De todos los anhelos humanos, difícil encontrar uno más intenso y persistente que la curiosidad de viajar en el tiempo. ¿Quién no ha soñado alguna vez con volver al pasado y verse a sí mismo de niño, a sus padres de jóvenes, a los dinosaurios? ¿Quién no ha deseado volver para corregir alguna mala decisión, susurrarse la respuesta correcta, darse ánimo para hablar con aquella persona que, quizá por timidez, quizá por inseguridad, se dejó ir en un momento y para siempre?

Además de desear volver al pasado, la humanidad siempre ha buscado pistas del futuro. El deseo de conocer el devenir puebla la historia humana. Profetas, adivinadores, escritores de ciencia ficción, científicos; todos han querido contarnos cómo serán los años venideros y siempre nos han tenido atentos como fiel auditorio. Toda religión contiene un anuncio de lo que vendrá. La persistencia de la astrología y el horóscopo en los diarios y medios de comunicación, en pleno siglo XXI, no es más que la confirmación de la intensa necesidad de conocer qué nos depara el futuro, más fuerte que la lógica o la razón.

Los economistas también, desde siempre, jugamos este juego. Intentamos prever el futuro, lo hacemos, erramos y explicamos por qué no se dio lo que dijimos que se daría (John Kenneth Galbraith avisó: “la única función de la predicción económica es hacer que la astrología parezca una profesión respetable”). Analizamos el pasado, intentando encontrar patrones entre las variables; intuimos que la economía no es lineal, que son ciclos, estaciones repetidas del eterno retorno, una serpiente que se come la cola.

Desde esta perspectiva, desde esta exploración temporal, 2020 ha irrumpido haciendo temblar los cimientos de lo predecible, las bases mismas de la economía mundial y local. Un resumen económico del año podría contener cifras y más cifras, que de poco sirven si no se anclan a lo verdaderamente relevante: ¿a qué momento del pasado económico nos llevó la máquina del tiempo de 2020? Con este enfoque prosigue el presente artículo.

La máquina del tiempo de 2020

Hubo algunas pistas que podríamos haber detectado; hubo adelantos, elementos del pasado que se colaban en el presente. Volvieron los Backstreet Boys, reapareció Fido Dido, se anunció una remake de Mi pobre angelito. Pero no supimos o no quisimos escuchar las señales.

Y llegó con todo su peso el 2020. La peste. A nivel mundial, la crisis económica asociada a la pandemia de la covid-19 es de un impacto con pocos precedentes en la historia económica, por lo profunda y abarcativa. Para encontrar un hecho de esta magnitud debemos viajar décadas en el tiempo, al blanco y negro, la época de las guerras mundiales o de la crisis del 29.

En el caso de Uruguay, el gobierno estima una caída del producto interno bruto (PBI) en 2020 de 5,8%. Estas estimaciones implican que el PIB de 2020 sería igual al de 2015; una patada en el pecho que nos hace retroceder cinco años. La magnitud de la caída nos hace recordar al terrible 2002, cuando caímos 7,7%.

Muy profundo y abrupto es el viaje en el tiempo del mercado de trabajo. Si bien las variables del mercado laboral ya mostraban un deterioro con respecto a los picos de 2014, la tasa de actividad y de empleo se desplomaron en abril de 2020 y cerraron el año en 55% y 61%, respectivamente. En carne y hueso: 60.000 personas perdieron su trabajo. El abrupto descenso que experimentó el empleo no se veía desde la crisis de 2002.

El salario real también ha mostrado una caída persistente, rompiendo una tendencia de aumento salarial que, año tras año, Uruguay tuvo durante la última década y media. Los salarios privados cayeron, los salarios públicos aumentaron en enero 5% menos que la inflación. Los ingresos de los hogares se ubicaron en 2020 7% por debajo del nivel que tenían en 2019. Para encontrar un año de caída salarial y de ingresos como la de 2020 debemos viajar 17 años hacia el pasado, hasta 2003.

Si bien no hay aún estimaciones oficiales, es claro que la pobreza aumentó. Estimaciones del Instituto de Economía de la Facultad de Ciencias Económicas y de Administración de la Universidad de la República (Udelar) calculan un aumento de la pobreza de 40%, ubicándose en 11,8%. En carne y hueso: más de 100.000 personas han caído en la pobreza. Para encontrar valores superiores a 10% también hay que configurar la máquina del tiempo para un viaje largo, a 2013 por lo menos; un retroceso de siete años. La abrupta vuelta de las ollas populares es la representación más icónica de este cambio en la estadística.

La inflación de 2020 alcanzó 9,4%. Si bien se mantiene en un dígito, es una de las inflaciones más altas del siglo XXI. Para encontrar una inflación anual igual hay que viajar a 2015; para encontrar una superior, a 2002 o 2003.

Finalmente, el déficit fiscal en 2020 fue de 6%, el mayor de las últimas tres décadas. Este aumento era esperable, dado el impacto de la pandemia, e incluso es bajo si se lo compara con los aumentos de déficit fiscal de otros países. Mientras que en Uruguay el déficit fiscal aumentó 1,6 puntos porcentuales (pp), el monitor fiscal del Fondo Monetario Internacional estima un aumento del déficit fiscal mundial de 8 pp (pasó de 3,8% en 2019 a 11,8% en 2020). Simplificadamente: los estados del mundo aumentaron su déficit fiscal, como respuesta a la crisis, cinco veces más que lo que lo hizo Uruguay. De esta forma, la apreciación sobre la evolución del déficit fiscal tiene ambigüedades: desde el punto de vista histórico nacional ha aumentado y llegado a un nivel alto; desde la perspectiva internacional ha sido un aumento moderado y muy lejano al promedio mundial.

