El final del cuento
El laureado escritor colombiano Gabriel García Márquez abrió Crónica de una muerte anunciada –su famosa novela de 1981– contando primero el final de la historia, para luego desentrañar las circunstancias de cómo se llegó a ese desenlace. Este artículo usa la misma estratagema, aun cuando por razones obvias no se ejecute con la misma maestría. El final de esta historia, o mejor dicho, uno de los posibles finales de la historia colectiva de Uruguay, es el de ser un país desarrollado en las próximas décadas. “¿Cómo se llega ahí?” es la pregunta que naturalmente surge a continuación, y que en gran medida desvela a un sinnúmero de personas de las diversas áreas económicas, sociales y políticas nacionales. Para un esbozo de respuesta a tan importante cuestión, sin embargo, primero conviene delinear someramente lo que significa ser “desarrollado”.
Desarrollo como libertad
Según el indio Amartya Sen, el desarrollo puede concebirse como un proceso de expansión de las libertades reales que disfrutan los individuos. Su libro Development as Freedom (Desarrollo y libertad, su título en español) de 1999 contrasta dicha idea con visiones más clásicas, que identifican principalmente este fenómeno con el crecimiento del producto, el aumento de las rentas personales y la industrialización. Ser un país desarrollado puede entenderse entonces como el lograr que estén dadas las posibilidades para que los individuos tengan la capacidad de expandir sus libertades reales. Esta definición posee un sesgo más filosófico y sociológico que economicista, si es que eso se puede decir acerca de un Premio Nobel de Economía.
Tres son los pilares fundamentales de este proceso: la salud, la educación y el empleo digno. La idea de desarrollo como libertad de los seres se apoya en ellos. En la libertad de una persona para ser lo que desee ser y también vivir como desee vivir, siempre que respete los derechos de los demás. La salud en este contexto no debe ser entendida únicamente como la atención médica que reciben los ciudadanos, sino que también refiere a la prevención de enfermedades, mediante una buena alimentación y un ambiente familiar propicio, donde exista la contención necesaria para desarrollarse saludablemente, tanto física como psicológica y espiritualmente, lo que se ha dado en llamar “el buen vivir”.
Teniendo como base el buen cuidado de la salud, en todas sus dimensiones, es que se puede enfocar esfuerzos luego en la educación, puesto que, sin la primera, ésta no podrá desarrollarse con amplitud. Sombrío recordatorio de las falencias existentes en este campo son los altos índices de abandono en la educación secundaria uruguaya y cómo esto es reflejo de realidades en los contextos socioeconómicos de donde provienen los alumnos y las dificultades que enfrentan.
En lo que refiere al empleo, este no resulta el mismo para todos los individuos, puesto que la desigualdad en el ingreso, el subempleo y la informalidad no permiten una similitud de oportunidades entre hogares. No todos tienen acceso a una alimentación adecuada o una familia que brinde el apoyo necesario para una mejor participación en los programas educativos y una posterior inserción laboral. Es así como los tres pilares están íntimamente relacionados y no pueden ser contemplados de forma aislada, puesto que cada uno tiene una fuerte incidencia sobre los otros.
Causas y resultados socioeconómicos
El húngaro Adam Szirmai propone en un artículo de 2012 un grupo de causas próximas, intermedias y últimas para entender por qué en el largo plazo algunos países o sociedades se desarrollan y otros se ven relegados. Basado en trabajos anteriores de figuras rutilantes de la economía mundial como Maddison, Abramovitz y Rodrik, este marco conceptual es usado hoy en día en las facultades nacionales, para entender cómo se da este fenómeno, y será el andamiaje teórico principal que sustenta este artículo.
Entre las causas inmediatas o próximas del desarrollo se encuentran el descubrimiento y la explotación de recursos naturales, el nivel de esfuerzo, el ahorro y la acumulación de capital, la inversión en educación y capital humano. También dentro de estas se hallan la eficiencia, el cambio estructural, las economías de escala, el cambio tecnológico, así como también –lisa y llanamente– el robo de recursos a otras sociedades, fruto del colonialismo. Todas estas resultan bastante intuitivas en su comprensión.
