Había en los precios una pista, un indicio, un rastro que invitaba a ser seguido. Una percepción en los almacenes, un movimiento diferencial en las góndolas, un mensaje en la letra chica de los datos. Una intuición basada en dos premisas básicas y sencillas.

Por un lado, lo que nos cuenta la ley de Engel. A mediados del siglo XIX, Ernst Engel describió algo bastante intuitivo: cuanto más pobre es una familia, mayor es la proporción de su ingreso que gasta en comida.

Por otro lado, un hecho actual: la dinámica inflacionaria uruguaya del último tiempo vino impulsada por los alimentos. Mientras que desde abril de 2020 la inflación superó el 10%,1 la variación del precio de los alimentos rozó el 20% (y la carne sobrepasó el 30%, como bien mostraron los análisis del Índice de Precios del Asado con Picadita).

Estos dos elementos mostraban una pista, una posibilidad que se escondía bajo la inflación promedio: que la inflación que afecta a los sectores más humildes de Uruguay fuera mayor que la de los sectores más ricos.

Este artículo sigue esta pista y propone una forma de ver si efectivamente esto sucede, mediante la construcción de dos índices de precios: uno para los pobres y otro para los ricos. Allá vamos.

Los cálculos: el Índice de Precios de los Pobres y el Índice de Precios de los Ricos

La inflación se calcula con algo que se llama Índice de Precios al Consumo (IPC), que es el resumen de los precios de una canasta promedio nacional. Allí hay de todo: carne, talco para pies, diccionarios, queso untable, sandalias de cuero, desodorantes, pilas, ramos de flores, taxis, esponjas. Todos estos productos y más tienen su lugar en el IPC, y el Instituto Nacional de Estadística (INE) va recabando información sobre sus precios, la junta y hace un promedio para calcular la inflación. ¿Cómo hace ese promedio? A cada producto le asigna un peso diferente. Por ejemplo, la carne pesa 7,3% de la canasta; el desodorante, 0,34%; y el ramo de flores, 0,16%.

Si se suman todos los alimentos y las bebidas no alcohólicas, estos productos ocupan 26% de la canasta. Pero todos consumimos diferente, y en particular el peso de los alimentos depende del nivel de ingresos de las personas, como dijo el bueno de Engel. Entonces... ¿cuánto pesan los alimentos en hogares que no son el promedio? La respuesta, según la encuesta sobre la que se basó la construcción del IPC, es la siguiente: en el primer decil (el 10% más pobre de la población) los alimentos pesan 35%; en el último decil (el 10% más rico) los alimentos pesan sólo 11%.2

De esta forma –y abandonando eufemismos y tecnicismos que siempre hacen aburridos los nombres de los índices–, podemos construir tanto el Índice de Precios de los Pobres (IPP) como el Índice de Precios de los Ricos (IPR),3 modificando en la canasta del IPC el peso de los alimentos y bebidas no alcohólicas (y reponderando el resto de los componentes).4

Foto del artículo 'La inflación de los pobres y de los ricos'

Los resultados: en 2020 se verificó la mayor separación entre la inflación de los pobres y los ricos de los últimos diez años

En el gráfico se muestra la inflación de los pobres y de los ricos de los últimos diez años. Como se puede observar, en algunos períodos la inflación de los pobres fue menor que la de los ricos (por ejemplo, durante 2017, cuando la inflación de los pobres llegó a ser de 4,6%) y en otros momentos fue al revés (por ejemplo, en los últimos meses).5

Foto del artículo 'La inflación de los pobres y de los ricos'

En los últimos tiempos la inflación de los pobres siempre superó a la de los ricos, e incluso se llegó a un récord hace tan sólo tres meses, en plena pandemia, cuando en el mes de mayo la distancia entre las inflaciones de ambas poblaciones alcanzó el 2,7%. En dicho mes la inflación general fue de 11%, la inflación de los ricos fue de 9,4% y la inflación de los pobres alcanzó el 12,1%.

