No sé a cuántos se lo había contado, ni siquiera sé si se lo había escuchado a mi voz interior: articulé mi pensamiento para que fuera un plan a ejecutar donde elegiría –y hasta trampearía– un partido de Luis Alberto Suárez Díaz para anticiparme a la elegía futbolística y cerrar en presente mi relación literaria y emocional con el héroe de mi vida deportiva.
Mi idea era onda “hago ese partido, uno bueno, de los que pensaba que ya no le quedarían muchos, y no escribo más del Lui en presente”, aunque de ninguna manera cerraría con candado el cajón de mis glosas y ditirambos por el mejor de mi mundo, porque, como dijo Bielsa, “el ídolo es patrimonio de la gente. El ídolo es un metal precioso para los más pobres”.
Sé perfectamente lo que una vez me dijo mi voz interior en una madrugada destemplada frente a la pantalla viendo al murgón de Inter Miami caerse a pedazos ante un equipo cualquiera sin que el Luis, ni Lio, ni ninguno de nosotros de este lado del Río de la Plata pudiéramos hacer nada.
Hasta esa noche, en cada momento en que parecía que todo estaba perdido y que se acababa lo que naturalmente sabíamos que se tenía que acabar, siempre le (nos) quedaba una para seguir creyendo, soñando. Suárez, con la 9 en pecho y espalda, es el mejor de mi mundo, el mundo que cambia todos los días, el mundo que es como un partido de fútbol, con caras serias, sonrisas, responsabilidades, éxitos, fracasos y sublimaciones.
Hemos sido testigos directos de una historia que en el presente ya fue vivida como algo épico, aun cuando no hubiese victorias, ni vuelta olímpica, ni copas levantadas, y entonces esa noche, como un manipulador del tiempo, de la biología y de nuestras emociones, como una despedida eternamente feliz, decidí que debía elegir el mejor final.
¡Tas loco, muchacho!
Es el fin de una noche helada del recién estrenado invierno austral en Uruguay. Es un lunes incómodo entre el frío, la lluvia y el viento ahí afuera, que se completa con toses, estornudos y estufas. Cuando termino de pelar mi última tangerina siento una sensación placentera que no condice con el ambiente. Fue otra vez él, Luis Suárez, el dueño de mis humores, como cuando Paco Espínola descubrió sin saber, y a través de una profunda e inexplicable tristeza, que era, sin saberlo, hincha de Peñarol.
Enseguida lo supe, enseguida sentí el calorcito y mi sonrisa indisimulable, y virtualmente me fui a la esquina, al murito de mis amigos, al rincón del recreo, al área chica de las alegrías, y les dije –a través de las redes–: “No me resigno a asumir la inapelable finitud deportiva del más grande futbolista que he podido disfrutar en plenitud. El Gordo no me deja, y con sus 38 años y las rodillas en la mano sigue siendo el mejor y saca de los pelos al equipo en el que esté. No hay otro igual. Ojalá lo haya para que otros millones de uruguayos puedan vivir lo que hemos vivido con Luis Suárez. Impresionante e inolvidable”.
23 de junio de 2025. Mundial de Clubes en Estados Unidos. Es el segundo tiempo. Suárez con 38 años y 150 días, después de 20 años jugando en Nacional, Groningen, Ajax, Liverpool, Barcelona, Atlético de Madrid, Gremio, la selección uruguaya e Inter de Miami, se hace de la pelota a metros del círculo central, de espaldas al arco contrario, cuando quedan metros y metros por galopar hasta la línea final de Palmeiras. Él ha corrido desde las profundidades del campo paulista hasta el medio para tratar de recibir y arrancar. Recibe con la zurda, gira 180 grados y con tres toques que equivalen a tres zancadas, derecha, izquierda, derecha, se saca de encima a dos brasileños y, allá lejos, empieza su carrera a la gloria fatua y finita del gol. Conduce a velocidad con cuatro toques de derecha, tantos como pasos acelerados dé su pesada carrera. Allá, al llegar al área, aparece otro de los tres palmeirenses que quedan para pararlo, y entonces el salteño mete un volantazo a su pesada carrocería y se escora a la izquierda haciendo pasar olímpicamente al zaguero que iba al cierre. Han pasado 27 segundos desde que arrancó y, ya en el área, volcado a la izquierda, sacude la zurda, la que alguna vez fue su pierna menos hábil, y en una misma acción, con su bombazo, vence al arquero y al otro defensa que venía al cierre, y hace explotar las redes. Golazo, gestado en la autogestión en 29 segundos y en media cancha. En 2010 con Ajax, en 2013 con Liverpool, en 2017 con Barcelona, en 2021 con Atlético de Madrid, en 2023 con Gremio pudo haber hecho muchas de estas, ¡pero estamos en 2025, Luis, tenés 38 años y medio y jugás en Inter de Miami!
Fue el segundo de los rosaditos de la Florida –en el primero metió una asistencia que te lo voglio dire– y el que aseguró su clasificación a los octavos de final del Mundial de Clubes. Suárez lo festejó con su sello, pero además metió un ¡silencio! de señas, dedo índice en vertical sobre sus labios, que en los vestuarios se decodifica con un cerrá la boca u otra cosa. Es que por esas tierras, y otras, no saben de la heroicidad épica e infinita de Luis ni de que viejos son los trapos.
Ni se les ocurra hablar de despedidas, o de ya está, o de ciclos cumplidos. Sean respetuosos con el futuro: mientras pueda estar en una cancha, el Luis siempre será nuestro héroe.
En 2015 escribí: “Ya arrancó con gruesas zancadas, ya sus caderas anchas y prodigiosas, como de madre a la hora del alumbramiento, han abierto una y otra vez el espacio para parir el gol, para darle vida a la victoria. Su cuerpo está preparado, su mente activa el instinto que le ha dado la naturaleza, la obligación que le ha generado la vida. Con paciente ansiedad espera el momento justo. La pelota va por fin hacia él, él sin fin va a la pelota y chas, el derechazo seco, imponente, va al fondo de las redes. ¡Chas! Yo he creído percibir el choque. Una sombra redonda y borrosa se agita violentamente dentro de la red. Aquí y ahora, allá y ayer, Luis es el mejor de mi mundo, el mundo que cambia todos los días, el mundo que es como un partido de fútbol, con caras serias, sonrisas, responsabilidades, éxitos, fracasos y sublimaciones”.
Me cago en la biología, en la finitud y en los tiempos y, ya que estamos, con Estados Unidos, la Florida y Disney, afirmo que Suárez es como Buzz Lightyear: “Al infinito y más allá”.