En segundo lugar se sitúan las causas intermedias, aunque esto no implica una relación temporal de precedencia entre ambas, ya que existe una retroalimentación entre los diferentes grupos de causas y los resultados socioeconómicos que producen. Se destacan en este conjunto las tendencias en demanda doméstica e internacional, las políticas económicas, sociales y tecnológicas, además de las variaciones en los términos de intercambio, que en su más cruda interpretación, refieren a cuántas unidades de un bien importado pueden ser adquiridas mediante la exportación de una unidad de bien nacional. De esta manera se logra un círculo virtuoso entre el aumento de la demanda doméstica o internacional, el crecimiento en la cuota de mercado del país exportador, o la mejora de los términos de intercambio y la propensión de los actores económicos para acumular capital físico y humano, lo que resulta en más crecimiento y mejor competitividad.
Las políticas económicas refieren tanto a políticas de índole comercial, macroeconómicas, estímulos a la innovación, así como a las referidas a la protección y bienestar social, que afectan la distribución de los frutos de este desarrollo económico. Interpretando estas políticas como factores intermedios se pone el acento en el hecho de que toda política desplegada está de cierta forma construida sobre y delimitada por un grupo de factores o causas últimas, como los intereses económicos, las instituciones y las estructuras de poder. Según la ya clásica definición del nobel estadounidense Douglass North, las instituciones a las que se aduce son las reglas del juego, los mecanismos diseñados por los seres humanos para dar forma y estructura a sus interacciones. Estas, junto a las políticas y a la cultura, proveen los incentivos que guían el comportamiento de los actores económicos.
Aquí es de fundamental relevancia el balance de poder entre clases. Factores sociales que resultan ser causas últimas del desarrollo incluyen los shocks externos, las condiciones geográficas, las tendencias de largo plazo en el conocimiento científico y tecnológico, así como también la evolución histórica, la cultura, actitudes y capacidades sociales, los cambios en la estructura y el relacionamiento de los grupos sociales y los movimientos de orden económico y político en el concierto internacional.
El elemento final de este puzzle consiste en los llamados resultados socioeconómicos. Estos incluyen la salud, educación, alfabetismo, niveles de consumo, niveles de pobreza, la distribución del ingreso y recursos, las oportunidades de empleo decente y la sostenibilidad ambiental. Estos resultados son los que verdaderamente importan al hablar de desarrollo, y es aquí donde se vuelve a los pilares en donde se apoya la idea de desarrollo de Sen. Ha de ser notado el hecho de que estas mejoras en los resultados sociales no son posibles sin incrementos en la capacidad productiva de largo plazo del país.
El crecimiento económico es una de las precondiciones esenciales para mejorar estos resultados. Las mejoras en educación y salud, así como en las condiciones generales de vida de la población, necesariamente necesitan de avances en las capacidades productivas. Asimismo, el nivel en que se transforman estas capacidades productivas en los resultados sociales deseados no solo depende de los patrones de crecimiento, sino también de la políticas económicosociales (causas intermedias), de los incentivos provistos por el marco institucional y de los niveles de inequidad presentes en la sociedad (causas últimas). Esto sirve para mostrar la naturaleza circular de esta causalidad en todos sus niveles y cómo las causas de cada tipo retroalimentan a las de los otros. El desarrollo en sí depende de todas a la vez.
El porqué de los mejores de la clase
Cuando desde estas costas se piensa en países desarrollados, el ideal a seguir aparece como las socialdemocracias escandinavas modernas o las del continente oceánico, particularmente Nueva Zelanda. Interesante ejercicio intelectual es no sólo analizar el presente de estas sociedades, sino también ver de qué forma llegaron a los estados de desarrollo que hoy en día poseen, tratando de descubrir posibles pistas, acerca de cómo conseguir los mismos resultados, o por lo menos, parecidos.