Foto del artículo 'La inflación de los pobres y de los ricos'

En la última década, el otro período en el que la inflación anual superó el 10% fue entre febrero y julio de 2016. El IPP y el IPR nos muestran dos situaciones diferentes en momentos de similar inflación: mientras que en el período de 2016 la inflación fue parecida para las personas con diferentes ingresos, durante 2020 la inflación de los pobres alcanzó el 12%, mientras que la de los ricos nunca superó el 10%.

Finalmente, cabe señalar que de los 104 meses analizados, en 70 meses la inflación interanual de los pobres fue mayor que la de los ricos. Es decir, de cada tres meses de la serie, en dos la inflación interanual de los pobres fue más alta que la de los ricos.6

La inflación de los pobres en las crisis

Este fenómeno de mayor inflación de los pobres durante la actual crisis nos lleva a pensar si no habrá sucedido lo mismo en la crisis de 2002. Para responder esta pregunta se puede aplicar el mismo método, pero para el IPC de aquel momento. Lo que se encuentra es que pasó algo similar: entre julio de 2002 y abril de 2005 la inflación de los pobres fue siempre superior a la de los ricos, y se alcanzó una distancia de 2,3 puntos porcentuales entre ambas inflaciones (en valores de inflación anual que llegaron a superar el 25%, muy por encima de los valores actuales).

Sofisticaciones posibles y comentario final

Quedan entonces presentados y a disposición del lector, de la comunidad económica y de toda la ciudadanía los índices de precios IPP e IPR. Se presentan en su primera versión, y como todo ejercicio humano pueden ser mejorados. Dejo al final, a pie de página, por si al lector le interesa, un conjunto de comentarios técnicos que podrían mejorar los índices. Tratan sobre formas alternativas y más complejas de construirlos, consideraciones sobre el lugar de compra, la encuesta a utilizar, la propia definición de ricos y pobres, la posibilidad de chequear con otros indicadores.

Dejo escritas estas sofisticaciones posibles del indicador para contar que estos ejercicios pueden ser mucho más complejos. Sin embargo, hay una pintura gruesa que no cambia ante eventuales precisiones técnicas: la inflación interanual en el primer semestre del año, que superó el 10%, vino empujada por los alimentos, y esto golpea más a quienes mayor proporción de su gasto dedican a estos productos, que son los pobres. Y es más relevante aún en la medida en que se da en un contexto de inflación más alta que el promedio de los últimos años, en medio de una importante crisis económica con una enorme pérdida de puestos de trabajo, récord histórico del seguro de paro, caída del ingreso de los hogares y aumento de la pobreza. Son un elemento más de economía descriptiva para ayudar a comprender mejor la coyuntura reciente.

La construcción de estos índices también invita a hacerse preguntas que podrían disparar otros ejercicios. ¿Qué sucedería si algunos cálculos se realizaran con estos índices de precios, como por ejemplo el salario real de los trabajadores más sumergidos, o la evolución real del salario mínimo? ¿Sería razonable utilizarlos como indexadores de algunas políticas sociales (la tarjeta Uruguay Social del Ministerio de Desarrollo Social, por ejemplo, no se ajusta por IPC, sino que se ajusta por la evolución del precio de los alimentos)? ¿El descenso de la pobreza en Uruguay en 2017 puede haber tenido que ver con la menor inflación de los pobres que hubo ese año?

El IPP y el IPR no buscan sustituir al IPC, sino ser sus amigos naturales, compañeros de camino para intentar mostrar cómo, a veces, lo que pasa en el promedio puede esconder diferencias entre los de arriba y los de abajo. Porque, como ya sabemos, en el mar de los promedios se ahogan los enanos.

