El mediodía del 20 de setiembre de 2000 no fue uno más. Todo el mundo hablaba de lo mismo: Milton Wynants había cortado una racha de 36 años de sequía en el medallero olímpico para Uruguay. En la televisión, las imágenes se reiteraban en loop. El Gorra, trepado en el segundo peldaño del podio, besaba la medalla y la alzaba con ambas manos, al tiempo que desde las gradas del velódromo Dunc Gray de Sídney uno de los uruguayos que se habían arrimado a ver la prueba gritaba: “Uruguay pa’ todo el mundo”.

¿Cómo era posible que ese sanducero pudiera estar besando una plata olímpica? ¿Cómo era posible que ese hombre que llegó a competir gracias a una wild card estuviese parado encima del podio? ¿Cómo era posible que un ciclista que tuvo que comprarse su bicicleta, competir con un enterito usado al que le tuvo que cortar las mangas porque le quedaban largas, emparchar un agujero con el número 23 y dejar el cierre abierto porque le apretaba, se colara por delante de los mejores en la especialidad?

No se trató de algún capricho del azar. Quizás fuera del ambiente ciclístico pocos sabían quién era Wynants, pero esa conquista había empezado a gestarse mucho tiempo antes.

El Gorra ya había ganado una Vuelta del Uruguay en 1996 y dos años más tarde una Rutas de América. Y antes de coronarse con las grandes carreras nacionales, acumulaba medallas en competencias internacionales de pista. Obtuvo medallas en 1994 en los Juegos Odesur de Valencia y en el Panamericano de Pista en Curicó y Talca. En 1995, en los Juegos Panamericanos de Mar del Plata, ganó la plata en la prueba por puntos, lo que le valió el cupo para competir en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, en los que culminó en undécimo lugar. En 1999 volvió a estar en el medallero panamericano al obtener el bronce en Winnipeg y, ese mismo año, en el Campeonato Mundial B de pista, celebrado en el Velódromo Municipal de Montevideo, Wynants entró segundo, quedándose en la puerta de la clasificación directa para Sídney, a la que accedió mediante una invitación gestionada por el Comité Olímpico Uruguayo y la Federación Ciclista del Uruguay.

“El ciclismo de pista no es algo que se trabaje tanto como en otros países, y lograr algo en la pista no es fácil. Yo le voy a poner mérito a lo que se hizo acá en Paysandú, cuando se logró hacer un velódromo por parte la intendencia. Eso fue muy importante. Nosotros teníamos algo nuevo que nos permitió ir afuera a competir en la prueba por puntos, que era compatible con la ruta”.

La compatibilidad está dada porque la prueba de puntos es una disciplina de fondo. Consiste en una competencia de 160 vueltas al velódromo de 250 metros (40 kilómetros), con un sprint cada diez vueltas, en los que se reparten 5, 3, 2 y 1 puntos para los primeros cuatros pedalistas que crucen la línea. En el caso del sprint final, los puntos se duplican. Pero el hándicap principal se da cuando algún competidor puede tomarle una vuelta al grupo, cosa que fue determinante para que el español Joan Llaneras se llevara el oro.

El Gorra llegó a la cita en Sídney con el objetivo de mejorar lo hecho cuatro años antes y para eso cuidó cada uno de los detalles. “Viajamos un mes y poco antes de la prueba. Gracias a la familia de Edi Sala, corredor profesional que competía en Italia, y al papá, que era uruguayo, quienes nos recibieron y atendieron como en casa. Nos llevaron a competir a Australia y a varios lugares para entrenar. Eso valió mucho”.

Pocos meses antes del viaje tuvo problemas con su bicicleta. Juntó dinero y viajó a Buenos Aires a comprarse una nueva: un cuadro Privitera de color rojo. En Sídney probó un par de ruedas que la organización le prestó y decidió usarlas.

Los detalles son los que hacen la diferencia, y en eso juega un rol importante el descanso: “Tenía la duda de que me perjudicara el desfile. Venía con la experiencia de Atlanta. Es muy emocionante. Todo deportista quiere estar ahí. Pero no es sólo el desfile, son las horas previas: a las tres de la tarde estás preparándote, hay que ir al estadio con todas las delegaciones. Al otro día hay que volver a entrenar y la fuerza y energía ya no es la misma. Dudé bastante: me ponía el saco, me sacaba el saco. Al final, me quedé a descansar”.

