“Todos venimos de algún lugar, y es muy difícil que no resuenes con ciertas cosas en torno a de dónde venís. En mi caso, con la pregunta, con la disputa, con el afuera. Al mismo tiempo nuestro cuerpo, al haberse criado y haber aprendido formas de un fútbol mecanizante –casi extractivista, de agarrar el cuerpo, tomarlo, romperlo y vos atravesar eso sin sentirlo–, si no tenemos conciencia todo el tiempo, a cada rato, a cada paso, se activa el modo aprendido, y el modo aprendido de nuestro cuerpo es la incomodidad. Estamos viendo generaciones de atletas destruidos, que pasaron por el deporte de élite de manera hermosa, pero también muy poco sentida desde lo físico, y eso después se convierte en padecimiento. ¿De qué manera jugamos, de qué manera vivimos? ¿Qué soportamos? ¿A qué le dijimos que sí y a qué no le pudimos decir que no? Después de haber sentido dolor en el cuerpo, estas preguntas se me presentan como preguntas vitales”. Así empieza la conversación con Kurt Lutman, que extiende una colchoneta con la que viaja, para estar más cómodo, y se dispone a ser entrevistado por un amigo.
Del barrio Azcuénaga, en Rosario, a Montevideo hay un trecho, una serie de abrazos y un río que ni siquiera es un río. Lo trajo a Montevideo algo que se ha convertido en un motorcito en el mediocampo de su existencia: las charlas que brinda sobre deporte e inclusión desde hace varios años en clubes y barrios de Argentina y ahora de Uruguay. Escribir y vender sus propios libros es de ese motor el engranaje. Ahora sólo le quedan en PDF hasta que salga en papel el nuevo que ya se está escribiendo, y aquellos a los que pueden acceder ahora mismo pidiéndole directamente por Instagram. Lo recibieron en La Teja como si hubiera llegado en bici, como si no fuera la primera vez que pisaba el barrio gaucho, donde los colores de Progreso se extienden por Carlos María Ramírez. La charla sobre deporte e inclusión en infancias la organizaron militantes del Partido Socialista, estaba dirigida a docentes y referentes de colectivos barriales y se brindó en el complejo A Punto del barrio del oeste montevideano, una fábrica recuperada que se transformó en un espacio multidisciplinario, pero que sobre todo banca con tesón, que rima con corazón. “Cuando empezás a reconectar con el cuerpo”, continúa Lutman, ahora con la espalda estirada sobre el Uruguay, “te parece algo sagrado”. “Hay una deuda del deporte del alto rendimiento con el cuerpo”, concluye, “se sigue utilizando el cuerpo para explotarlo, para sacarle el mayor jugo posible y, si se lastima, se queda al costado del camino, lo tapan con diario y que pase el que sigue”. “Nosotros, que ya pasamos por ese lugar, podemos gritarles de lejos a los que van llegando que cierren los ojos un poco, que se descalccen, que pisen y que sientan”, expresa como un pedido, casi como un deber.
Los saberes, el repulgue de las empanadas y el título
Kurt Lutman es escritor y futbolista, padre de “la Francisca y el Juan”. Jugó en infantiles, en formativas y en la primera división de Newell’s Old Boys de Rosario, el sueño de la mitad del pueblo. Su padre, el Chiche Lutman, fue –y sigue siendo– el director técnico más ganador de las divisiones inferiores del club leproso. Su madre es lo más grande que hay. Después de jugar el Mundial sub 17 de Japón en 1993 con la camiseta de la selección argentina, el joven Kurt debutó en el fútbol grande y su presencia marcó un hito que tuvo que ver con cuidar la gallina, pero también con la madera de la que estaba hecho. Militó en H.I.J.O.S, se trepó al alambrado del Parque de la Independencia con la camiseta de Almafuerte y festejó un gol a Belgrano en los albores de un nuevo 24 de marzo, Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia en Argentina, con una camiseta que decía “Cárcel a Videla y a todos los milicos asesinos”. Se retiró a los 27, cuando las estrellas de rock se mueren. Pero antes se sacó el gusto de vestir la camiseta del Tomba Godoy Cruz de Mendoza y la de Huracán de Corrientes, de donde se trajo una puñalada propinada por el preparador físico.
“Yo no tengo un título de nada. Terminé en el nocturno, escribí cinco libros que tampoco significan nada, pero para una estructura formal no se esperaba que escribiera cinco libros. Además, era jugador de fútbol”, dice mientras el clima se confunde en Montevideo y no se sabe si es verano, si es invierno. “Creo mucho en eso que está desfigurado, eso que es inatrapable y es realidad, pero es imposible de cercar en un título que de repente te pide el Estado para trabajar. ¿Y los saberes de las doñas que hacen empanadas con repulgue durante 30 años que no tienen un título y son las mejores empanadas de Salta? O el tipo que jugó al fútbol. En las charlas me pasa que aparece uno que dice que jugó al fútbol 40 años pero no es futbolista. El subtítulo es “yo no llegué”. “Nos hicieron creer que para ser algo hay que llegar”: Kurt patea la imagen y cambia la escena.
