La Copa AUF Uruguay, el campeonato más federal de nuestro fútbol, tiene un nuevo inscripto en la lista de los para siempre: Peñarol. El carbonero venció 2-0 a Plaza Colonia en la final en el estadio Centenario y alzó un trofeo que todavía no tenía en su vitrina. Lo hizo con justicia, superando a su rival con goles de Leonardo Fernández y del argentino Eric Remedi; lo hizo ante la fiesta de sus tribunas, que cuando alentaban siempre pedían el campeonato. Ahí está Peñarol campeón.
1. El fuego sagrado
La señora dijo hoy hay que salir campeón. Más vale, le contestó el gurí que llevaba de la mano. Unos hombres ensayaban un coro que hablaba del campeonato, de levantar la copa. Una familia pintada de oro y carbón, lo mismo. Cuando les pregunté por qué, contestaron porque esto es Peñarol. Entendí, pero comenté que era la Copa Uruguay, no el Uruguayo, y respondieron que era una final y las finales hay que ganarlas. Fui un poco más lejos y dije que, una vez, los dirigentes de Peñarol bajaron al equipo de esta copa. Pará, dijo el señor, los dirigentes que hagan lo que tengan que hacer y que lo hagan bien. Pero Peñarol es Peñarol y hay que salir campeón siempre. Siempre siempre, dijo, porque la historia manda.
2. Un tiempo a cero
Los primeros 45 minutos parecieron 180. Se hizo lento el trámite. No feo ni mal jugado, lejos de eso; pero sí cansino, con más imperfecciones que jugadas acertadas. La mitad de la cancha parecía fluida, pero era cuestión de metros: todo caía en las redes defensivas. Yvo Calleros y Segundo Pachamé fueron tenazas en Plaza Colonia; Ignacio Sosa y Jesús Trindade, lo mismo en Peñarol. Y para colmo del buen espectador, cuando las habilidades ofensivas sorteaban las respectivas mitades de cancha, las defensas estaban bien paradas, firmes, expeditivas –si fuera una crónica de antaño–.
Peñarol fue algo más, hay que decirlo. Hubo un tándem por la izquierda que funcionó bien. Lucas Hernández aprovechó la titularidad (por la lesión del capitán, Maximiliano Olivera) y se asoció bien con Sosa, siempre motivo de buen juego, y con Maximiliano Silvera, que de los dos 9 fue el que más se tiró por la banda. Sin embargo, más allá de lo amarillo y negro, la primera chance había sido de Plaza Colonia, cuando a los 4 minutos Santiago Otegui probó las manos del chileno Brayan Cortés. Después sí, eso del domino (leve) de Peñarol y las atajadas de Reyes, bien parado cuando lo probaron Silvera, Matías Arezo, Leonardo Fernández y el propio Hernández, que no sólo cerró su sector y generó proyección, sino que se dio la oportunidad de ir al ataque –cosa que hizo bien–.
Plaza, metidito en lo suyo, colita atrás para cerrar el arco y desde ahí jugar a la contra, tuvo un par de corridas interesantes; también, como manda la ley cuando se es punto, aprovechó cada pelota parada para mandarla al área. Fue en un envío volador que Benjamín Acosta la cabeceó medio llovida, lenta pero complicada, como a contrapié, y no fue gol por la buena volada hacia atrás de Cortés, que la tiró al córner.
3. El tiempo del final
Le hicieron bien los cambios a Peñarol. No porque antes estuviera jugando mal, sino porque los que entraron le dieron otra tónica a sus sectores: Pedro Milans es lateral y eso precisaba el carbonero en la banda derecha, no un Emanuel Gularte zaguero, al que le cuesta subir porque no es su metié; Steven Mühlethaler fue a jugar de puntero izquierdo y lo hizo bastante mejor que Jaime Báez, siendo cuña permanente en la defensa.
Con estas variantes, más otro ímpetu –que podríamos llamar vocación ofensiva–, el aurinegro acorraló a Plaza Colonia. Lo metió contra las cuerdas desde el minuto 47 –porque la primera fue coloniense, aunque sin peligro–: Peñarol llegaba por abajo, fuera por el centro o por las bandas, también lo hacía con remates de larga distancia, ni que hablar con centros buscando a Arezo. Reyes, el pobre Reyes que venía sacando todo, tuvo la mala suerte de que el remate de Fernández, fuerte aunque con la derecha, pegara en el palo y, cuando salía, diera en la espalda del arquero para entrar mansita. Más allá de la mala suerte, fue un 1-0 justificado.
Allá salió Plaza Colonia con hidalguía, sin ideas pero con ganas, con el estado físico que le quedaba, apenas renovado por el aire de los cambios, pero el arco le fue quedando lejísimos. Además, equivocó el camino, porque en la desesperación por empatar –está bien, es una final– empezó a tirar pelotas por arriba cuando todos los cambios eran más bajos de estatura que quienes salieron. Más claro: sacó a Alex Bruno, el único grandote en el ataque, y entraron Agustín Ocampo, Lucas Carrizo y Hebert Vergara, ninguno arriba del metro ochenta.
La hinchada cantaba que quería la copa y la tenía cerca. Con el correr de los minutos y antes del final del partido cayó el segundo cuando Eric Remedi la encontró en el área chica. Y ahí se bajó el telón del último acto. Cuando lo levantaron, volaron papelitos picados, luces de colores y una canción que decía “a mí me volvió loco ser de Peñarol”.
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