Esta es la tercera parte de una serie de cuatro artículos que funcionan de forma secuencial, y que abordan la desigualdad, la justicia, el mérito y el rol del mercado y el Estado desde distintas filosofías. Por su extensión, hay un artículo para cada día de la semana, salvo para el viernes, porque es viernes y estamos en primavera.
No tan distintos
Como Rawls, el economista y filósofo austríaco Friedrich Hayek (1899-1992) también repara en la arbitrariedad moral del talento y se opone a la idea de que los resultados del mercado reflejen méritos o merecimientos. En ese sentido, tanto el liberalismo de mercado de Hayek como el liberalismo igualitario de Rawls controvierten la noción meritocrática de que una sociedad justa es aquella que distribuye la renta y la riqueza en función de los merecimientos de cada persona. Según ambas filosofías, el mérito o merecimiento no constituye la base de la justicia.
Para el filósofo austríaco, los resultados del mercado solamente reflejan el valor que los consumidores le confieren a los bienes y servicios que producen las personas. No son, desde esta perspectiva, premios al mérito. Concretamente, el valor es un indicador que refleja la disposición a pagar de las personas por determinado producto, en tanto el mérito implica un juicio moral sobre lo que las personas se merecen.
No debemos, entonces, “moralizar en exceso las recompensas económicas”, asumiendo que son fiel reflejo del mérito de aquellas que las reciben. En una sociedad libre, lo que yo gano da cuenta del valor que las personas le asignan a los bienes y servicios que yo ofrezco, y eso está determinado por las contingencias de la oferta y la demanda de cada momento. Por eso este valor, si bien justifica las desigualdades, no tiene vínculo alguno con mi mérito, mis virtudes o la importancia moral de mi contribución; lo que ganan las personas no refleja lo que se merecen ganar. En palabras de Hayek:
“Una buena inteligencia o una magnífica voz, un rostro bello o una mano habilidosa, un cerebro ingenioso o una personalidad atractiva, son en gran medida tan independientes del mérito personal como las oportunidades o las experiencias que el poseedor haya tenido. En todos estos casos, el valor que la capacidad o los servicios de una persona supongan para nosotros y por los que recibe recompensa tienen poca relación con cualquier cosa que podamos denominar mérito”.1
Según esta lógica, un especulador financiero puede ganar sustancialmente más que una maestra, pese a que gestionar dinero pueda considerarse una labor menos admirable que contribuir a formar e inspirar a los niños. Aunque estemos de acuerdo con este argumento, y entendamos que es más loable la tarea de la maestra, la retribución que recibe cada uno corre por otras vías.
Como escribe Sandel, “las retribuciones y los salarios no son premios al buen carácter ni a las labores admirables, sino simples pagos que reflejan el valor económico de los bienes y servicios que los participantes ofrecen en el mercado”. Por eso el personaje de Breaking Bad, Walter White, gana ridículamente más como narcotraficante que como docente de química.2
No tan iguales
Que Shakira haya amasado una fortuna refleja que el valor de lo que ofrece es comparativamente superior al valor de lo que ofrece la mayoría -por eso no somos todos millonarios-. Y ese valor es una base legítima para las desigualdades. Sin embargo, no es equivalente a suponer que se la merece, porque es el resultado de un conjunto de arbitrariedades y contingencias que exceden a ella. Pese a que esto representa un punto de contacto con el liberalismo igualitario de Rawls, no tiene las mismas implicancias en relación con el rol redistributivo del Estado.
“Para Hayek, negar que las recompensas económicas sean una cuestión de mérito es una forma de repeler las demandas de redistribución”, escribe Sandel. Que ella no se la merezca no significa que se la merezca alguien más, ni que el Estado tenga que inmiscuirse para repartirla. En línea con la postura de Friedman recogida en el verso de “Cambalache”, Hayek se aparta de Rawls al negar que esa disociación genere la necesidad de un sistema fiscal redistributivo. Para él, todo intento de promover una mayor igualdad económica por esta vía será coercitivo y destructivo para una sociedad libre.