Una cátedra que se llame Potrero
En la playa Ramírez unos guachos patean la pelota. Nuestra imagen con las piernas metidas en el agua de la bahía no es tan sólo simbólica. Los pibes juegan los kilos en la orilla. Cuando se meten al estuario es nuestro turno de pelotear como si hubiera cosas que nunca se olvidan. “Un tipo que jugó 40 o 50 años al fútbol en su barrio, toda su vida, que hizo de su barrio un laboratorio deportivo, se muere creyendo que no es futbolista. Pero lo recontra es, incluso si existiera una cátedra que se llame Potrero en la facultad, él podría dar esa materia”, dice cuando la pelota cae. Cuando la pelota para, es el momento de hablar. Después la pelota lleva la palabra.
“Darte cuenta de que sos mal compañero en la derrota es oro en polvo. Fue uno de los crecimientos más hermosos que tuve. En todos los análisis se busca la victoria, y todo lo que quede por fuera es condenable. Entonces no salimos de la orilla. No se meten en el misterio, en la profundidad de lo que está pasando en el partido. En su momento ibas a ver jugar a Newell’s y no sabías que estaban todos amenazados. ¿Cómo juega un cuerpo amenazado?”. Dice Kurt que el mismo fotógrafo le sacó la foto de la nota anterior en la diaria, pero que tenía más pelo. Lleva puesta una camiseta del mismo color de una bandera que ondea en la escollera empapada. Cortando el aire con el brazo le indico que casi todas las calles de Montevideo terminan en el Río de la Plata.
El problema de Bielsa, una ingeniería que queda de lado
Con el entrenador argentino Sebastián Becaccece durante la clasificación al Mundial de la selección ecuatoriana, y con Mariano Soso en su pasaje por Newell’s, Kurt tuvo una experiencia de trabajo personal que sintetiza de la siguiente manera: “Pensar con ellos a partir de una mirada abstraída, que está por fuera de la olla a presión cotidiana que te pide los tres puntos”. Encontró que tanto Mariano como Sebastián ya buscaban esa abstracción para enfocar mejor: “Becaccece cuando agarró Ecuador fue por todos los clubes y habló con todos los técnicos, trabajó en el respeto por el país y en reconocer la identidad, fue más allá del 4-4-2, se interesó por saber qué le pasaba a la familia de los futbolistas”, cuenta.
Los técnicos juegan un campeonato aparte: los primeros cinco partidos del campeonato. Al mismo tiempo, deben convencer a sus jugadores de que el objetivo, por ejemplo, salvarse del descenso o ir al Mundial, va más allá de los cinco partidos. Si seguimos con la lógica del despido por el resultado, debería quedar sólo el técnico campeón al final de cada torneo, o esa es, en efecto, la nueva lógica. “Hay un nivel de desquicio que el entrenador y el futbolista tienen que tener para entrar a un estadio estallado sin que esa presión te apague, te ponga rígido”, agrega. “Hay una ingeniería previa a lo técnico-táctico que es vincular y emocional, y es una linda discusión para estos tiempos porque no hay tiempo. Cuando un entrenador agarra un equipo no te dan tiempo, entonces lo vincular pasa a ser aledaño al proceso porque hay que ganar rápido. Cada vez hay distancias mucho más grandes entre los técnicos y los jugadores, y ese es un problema muy grande en el fútbol, se está dejando de lado una de las ingenierías que sostienen al equipo y lo hacen más efectivo, y no es una cuestión romántica, porque si estoy bien con mi compañero, técnicamente estoy más afilado, porque me siento contenido, porque me siento en sintonía, porque me siento seguro”. Los pibes sin técnico dejaron la playa.
Kurt cita a Alejandro Dolina para decir que hay técnicos que son como presos que están haciendo el pozo para que se escapen otros, porque van a morir en el intento. Los técnicos sí o sí arrastran lo que hicieron quienes estuvieron antes. “[Marcelo] Bielsa se ha alejado bastante de aquel personaje de los 90 que dramatizaba la derrota. Ahora su mayor problema es el vínculo con el lugar al que llega, con la historia del lugar al que llega y con los sujetos que componen ese lugar. Él instala una forma y quien no se acomoda a esa forma queda por fuera”, dice sobre su coterráneo, quien está en un momento bisagra previo al Mundial y que, a decir de Kurt, “si se da cuenta puede transformarlo”. “Todos tenemos problemas vinculares; lo que yo analizo es lo emocional, y ahí hay una herida, la herida del niño. Si querés puedo contarte las mías”.
“Hay lugares y jugadores que lo adoran y hay otros que no, y creo que tiene que ver con cómo marca la cancha”, explica. “No sé si tiene un gran poder de adaptación, de la historia del lugar, y hay jugadores a los que eso no les genera una contradicción, e incluso pueden entablar afecto, pero hay otros que sí les afecta. Casi nunca habló del Maestro Tabárez que fue quien lo precedió; eso me hace ruido: uno cuando llega a un lugar llega a una casa”, expresa Lutman, pero al mismo tiempo reconoce de Bielsa que “también tiene cosas maravillosas que tienen que ver con la ética y con la moral, que fueron vitales para que personas que buscaban un refugio dentro de un fútbol corrupto sintieran que existía también la imagen de Bielsa conviviendo con la lealtad, con la nobleza”.