Peñarol no jugó bien, en varios lapsos de la noche peligró su victoria, pero ganó: cosa de equipo grande. La calidad de sus jugadores, los cambios de Diego Aguirre y los golpes en los momentos clave explicaron un triunfo que no tuvo sustentos colectivos ni grandes aciertos futbolísticos.
El carbonero hizo dos goles en tres minutos para sacar de los pelos un trámite durísimo. Matías Arezo anotó el primero; tras un tiro de esquina y un remate que se iba desviado, el delantero la tocó en la trayectoria y convirtió: cosa de goleador. Al ratito lo liquidó Héctor Tito Villalba. Tras una gran asistencia de Arezo, que descargó perfecto, el argentino tiró la diagonal y remató potente, un golazo.
El primero fue entreverado y feo, el segundo estético y bien concebido. Los dos valieron lo mismo y, en conjunto, significaron tres puntos y la permanencia en la cima del Clausura, torneo que Peñarol tiene encaminado para levantar la copa.
La siesta inevitable
El domingo es para almorzar tarde, hacer la sobremesa más larga de lo habitual y desembocar en el fútbol que proponga el calendario. El plan suele ser disfrutable, salvo cuando te encontrás con un primer tiempo como el que regalaron, cual enemigos de la diversión, Peñarol y Danubio. Para el que asistió al espectáculo fue un bostezo; el que lo vio en su casa, sentado cómodamente, pudo meter un rato de siesta sin perderse nada.
Se jugó con muchísima intensidad, pero con escasa claridad. A Peñarol le costó lograr que sus jugadores clave –Leonardo Fernández y Maximiliano Silvera– tocaran la pelota en zona de influencia. Ante el bloque bajo del rival, no tuvo generación de ningún tipo y se repitió en centros mal tirados o algún remate desviado. Sobre el final llegó la mejor aproximación, con un tiro de Fernández que tapó Mauro Goicoechea.
Danubio metió mucha pierna en la mitad de la cancha; también le costó manejar el balón con criterio, fue un equipo que recuperó mucho, pero la perdió fácil. Lo mejor de los dirigidos por Gustavo Matosas estuvo en los envíos al área, en los que ganaron seguido en las alturas, pero sin poder imprimir la mejor dirección. La más clara del primer tiempo la tuvo Enrique Femia con un cabezazo que encontró bien parado al chileno Brayan Cortés.
Plata en el banco
El segundo tiempo fue malo para Peñarol, pese a que terminó bien. Más allá de que el carbonero estuvo lejos de su mejor rendimiento, hubo una mejoría respecto de la primera mitad. Diego García fue el abanderado, con una pelota que estrelló en el palo derecho de Goicoechea, que luego tuvo una gran doble atajada en una jugada que estaba invalidada por un fuera de juego dudoso.
Con bajas como la de Ignacio Sosa o David Terans, a Aguirre le quedó un plantel diezmado, con pocos revulsivos. Dentro de lo que tenía, mandó todo a la cancha. Mutaron los nombres, pero nunca salió de su formación inicial. Cuando los que ingresan son tan determinantes en el resultado, hay que darle el mérito al entrenador.
Fueron los goles y nada más. Peñarol no mejoró el rendimiento ni antes ni después de las conversiones, incluso tampoco en los tres minutos furiosos en los que anotó. Pero ganó, que en la recta final de cada campeonato es lo único que importa.
Danubio no tuvo tiempo ni plan B una vez que estuvo en desventaja. En el cierre, fue por inercia, pero sin claridad. Una pelota perdida que encontró Camilo Mayada hizo lucir al chileno Cortés, que se mandó su mejor atajada de la noche. El franjeado desperdició una linda oportunidad para soñar con llegar a copas internacionales.