En un partido épico, con todos los escenarios posibles de juego y de clima, Soriano se consagró como campeón del Litoral, el más histórico de los campeonatos del Litoral, que se empezó a jugar hace 103 años, en 1922, bajo el impulso de Alberto Blas Langon. Hacía 25 años que los mercedarios no se reencontraban con aquel título que consiguieron la primera vez, en 1922.
Soriano lo ganó en los penales 5-3, con un fierrazo de Alain Batto, que le pegó zambombazo en el quinto penal para devolverle el título a Soriano después de un cuarto de siglo, en el que dos veces logró ser campeón del interior, pero que no había conseguido el ansiado título del Litoral.
Fue Batto, que justamente hace menos de un año, cuando ganó la Copa Nacional de Selecciones, decidió despedirse de la tricolor y ahora en esta fase de definición del título fue llamado para que volviera a la selección para ganar el título número 11 del Litoral.
Los 90 minutos de juego regulares terminaron 1-0 para los mercedarios que, a falta de 13’ para el final del partido, abrieron el marcador con el goleador de Independiente de Mercedes Carlos Larralde. Ese gol igualó el global 1-1, porque en Guichón los sanduceros habían ganado 1-0.
Se fueron a alargue y otra vez Larralde en el primer chico anotó para los mercedarios poniendo el 2-0 que les otorgaba el título, pero en el segundo tiempo de la prórroga el panadero de Piedras Coloradas Edison Echeveste puso el 2-1 que volvió a empatar todo en el global y que condujo a los penales. Tras cinco tiros acertados, la victoria fue para los mercedarios.
Otra final del Mundo
Los uruguayos jugamos miles de finales del mundo, pero acá en Nuestro Mundial, hay algunas que son muy especiales.
El pueblo.
Los aficionados del deporte conocen el momento. Es una sensación de éxtasis finita, que se transforma en horas o días de alegría que parece que será para siempre, pero que, a medida que pasa la vida, el tiempo, a medida que el recuerdo se agiganta exageradamente, sabe que será para siempre, mientras las neuronas puedan conectar ese recuerdo, y que allá en las revanchas del Google Calendar habrá otro enero que nos podrá conducir a dividir el carnaval de los sueños.
Los latidos del pueblo
Uno puede suponer los latidos del pueblo, imaginando la música de los tapones afinando sobre las baldosas del vestuario, la última peinada, el palmoteo nervioso y solemne, la taquicardia de la emoción, la presión de la responsabilidad, el placer de imaginar la redonda en el empeine, en la cabeza.
Cada verano es tiempo de esos aldeanos buscando la recompensa disfrazados de héroes de pantalón corto, con la camiseta-bandera del pueblo.
Los aficionados del deporte conocen el momento.
El fútbol es como la vida y siempre, pero siempre, hay una revancha que esconde un sueño, que pisa una frustración, que enciende una nueva ilusión, que es esta misma de estar viviendo y soñando con este campeonatazo. Algo nos atraviesa y es más que una pelota o una camiseta. Y esa es la razón inicial por la que, en las últimas horas, como cuando éramos gurises, estamos toda la semana esperando el partido.
El Köster estaba divino, lleno, de vecinos de La Coqueta del Hum, pero también de un montón de guichonenses. El 10% de su población estaba en Mercedes y el otro 90% allá en el pueblo atrás de las pantallas.
Hay una serie de circunstancias sociales, de vida cotidiana, de modo de vida, que engarzan la vivencia, y por eso hay quemaduras con el caño de escape del ciclomotor, escapadas al río, el club, la confitería, los resabios de algunas siestas perdidas y el escaloncito de la puerta de casa.
El fútbol del interior mantiene, aun con todas las agudas y dramáticas transformaciones de la vida, el espíritu señero que lo elevó a la condición de bandera y representación del lugar. La génesis del fenómeno, un grupo de muchachos o muchachas que se unen para jugar y representar la identidad del pago, a los que por definición se les van uniendo familia y amistades, vecinos o compañeros, y forasteros atraídos por distintas circunstancias, van construyendo por sí solos la épica de la trascendencia, reforzando adhesiones y pertenencias que van de generación en generación, de barrio en barrio y hasta de pueblo en pueblo.
Una maravilla.
Tas loco, muchacho.