Y llegó ese 20 de setiembre

Pedaleó desde la villa olímpica hasta el velódromo. Les hizo caso a las sensaciones de las piernas y salió en busca del objetivo. “Era un corredor a sensaciones. Buscaba tener ritmo de competencia previo a la carrera. Llegar al día de la carrera con las antenitas prendidas”. Y en este tipo de prueba hay que tener todos los sentidos alerta. No sólo requiere resistencia, también la suficiente inteligencia para cosechar puntos cada diez vueltas y enganchar fugas que le permitan tomarle una vuelta al grupo.

“Mientras las sensaciones fueran buenas, la idea era ir para adelante y no esperar por nadie. Fui robando puntos. A falta de pocas vueltas, sabía que estaba el objetivo cumplido, que era estar entre los diez. Estuve en una fuga de siete corredores en la que iba el español Llaneras con nosotros. Él iba por la segunda vuelta y nosotros por la primera. Se la recuperamos a otros dos que antes se habían ido con Llaneras. Ahí supe que estaba entre los diez. Pero en un momento miré la pantalla y me posicionaba cuarto”.

Sólo quedaba un sprint. El que otorgaba puntos dobles. El que le permitió subirse al podio. “En el último sprint me pegué en la rueda de Llaneras, que marcaba un ritmo para que no se fuera nadie. Sabiendo que el último sprint era doble, crucé segundo y levanté el brazo, festejando que había llegado al tercer lugar de la general. Cuando me bajo, veo que era segundo”.

De empujes individuales

Wynants volvió a probar suerte en Atenas 2004. Llegó con otra presea de plata obtenida meses antes en el Mundial de Melbourne y salió por todo: ganó el primer embalaje y le sacó una vuelta al grupo. Luego fue decayendo el rendimiento, hasta caer al noveno lugar.

“Las sensaciones no fueron las mejores. Al principio sí, pero después me fui apagando. Veía la carrera, pero no tenía la fuerza. La preparación no fue la mejor; pudiendo ir a Europa fuimos a Estados Unidos, y esa no fue la mejor decisión. La diferencia horaria afectó un poco las horas de sueño, y el nivel de las competencias previas no fue el más adecuado. Después corrimos la Madison con [Agustín] Margalef y quedamos a los 10. Eso también fue bueno, porque era la primera participación que hacíamos a nivel olímpico, esa especialidad nunca se corrió ni siquiera en Uruguay”.

El impulso dado por la medalla olímpica se extinguió. Los apoyos mermaron y se esfumó la oportunidad de trabajar en proyectos que consolidasen al ciclismo.

“En 2004 Argentina llegó noveno y nosotros décimos. Cuatro años más tarde, Argentina oro y nosotros nos quedamos mirando... Hay que trabajar a largo plazo, hay que entender que una medalla no es de un año para otro. Mientras no se logre trabajar en un proyecto a largo plazo va a ser difícil y dependerá de cada ciclista”, dice. Muestra de ello son las destacadas actuaciones en Europa de Mauricio Moreira, Ciro Pérez, Éric Fagúndez y Thomas Silva, que tuvo un brillante debut en una gran vuelta.

A 25 años

Actualmente el Gorra pasa la semana en el velódromo de Paysandú, que lleva su nombre. Está al frente de la Escuela Departamental de Ciclismo, donde forma a jóvenes pedalistas.

“El objetivo de esta escuela es hacer entrenamientos, pero marcar un calendario nacional, que es el del Codecam, para que puedan estar presentes en esas competencias. Que tengan la motivación de entrenar para competir y aprender”, dice Milton, que hace hincapié en el apoyo de su esposa, Marlene, quien le da una mano con los más chiquitos, y el que recibe de la intendencia, que invirtió en mejoras en la infraestructura y contribuyó en el diseño de un calendario de competencias.

A partir del 26 de setiembre y todos los viernes de primavera, en la pista comenzarán competencias a modo de entrenamiento: chicos de 11 y 12 años, juveniles, sub 23, élite y master, “para que vayan fogueándose”. “Si el día de mañana esos chicos tienen la posibilidad de salir a competir afuera, van a poder ir con los ojos abiertos”.

A 25 años de aquella hazaña, Wynants sigue trabajando por el ciclismo. O, como él dice, hizo del ciclismo una forma de vida.