Si se mira a Islandia, país nórdico de alrededor de 350 mil habitantes, nacido a la vida independiente en junio de 1944 –lo cual lo hace más juvenil que varios de los más renombrados políticos uruguayos–, lo encontramos en los primeros lugares a nivel mundial en todos los índices de desarrollo. Finlandia, otra luminaria en cuanto a desarrollo y con particulares vínculos a Uruguay, vio la luz como país libre en junio de 1917. Nueva Zelanda, el “primo rico” del Uruguay, ha tenido un nexo muy estrecho con el Reino Unido a lo largo de su historia, a punto tal de no tener un día oficial de independencia. Noruega, por su parte, se separó del Reino de Suecia en agosto de 1905. Parece evidente que una corta existencia como estado independiente no tiene por qué resultar en un nivel de desarrollo inferior, así como tampoco el hecho de que las respectivas poblaciones sean comparativamente reducidas.
Estos países figuran entre los primeros puestos a nivel mundial en desarrollo humano, equidad en la distribución del ingreso y brecha de ingresos por género. Esto rebate el argumento común de que sólo países grandes logran ser desarrollados, ya que estos ni por extensión ni por población lo son. La consabida falta de un mercado interno profundo tampoco parece haber sido un obstáculo para ninguno de ellos. Otro argumento usado es el hecho de la presencia de recursos naturales y los correspondientes ingresos extraordinarios por concepto de su venta. Noruega descubrió enormes reservas de petróleo en 1969, pero eligió ahorrar la gran mayoría de las ganancias que provenían de su venta en un fondo soberano, The Oil Fund, el más grande del mundo, con activos por valor superior al trillón de dólares, para garantizar el bienestar de generaciones futuras.
Si se compara esto con Arabia Saudita –que descubrió petróleo en 1938–, se encuentra una diferencia notoria en un gran número de dimensiones referidas al desarrollo humano. La comparación vale para otros países también: Bolivia, poseedor de enormes reservas de gas natural, Venezuela, con las mayores reservas de petróleo del mundo, o Nigeria, otro miembro de la OPEP, la Organización de Países Exportadores de Petróleo.
La existencia de estos recursos no asegura desarrollo, lo que parece indicar que de nada sirve tener acceso a fondos, si las políticas que se implementan con ellos no logran el bienestar de la población. Esto nos devuelve a los pilares del desarrollo de Amartya Sen y a las diversas causas que lo originan. Islandia pasó en poco más de un siglo de ser una nación con una organización social casi feudal a finales del siglo XIX, donde los pobres que recibían ayuda de los gobiernos locales generaban una deuda que debían pagar, o donde el matrimonio era sólo permitido si el hombre era propietario de tierras suficientes para mantener una familia, a ser una sociedad moderna e igualitaria, que marca el rumbo en las temáticas desarrollistas.
También se podría pensar que en países plagados por crisis económicas cíclicas como los de América Latina, y en particular Uruguay, no es dable esperar que exista terreno fértil para una nación desarrollada. Sin embargo, en Islandia, los efectos de la crisis de 2008 cobraron una fuerza inusitada, sufriendo la quiebra de sus tres principales bancos privados, la devaluación de su moneda y niveles enormes de desempleo. Nueva Zelanda experimentó desde mediados de los setenta a mediados de los ochenta un número de crisis económicas interrelacionadas, con los dos shocks petroleros, además de desempleo e inflación crecientes, llegando al extremo del congelamiento de salarios y precios entre los años 1982 y 1984. Suecia enfrentó su propia debacle económica a principios de los noventa, cuando sus sectores bancarios e inmobiliarios colapsaron, aunado esto a un déficit fiscal estratosférico que llevó a la imposibilidad de pedir prestado por parte del gobierno y el derrumbe de su moneda.