Antecedentes nacionales e internacionales

Uruguay contó con un índice de precios similar a uno de los que se presentan en esta nota. Era el Índice de Precios de Consumo para Hogares de Menores Ingresos de Montevideo, que fue elaborado por el Instituto de Estadística (Iesta) de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República. Era un índice del tipo Laspeyres, tomaba la estructura de consumo de los primeros cinco deciles, el propio Iesta relevaba los precios, comenzó a monitorearse en el 1988 y fue discontinuado en 2012.

A nivel internacional también existen experiencias de índices de precios para subpoblaciones de ingresos. En Brasil existe el INPC (Índice Nacional de Preços ao Consumidor), que toma como referencia a familias con ingresos de entre uno y cinco salarios mínimos. En Estados Unidos existió el ejemplo del IPC de los pobres elaborado por Thesia Garner, David Johnson y Mary Kokoski, del Bureau of Labor Statistics. En su artículo recuerdan a Keneth Arrow, quien en 1958 ya planteaba la necesidad de “contar con índices de precios diferenciales para distintos niveles de ingreso”.

Agradezco los comentarios y aportes de Álvaro Fuentes, Maira Colacce, Cecilia Parada, Andrea Vigorito, Victoria González, y los integrantes del grupo Jueves. Los posibles errores y omisiones son de mi exclusiva responsabilidad. Esta y otras notas del Grupo Jueves pueden encontrarse en grupojuevesuy.wordpress.com.


  1. Salvo que se explicite lo contrario, cuando me refiera a inflación estaré hablando de inflación interanual. 

  2. Decidí utilizar la Encuesta Nacional de los Gastos e Ingresos de los Hogares (ENGIH) 2005-2006 porque es la base del actual IPC. Cuando se actualice el IPC con la nueva encuesta de gastos y hogares, sería bueno actualizar también el IPP y el IPR a partir de dicha encuesta. De todas formas, probé también realizar el ajuste con los pesos de la nueva encuesta, y el resultado se mantiene en términos cualitativos. 

  3. La exactitud del uso de los términos “pobres” y “ricos” es discutible, por varias razones: (i) estrictamente, según la definición del INE, los pobres en 2005 eran mucho más que 10%; (ii) no tenemos ninguna definición técnica de quiénes son los ricos (no hay una “línea de riqueza”). Sin embargo, mantengo el uso de los términos para simplificar la comunicación, y también por un criterio estético: llamarlos “Índices de precios del primer y último decil” es menos didáctico y entretenido, y bastante más feo. 

  4. Hay un par de formas alternativas para construir de forma más fina las canastas. La primera es construirlas modificando todos los componentes según la tabla de la página 140 del informe de la ENGIH. Hice esto como prueba y los resultados son prácticamente iguales a ajustar sólo por alimentos (y reponderando el resto de los productos). La segunda es entrar en la ENGIH y ponerse a programar para obtener las canastas que uno desee. Esto implicaría cambios no solamente entre los grandes rubros, sino también dentro de la propia canasta de alimentos, que en la realidad difiere entre pobres y ricos. Un tercer comentario es que las personas compran en lugares diferentes: el lugar de adquisición de alimentos de los pobres es fundamentalmente en almacenes, mientras que el de los ricos es en supermercados. Todos estos agregados implicarían muchísimo más trabajo, que podría ser muy interesante para un trabajo de tesis, pero excede lo necesario para un humilde artículo de prensa de dos páginas. De todas formas, ninguna de estas sofisticaciones alteraría sustancialmente las conclusiones a las que se arriba con este procedimiento sencillo. 

  5. Hay dos índices adicionales que se podría elaborar y comparar con los presentados en este artículo. El primero, para los pobres, es comparar el IPP con el deflactor implícito de la línea de pobreza (lo que exige hacer una canasta promedio única de las decenas posibles, ya que la canasta de la línea de pobreza varía según zona y cantidad de personas en el hogar). El segundo, para el IPR, es comparar su evolución con la de la canasta gerencial de Búsqueda

  6. Si se observa la inflación mensual también sucede lo mismo, pero 57% de las veces.