ya sabemos exactamente qué se puede esperar de un partido, lo que hay que hacer para gozar, lo que hay que hacer para anular el goce ajeno, lo que hay que hacer para cumplir. Para bien y para mal, las contiendas se asemejan a partidas de ajedrez disputadas en un cuarto del tablero, un coito misionero entre peones, torres y alfiles. En la sobremesa después del partido últimamente estaba ocurriendo algo similar. La primera hora somos varios, pero luego siempre quedamos los mismos tres o cuatro y por momentos se sentía como que hablábamos en círculos. Ya no teníamos tema de conversación salvo que alguien se separara o hiciera explotar una embajada. La solución que encontramos es la de los viejos: sacar la silla a la vereda. Así nos quedamos varias horas fumando y tomando cerveza, abiertos al espectáculo nocturno de la calle. El dueño anterior de la cancha nos dejaba sacar las sillas y mesas, y a veces nos acercaba unas carnes que tiraba a la parrilla. Bajo la nueva gestión hay que aguantar parados o sentarse en la vereda, pero la ceremonia igual sigue valiendo la pena.

Con el tiempo fuimos descubriendo personajes recurrentes, y es una maravilla cuando hacen su aparición en tiempo y forma. Hay un hombre que pasa de este a oeste cerca de las diez de la noche y cuenta chistes que por lo general tienen el formato de pregunta y remate. Al principio eran chistes en contra de los arquitectos, luego fue ampliando el temario. Frena la marcha y suelta el chiste sin siquiera saludar. Ahora no puedo recordar ninguno, pero quizá sea mejor así, no tienen mucho sentido y sólo dan gracia porque el hombre tiene una risa psicótica contagiosa que larga como una metralleta mientras da unos pasitos extraños hacia atrás. Un poco después de las once hay una enfermera de unos cincuenta y cinco años que espera el bondi para ir al trabajo. Dice que tiene diez hijos, dos son humanos, dos perros y seis gatos. Estos últimos duermen con ella en la cama. Le gusta hacer referencias al tiempo y a los planetas. Le gustan las canciones de Sabina y la cerveza Patricia, pero ya no cree en el amor.

También hay una amplia colección de personas o cosas que pasan o que están, pero que rara vez interactúan: hay una señora que recorre la vereda de enfrente cada dos horas en un triciclo rojo; hay una tienda que ofrece velas, sahumerios y sospechamos que algo más; hay travestis que taconean de camino a bulevar Artigas; hay un perro de tres patas; hay una gigantografía de Figuretti en un balcón, ya casi desteñida por la lluvia; hay una iglesia evangélica en un local donde antes vendían productos congelados. A veces salen familias de la misa y nos miramos de una vereda a la otra.

6

El párrafo inicial del cuento que no voy a escribir quería mostrar a Ricardo como un tipo al que le gusta predecir y controlarlo todo. Ante la pregunta “¿como qué profesional jugás?”, respondería Toni Kroos, pero con menos cambio de frente. Otra cosa que quería ya instalar desde el inicio era la imagen de Ricardo en el auto pisando el acelerador, porque esto tiene que ver con un evento que iba a suceder luego y sin el cual el cuento no hubiera tenido sentido. En un momento (por suerte no tengo que pensar cómo hacerlo entrar de manera natural), Ricardo detiene el auto luego de cruzar un puente y se queda mirando la nada. Le pregunta a su interlocutor si puede guardar un secreto y ante la respuesta positiva le cuenta algo parecido a esto: “La última vez que jugamos contra el equipo de los exjugadores fue un martes de noche. El sábado anterior se había suspendido por lluvia. Y esa noche también se largó, pero todos estábamos como locos por jugar. A mí me encanta jugar con lluvia, le mete una cosa épica. Esa noche venía pensando en el partido, me gusta imaginar las jugadas, hago como un escaneo de posibles escenarios y soluciones para ganar un segundo si se llegan a dar en el juego. Cuestión que estaba cruzando el puente y, de repente, pumba, siento un golpe tremendo en el costado derecho del capó. Freno el auto donde estamos ahora y me quedo unos segundos con las manos temblando sobre el volante. No se veía nada. Estos focos hace diez años que no andan. Cuando me bajé del auto la ruta estaba vacía. El guardabarros tenía una abolladura, había sangre y unos pelos negros y cortos, pero no me podía dar cuenta si eran de perro o de persona. Calculé el lugar del choque y me acerqué caminando. Me asomé por la baranda del puente. Nada. No se veía nada. Fuera bicho o persona, andaba a pie por un lugar prohibido, pensé. Y además no podía quedarme mucho ahí porque a la vuelta arranca la villa y de noche se pone pesado. Hasta la gente de acá te dice que no pares ni en los semáforos. Miré el reloj. Faltaban veinte minutos para que arranque el partido. Me fui poniendo las vendas mientras manejaba y entré directo a la cancha. ¿Y sabés qué es lo más loco? Ese día jugué como los dioses. Tenía la mente en blanco, pero clarito todo. Era como que miraba el partido desde encima, iluminado, y podía controlar cada jugada como si la estuviera soñando. Cortaba, anticipaba, jugaba a un toque o a dos, todo el balance del mediocampo a mi entera discreción”.