Foto del artículo 'La máquina del tiempo de la economía: Balance de un año que nos hizo viajar al pasado'

Volver al futuro en 2021, o 2022, o 2023...

¿Cuánto demorará la economía en volver al punto de partida? Es difícil dar una respuesta concreta, primero porque la incertidumbre sobre el futuro en estos momentos es brutal, y segundo porque la respuesta depende de qué entendemos por “la economía”. ¿Estamos hablando del PIB, de los salarios, de la inversión, de la pobreza?

En cuanto a la producción nacional, el gobierno proyecta un repunte del PIB que implicaría en 2021 volver a los niveles de 2019. Los analistas privados y el Banco Central del Uruguay son menos optimistas: predicen que recién en 2022 o 2023 se volvería a los niveles de 2019.

El mercado de trabajo siempre tiene una recuperación más lenta. El profesor Carlos Grau destaca que luego de la crisis de 2002 el PIB tuvo un repunte durante los siguientes tres años, que no fue seguido por las variables socioeconómicas (el salario y el ingreso de los hogares continuaron cayendo y la pobreza aumentó). Para 2021 el Instituto Cuesta Duarte proyecta una nueva caída del salario real, de 3%. Y los analistas privados estiman para los próximos dos años tasas de desempleo superiores al 10%.

Según las proyecciones del gobierno contenidas en el Presupuesto, la inflación comenzaría a ceder y se ubicaría por debajo de 4% a finales del período, lo que sería una buena novedad histórica que sólo se logró en algunos meses de 2005. El gobierno también propone que el déficit fiscal se ubique en 2,5% del PIB en 2024, lo que también implicaría una disminución con respecto a los últimos años, aproximándose a los valores anteriores a 2012.

El pasado, el futuro y los ojos bizcos de Shiva

El hinduismo destina a Shiva la capacidad de ver, a través de sus tres ojos, todas las etapas del tiempo: uno mira al pasado, otro al presente y otro al futuro. Al observar la economía uruguaya desde las alturas del monte Kailash, Shiva tiene una cara extraña y bizca. Su ojo del presente se solapa con el del pasado, y miran juntos en la misma dirección.

Pero... ¿miran exactamente al mismo punto? El PIB de Uruguay cayó tanto en 2020 como en 2002, y sin embargo algo nos dice que este momento, si bien muy grave, no lo es tanto como el de la última crisis. Quizá la explicación radique en que los puntos de partida de una y otra crisis no son los mismos. Los niveles salariales, de empleo, de pobreza, la dinámica de crecimiento y distribución de los años previos, la regulación del sistema financiero, la institucionalidad del mercado de trabajo, la extensión y profundidad del sistema de seguridad social, son sustancialmente diferentes en 2001 y en 2019. Entre los escombros de la tormenta, una intuición positiva nos asalta: los 18 años que pasaron entre crisis y crisis no fueron en vano.

Quizá la discusión más fértil que tengamos para dar –y que excede el propósito de este artículo– es cómo el desarrollo del Estado de bienestar uruguayo de principios de siglo XXI es la fuente primigenia de explicación de dos argumentos aparentemente contrapuestos: para unos, la principal fortaleza –la red de protección social–; para otros, la principal debilidad –su contracara como déficit fiscal– de la capacidad de respuesta del país frente a la crisis de 2020. Dar esta discusión de forma inteligente no sólo nos servirá para entender mejor el presente y el pasado, sino que nos permitirá encarar el futuro de mejor manera. Por el bien de la economía, de los uruguayos y de la propia Shiva, a quien ya le debe doler la cabeza de tanto bizquear los ojos.

La máquina del tiempo presupuestal

2020 también fue escenario de definiciones que se condensan en el texto económico más importante del año: el Presupuesto nacional. ¿A qué momento del tiempo nos lleva la máquina del tiempo presupuestal? Sin duda, a un momento anterior con relación a la importancia del Estado en la economía. Esto puede ser bueno o malo, dependiendo de la concepción ideológica que cada uno tenga al respecto. Los más liberales tendrán el sentimiento de Jorge Manrique (“cómo a nuestro parecer / cualquiera tiempo pasado / fue mejor”); los más estatistas, el de Carlos Gardel y Alfredo Le Pera (“tengo miedo del encuentro / con el pasado que vuelve / a enfrentarse con mi vida”).

El camino hacia el futuro que nos muestra el Presupuesto es de retroceso del Estado: disminución de los ingresos y egresos del gobierno, de los salarios públicos, las jubilaciones, las transferencias y la inversión pública como porcentaje del PIB. El economista Germán Benítez estima que casi todos los incisos del Presupuesto mostrarían una retracción.

El Presupuesto nacional establece un conjunto de asignaciones de recursos y supuestos de evolución del PIB. Nótese que aquí lo importante no es si después los supuestos se cumplen o no (eso el tiempo lo dirá), sino deducir de estos la intención de evolución de los recursos públicos que tiene el gobierno. A fines ilustrativos, y siempre con el enfoque de nuestro viaje en el tiempo, podemos detenernos simplemente en dos áreas relevantes: la educación y la salud. En la dimensión educativa el presupuesto total de la Administración Nacional de la Educación Pública y la Udelar, como proporción del PIB, viajaría 12 años hacia el pasado: en 2024 tendría los valores de 2012. En cuanto a la salud pública, el ajuste fiscal en la Administración de los Servicios de Salud del Estado implicaría un viaje de sus recursos en proporción al PIB de 15 años en el tiempo: el presupuesto de 2024 sería igual al de 2009.

El autor agradece los enriquecedores comentarios de Marcos Soto y de Grupo Jueves. Esta y otras notas de Grupo Jueves pueden encontrarse en grupojuevesuy.wordpress.com.