“Hace siete años llegué con el sueño de jugar al más alto nivel. Pensé que pasaría toda mi vida aquí y siempre quise darles un anillo. El amor que me dieron es mucho más que lo que soñé. Para un pibe que vino de Eslovenia a Estados Unidos por primera vez, me hicieron sentir como en casa. [...] Dallas es un lugar especial, y sus hinchas también lo son. Muchas gracias, desde el fondo de mi corazón”.

Más o menos con estas palabras Luka Doncic se despidió de los Mavericks luego de haber sido traspasado a Los Angeles Lakers, en lo que fue el mercado invernal más trepidante de los últimos tiempos. El impacto fue brutal tanto por lo sorpresivo de la operación como por lo que significa que el base esloveno –presente y futuro de la NBA– recale en la franquicia más mediática del mejor básquetbol del mundo y comparta plantilla junto con el inoxidable LeBron James, quien el jueves se convirtió en el segundo jugador, luego de Michael Jordan, en anotar 40 o más puntos a los 40 años.

Desconcertado por la noticia y apremiado por el deadline, jugué una transición rápida con tres amigos para que sus voces, tan autorizadas como variopintas, echen luz a semejante sacudón.

El primero –jugador amateur, amante de la Euroliga y seguidor de Doncic de cuando explotó en Real Madrid– dice que “la perspectiva y el tiempo son crueles circunstancias que afectan cómo miramos las decisiones pasadas. Es imposible imaginar que Nico Harrison [mánager de Dallas, autor intelectual del traspaso] no sea juzgado a corto, mediano y largo plazo por un error tan grave y dañino para un mercado pequeño como Dallas. En lo deportivo, incluso ganando un anillo en los próximos tres años, va a ser una decisión lamentada en un par de décadas. En lo económico, y pensando en todos los beneficios directos e indirectos de tener una marca en sí misma como lo son las actuales superestrellas, dejar ir a una de las cinco caras más visibles de la liga es algo imposible de entender. Luka puede ser muchas cosas, puede entrenar menos que otros, puede no ser un atleta de élite, pero es un talento como pocos ha habido en el mundo del baloncesto mundial. Es un ganador y está entrando en sus mejores años. Me entristece de sólo pensar en la gente de Dallas a la que ya no le ilusionará ir al pabellón”. Y culmina categórico: “Quizás este año, aun con Kyrie [Irving] y Klay [Thompson], mantengan un atisbo de ilusión, pero ni la Tierra es plana ni hay océano en Dallas para navegar. Los ángeles sobrevuelan a los Lakers y los demonios acechan a los Mavericks”.

El segundo, rabioso hincha de los Warriors y ocasional denostador del niño maravilla, escribe: “A río revuelto, ganancia de Popovich”, un refrán tan ingenioso como desconcertante, quizás porque su desvelo está en cómo encajará el enigma Jimmy Butler en el equipo de San Francisco, ante lo cual se explaya y aclara: “Inexplicable e imperdonable dejar ir a una superestrella joven e identificada con la franquicia a cambio de alguien frágil físicamente [Anthony Davis] que ya demostró que no puede asumir el rol protagónico de un equipo”. Y agrega respecto de su preocupación mayor: “Al bastardo de Jordan lo queremos, pero está de vuelta, y juntarlo con Dray[mond Green] y [Stephen] Curry es mezclar frutillas con crema con alioli: está todo bueno, pero no se mezclan. El gran ganador es [el entrenador de San Antonio Spurs, Gregg] Popovich, juntó a [De’Aaron] Fox y [Victor] Wembanyama, en un año están definiendo la conferencia contra los Globetrotters de Oklahoma”.

El tercero, gran admirador de Doncic, de Nikola Jokic y prácticamente de todo lo balcánico más que cualquier otra cosa, primero duda: “No entiendo qué gana Dallas”, y luego, entre escala y escala, a la vuelta de un viaje de placer por Berlín, con más tiempo para la reflexión: “No bastan las palabras ni las especulaciones ni los datos, que pueden ser muchísimos. Dicen que se gestó tomando un café. ¿Nico Harrison lo habrá visto en la borra? En fin, como dicen, lo que se hereda no se roba, y Jeanie Buss, actual propietaria de los Lakers, hija de Jerry Buss, a quienes supimos conocer en la magistral ficción de HBO Winning Time, lo hizo de nuevo”.

Este lunes (madrugada del martes) debuta Doncic con la 77 púrpura y oro, y como concluye mi amigo en el freeshop, entre chocolates y perfumes, “tal vez no salgan campeones, tal vez no hagan el mejor básquetbol, pero lo que sí es cierto es que a los Lakers nadie dejará de verlos jugar”.