7

Aunque no voy a escribir sobre el Pájaro Durán, le mandé una consulta por Whatsapp por el saludo de cumpleaños. Me respondió alguien que no era el Pájaro. Llegué a ver que escribió que el precio era 15 dólares, luego lo eliminó y puso 20. Le dije que había visto el precio anterior y me respondió que justo había aumentado la semana pasada. Lo revisé en la página y era cierto. Oficialmente los saludos habían subido de 15 a 20 dólares. Me indicaron que mandara el nombre de la cumpleañera y algún otro dato como para poder personalizar el saludo. Le puse que, al igual que el Pájaro, mi hija es re bostera. Al igual que el Pájaro también le gusta mucho jugar a la pelota. Va a una escuelita y juega en el liceo, pero no le interesa anotarse en un club. Si tuviera un hijo varón, creo que sería más difícil para mí no trasladarle mis taras y frustraciones, en la vida en general, pero sobre todo con el fútbol. Lo veo con mis amigos Ricardos. Apenas ven que sus hijos tienen algo de pasta van corriendo a anotarlos en algún club de primera. A mi hija, en cambio, la dejo jugar libremente, y aunque sea por motivos sexistas, el resultado en este caso es el mejor para todos.

8

Con un poco de ayuda de mis amigos pude recordar un par de chistes del contador de la calle Amézaga. Es difícil saber si la reconstrucción es correcta porque, como ya dije, los originales tienen una lógica extraordinaria y algunas veces hasta parecen improvisados. El primero. “¿Cómo se llama la pelea entre un maniático y un depresivo? Terminator vs Depredador”. El segundo fue a pedido porque esa noche vino a jugar un amigo francés y le preguntamos si sabía uno de franceses. El hombre pensó unos segundos y dijo: “¿Saben qué significa la ‘FRA’ de Francia? Fabula, reprocha, amenaza”. Le preguntamos por el resto de las letras, pero dijo que no lo sabía. Antes de seguir su camino repite siempre la misma pregunta: “Ustedes están los miércoles, ¿no?”.

9

Uno de los videos del Pájaro que más me gusta es el que está fijado al principio de su cuenta de Instagram. Está lloviendo sobre una calle de tierra y unos niños le tocan la puerta. “¿Nos prestás el fulbo, Pájaro?”, le preguntan. El Pájaro hace como que duda y les entrega la pelota. “Quizá les caigo”, advierte. Los niños se van caminando con la pelota bajo la lluvia. “Nos vemos en Disney”, dice uno. El biógrafo del Pájaro eligió “Have you ever seen the rain”, de Creedence, para musicalizar el video, pero yo me quedo atrapado en un detalle lingüístico. “¿Nos prestás el fulbo?”, le preguntan al Pájaro. No dicen pelota ni mucho menos balón. El fulbo es el elemento y también el juego, y en ese pliegue del lenguaje hay una manera de percibir el mundo.