Volvió el alma al cuerpo. Se fueron las calculadoras. Cayeron los goles, los puntos fueron celestes, se terminó la sequía; el Mundial 2026, el quinto en fila, está al caer: un punto alcanzará para clasificarse. Uruguay le ganó 2-0 a Venezuela en el Centenario cuando tenía que ganar.
Rodrigo Bentancur volvió y fue figura, casi que como siempre. Rodrigo Aguirre hizo lo que más le piden, un gol, y Giorgian de Arrascaeta hizo otro, que fue un golazo. La celeste ganó bien, sin sobresaltos, con goles en los momentos justos, y en setiembre, cuando primero reciba a Perú y luego visite a Chile, buscará el pase a una nueva Copa del Mundo.
1. Un tiempo es una cosa
Uruguay se paró en la cancha como para pasar por arriba a Venezuela. Desde el minuto 1 ya se vio que Bentancur iba a ser la manija y que la creación sería desde el centro hacia los costados y de ahí para arriba. Eso la celeste lo hace bien, el manual está aprendido, si se quiere, hasta los escalonamientos funcionan. Pero las defensas juegan, bloquean, defienden el espacio y no tanto el hombre, y ahí Uruguay parece quedarse sin ideas y vuelve con la pelota atrás, otra vez a empezar. O tira el centro.
Lo que hizo la selección para no tener que volver a empezar fue mandarla a la olla. Con cierto criterio, es verdad, tampoco es que la bamboleaban al área, pero al menos esos tiros generaron desestabilidad defensiva en una Venezuela que vino a hacer su trabajo: defender mucho y ver si había contragolpes.
La parte del libreto de levantar córneres no venía saliendo bien. Uruguay había tenido 7 y ninguno había caído donde tiene que caer: en uno de celeste, o en el espacio donde atacan los de celeste. Esos centros los tiró De Arrascaeta, que venía haciéndose cargo de la pelota quieta desde Asunción, sin éxito en todos los casos. El último del primer tiempo, cuando el reloj casi marcaba el final y ese 0-0 iba a pesar los kilos en el vestuario, lo tiró Maxi Araújo. Cayó justito: en la cabeza de Aguirre en el segundo palo, después de dos ataques peligrosos de Venezuela, antes del descanso, después de tres partidos y mil chiflidos sin goles. Valió mucho más que un gol el de Aguirre, aunque al descanso nos fuimos 1-0 arriba.
2. Sacarse la mufa
Hubo un momento en la historia reciente de Uruguay en que De Arrascaeta era pedido prácticamente por unanimidad. Es más, en el país de los tres millones de técnicos, cuando el Cocho entró y fue figura en el Mundial de Qatar, “todo el mundo lo sabía”.
Pero el fútbol va un poco más lejos de lo que todo el mundo sabe, y los rendimientos, las circunstancias, las ausencias por lesión o amonestaciones también tienen su lugar e incidencia en el juego. De Arrascaeta alternó buenos momentos y de los otros, tanto en la selección como en su equipo, Flamengo. Lo que sí es cierto es que nunca perdió su calidad.
Cuando fue a presionar junto con Bentancur en el arranque del segundo tiempo, ni miró. Concentrado, a puro reflejo. El Lolo la pescó, se la dio, y De Arrascaeta apenas arqueó la mira como para tener una referencia del arco. Era obvio que iba a sacar el rebenque, como sus parientes en el turf, pero para darle a otra bicha. El estadio entero gritó un gol que fue, también, sacarse todas las mufas, todas las que no fueron, la rabia eterna desde que no entraba. Y fue un golazo, porque hay que decir lo que es.
Después Uruguay reguló. Cedió pelota y espacio para buscar con contragolpes. Pareció lógico porque la vinotinto debía salir a buscar el partido. Sin embargo, Venezuela no salió como loca a descontar y la celeste se perdió una buena chance de seguir administrando todo lo que sabe cuando tiene la guinda en su poder.
3. Ahora hay que volver
En el Centenario fue bajando una niebla espesa, fría, como una cortina. Lo mismo pasó con el partido, ya lejos de las áreas, más allá de un par de sobresaltos que sirvieron para moverse un poco. La historia ya estaba consumada. Quedará ajustar cosas para volver a ser lo que se fue, sin perder el foco de lo positivo. Se ganó y fue un bálsamo.
Bien, Uruguay, así te quiero.
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