El punto parece no ser entonces ni las riquezas naturales ni la extensión del territorio o de la población aisladamente ni siquiera el ser una nación con una larga historia o no padecer de crisis severas. El desarrollo parece ser una cuestión multicausal y que en gran medida tiene mucho que ver con elecciones, ideas y, en definitiva, voluntades.
Una hipótesis manejada en torno a la persistencia del subdesarrollo en las naciones latinoamericanas es que los colonizadores fueron españoles, con valores e instituciones mucho menos apropiadas para el establecimiento de sociedades justas, liberales y emprendedoras que sus contrapartidas anglosajonas. Su principal objetivo habiendo sido el de extraer las riquezas de sus colonias, no el de ayudarles a desarrollarse como territorios. Estos valores distintos tienen su reflejo en evoluciones distintas de las diversas sociedades coloniales, eventualmente llegando al presente con marcados contrastes en sus formas de gobernar y hacer política, la llamada dependencia histórica, o path dependence. Altos índices de corrupción y políticas cortoplacistas no ayudan a este panorama en el continente, en tanto en la otra punta del espectro, políticas de largo plazo, a las que se arriba por consensos de la sociedad toda, son la marca de las naciones desarrolladas en las que nos queremos ver reflejados.
Comentarios finales
Por cuestiones de longitud y quizás también de funcionalidad literaria, se han dejado de lado discusiones que son extremadamente relevantes en cuanto a la medición del desarrollo y la utilización de diversos tipos de indicadores para describir este proceso multifacético y multicausal. Se torna cada vez más importante poder medir el bienestar más allá de indicadores puramente económicos de primera generación (PIB, PIB per cápita) y aún de los que son combinación de indicadores económicos y sociales, los de segunda generación (Cualidad de la Vida Material), para llegar a los más modernos índices sociales, o de tercera generación (Índice de Desarrollo Humano). Esto requeriría un artículo separado.
Por último, es pertinente reflexionar sobre el final acerca de cómo el estado uruguayo tiene un rol fundamental a desempeñar para fortalecer los tres pilares antes mencionados, mediante políticas de salud, educación y empleo, y cómo estas acciones resultarían de vital importancia para lograr el desarrollo.
Como se ha mencionado, existen numerosas variables que influyen en el desarrollo de un país como Uruguay. El contexto histórico, recursos naturales, tecnología, inversión y relaciones comerciales con el resto del mundo –noticias recientes de las negociaciones de un tratado de libre comercio con China ayudan en este último respecto–, todos tienen importancia. Sin embargo, lo más importante a tener en cuenta, quizás no tanto desde una perspectiva académicamente económica, sino simplemente desde “la vereda”, mirando hacia esta gran construcción que llamamos estado uruguayo, es la “mentalidad” de los líderes, de cómo gobiernan, y el lograr ponerse de acuerdo para llevar a cabo políticas sociales, económicas, de comercio exterior y culturales de largo plazo, de consenso generalizado, sin importar colores partidarios, que en definitiva tiendan puentes hacia un desarrollo sostenido y amigable con el medio ambiente.
Una mitad de los autores de este artículo considera que el estado uruguayo y sus gobernantes tienen la responsabilidad de cambiar su “mentalidad individualista”, por una más “colectiva”. Se deben dejar la corrupción –aun cuando sus niveles sean más manejables que en otros lugares– y las miradas cortoplacistas, para apuntar a un proyecto de país desarrollado en las próximas décadas. Se tienen las herramientas y quizás bastaría con utilizarlas correctamente en pro de la sociedad toda y no de intereses políticopartidarios “egoístas”.
Aportar al bienestar del prójimo es aportar al bienestar propio, ya que nuestra prosperidad raramente es independiente de la prosperidad de quienes nos rodean. Esto es especialmente evidente desde un punto de vista económico. La cultura de “cada hombre (o mujer) por sí mismo” obvia el hecho de que quienes triunfan no lo hacen en una burbuja, abstraídos del medio, sino que son parte de una sociedad que los empodera, los respeta y les da las libertades para que sean sus mejores versiones.
La otra mitad... piensa exactamente igual.