Aceptando la idea de que Shakira no merece moralmente los beneficios que el mercado le generó luego de sacar “¿Dónde están los ladrones?” (su primer disco, Magia, corrió con menos suerte), la cuestión pasa por determinar cómo distribuir esos beneficios: ¿corresponden al conjunto de la sociedad? ¿corresponden a los marginados en el fondo del ordenamiento social? ¿o corresponden enteramente a ella como dispuso la distribución primaria del mercado? Es en la respuesta a estas preguntas que ambos liberalismos, el de mercado y el igualitario, se divorcian.
Como fue analizado en la nota anterior, el filósofo estadounidense entiende que corresponden a la sociedad y deben operar en favor de los marginados. En contraste, para este filósofo austríaco corresponden enteramente a ella y no pueden confiscarse en aras de nada más. Para él, la única igualdad consistente con la libertad es la igualdad formal ante la ley. Cualquier intento de nivelar la cancha para compensar desigualdades será inútil y lesivo.
Dicho de otra manera, pretender igualar el punto de partida para todos requeriría que el Estado “controlase todas las condiciones relevantes para las posibilidades de cada individuo”, una misión imposible y “opuesta a la libertad”. “En la práctica, recompensar de acuerdo con el mérito debe significar premiar de acuerdo con un mérito señalado, mérito que otras gentes pueden reconocer y estar de acuerdo con él, y mérito que no es meramente juzgado por un solo y alto poder”.
¿Quién determina qué actividades y virtudes son meritorias? ¿Se puede alcanzar un consenso en torno a esto? No en una sociedad libre. “Una sociedad en la que se estatuyese la posición de los individuos en correspondencia con las ideas humanas del mérito sería el polo más diametralmente contrario a la sociedad libre”, advierte Hayek. Bajo esta lógica, todo intento de basar la justicia redistributiva en el mérito moral, y no en el valor económico, deriva en la coerción y viola la libertad de los individuos.
Además, diferenciar el mérito del valor contribuye a hacer más digeribles las desigualdades, porque “una sociedad en la cual se presumiese que los ingresos elevados son pruebas del mérito y los ingresos bajos falta del mismo, en la que se creyese universalmente que la posición y la remuneración se corresponde con el mérito [...] sería, probablemente, mucho más insufrible para quienes no triunfasen que otra en la que se reconociese francamente que no existe necesariamente una conexión entre el mérito y el éxito”.3
No tan distintos (de nuevo)
Si bien “Rawls no concibe la libertad en términos de mercado”, como sí lo hace Hayek, las dos posturas vuelven a acercarse al explorar el vínculo entre el mérito y la libertad. Para Rawls “la libertad consiste en vivir conforme a nuestra concepción de lo que es la vida buena, respetando el derecho de otras personas a hacer lo mismo”.4 Esto fue lo que nos condujo a los principios de justicia analizados en la nota anterior.
Sin embargo, como se dijo, estos principios no pretenden premiar el mérito, porque en las sociedades plurales todos diferimos en lo que entendemos como meritorio y “esos juicios dependen de unas concepciones en disputa sobre cuál es la mejor forma de vivir”.5 Por eso, desde la perspectiva rawlsiana, basar los principios de justicia en esas concepciones también socava la libertad, dado que “supone imponer a unos los valores de los otros y, por lo tanto, no respetar el derecho de todas las personas a elegir su concepción de la vida buena y a vivir conforme a ella”.6
¿No tan distintos?
Pese a sus diferencias, ambos coinciden en rechazar que las recompensas económicas deban reflejar lo que nos merecemos, y en las implicancias que eso puede tener sobre la libertad -aunque por camino distintos-. Esto confronta con la idea más arraigada que tenemos sobre lo que es justo, que es darle a cada quien lo que se merece. Como dijo Hayek, este divorcio entre méritos y recompensas “puede parecer, a primera vista, tan extraño y chocante”, que debo “pedir al lector que suspenda su juicio” hasta que lo haya explicado.
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