Un fenómeno complejo que dispara debates en varios sentidos. En el mundo hubo una baja generalizada de la inflación y Uruguay mantiene niveles elevados; para el gerente de la Asesoría Económica del Banco Central, el ancho del rango actual “es apropiado” y según un analista no debe debatirse pensando que se llegará a un número mágico.

Estamos en una época de ideas binarias, contrapuntos básicos que intentan mostrar lo que está bien y mal. Por la experiencia práctica todos sabemos que la inflación, el fenómeno económico de aumento sostenido y generalizado de los precios, no es algo bueno: afecta el bienestar de la sociedad, erosionando a los agentes con ingresos fijos y a quienes consumen una mayor porción de su ingreso (hogares de menores ingresos), genera distorsiones en los precios relativos y también imprevisibilidad e incertidumbre financiera.

Entonces, su opuesto, que es la deflación (caída generalizada de los precios) debería suponer un mundo ideal. Sin embargo, no es así. De hecho, según la teoría económica, es señal de baja demanda, lo que suele llevar a una recesión con afectaciones varias, especialmente en lo que refiere a la deuda medida en términos reales.

Lo anterior ilustra que el fenómeno de los precios no es tan sencillo como parece. Tener un dato negativo, o deflación, no resulta algo deseable, por más que a priori lo pueda parecer. Obviamente, tampoco es deseable tener una inflación cercana a superar el umbral de un dígito.

Entonces, ¿cuánto es el nivel óptimo de inflación en el largo plazo? Con esa pregunta como disparador, disertaron el jueves tres economistas en el marco de las Jornadas Anuales de Economía del Banco Central del Uruguay (BCU). Se abordaron diversos aspectos de este fenómeno y, si bien no hubo consenso en torno a un número mágico, la discusión estuvo recostada sobre las formas de acercarse a ese valor ideal.

El “factor global” y los bancos centrales

Desde Chile participó Diego Gianelli, magíster en Macroeconomía Aplicada de la Universidad Católica de aquel país y actual gerente de Operaciones de Mercado del Banco Central chileno. Gianelli comenzó repasando que en los últimos 30 años en el mundo ocurrió “un proceso desinflacionario profundo, en economías avanzadas y emergentes”.

En esa línea, profundizó: “en los años ochenta y noventa los emergentes tenían una mediana en torno a 20% [de inflación] y eso ha bajado a 3% o 4%. En las economías avanzadas se pasó de niveles más bajos a valores menores. Se trata de un proceso que ha sido bastante parejo”. Asociado a esto, también cayó la dispersión entre los niveles de inflación de las distintas economías del mundo.

Foto del artículo '¿Cuánto es la inflación óptima? Ese número que afecta los bolsillos y por el que debaten los economistas'

A su entender, esto sugiere que más allá de los aspectos locales de cada país, “hay un factor común que mueve la inflación a nivel global que es más fuerte”. Gianelli mencionó un estudio del Banco Mundial que buscó poner en números cuánto del “factor global” explica la inflación de cada país, y concluyó que en el largo plazo -se tomaron datos de 1970 a 2017- en promedio esto es un 15%, y que el guarismo resulta mayor en los desarrollados que en los emergentes.

Lo último se asocia “al tipo de shock que recibe cada una de estas economías”, aunque el economista destacó que en los últimos 20 años “el factor común en los emergentes creció de forma bien importante [tuvo mayor peso]”.

Esto deriva en que “la mayor parte de las economías emergentes tienen inflación más baja, más parecida a la de economías avanzadas”. En los años setenta todos los países emergentes tenían inflación arriba de 10%, mientras que hoy “prácticamente el 80% tienen niveles menores a 5%”.

Gianelli subrayó que estos cambios en la inflación durante las últimas décadas ocurren pese a que “la volatilidad en el precio de los commodities y los términos de intercambio para los emergentes no han cambiado demasiado en el tiempo”.

Mencionó como explicaciones al mayor peso del factor global en el mundo “los shock externos” vinculados “a la creciente apertura de las economías emergentes desde los noventa y con más fuerza a partir del 2000”; también la incorporación de China a la Organización Mundial del Comercio (OMC), “un gran jugador que trajo oferta de trabajo barata y cambió el mapa del comercio global”; la caída de los costos de transporte, en especial el aéreo; el desarrollo de las cadenas de valor y más recientemente, “la penetración del comercio electrónico”.

“Todo esto se ha traducido en un proceso de bienes que han caído [en su valor] en el tiempo. La mediana de 42 economías muestra cómo los precios de los bienes, excluyendo la energía, han caído desde mediados de los 90 a la actualidad. La caída fue más intensa en la primera década del 2000, cuando China entró con fuerza al mapa mundial, y se frenó con la desaceleración de China y el avance de algunas medidas proteccionistas en los últimos años”, explicó el economista.

Añadió que el proceso se intensifica aún más a nivel de los servicios, donde hay “una clara tendencia decreciente” en materia de precios. Pero expuso que ambas bajas generalizadas “no son algo nuevo ni algo que haya cambiado en el tiempo”, por lo que no sirven como justificación de la caída global de los niveles de inflación.

¿Cuál es la hipótesis sobre este fenómeno? Gianelli señaló que “tiene que ver con una mejora en el manejo macroeconómico en general, pero especialmente en los emergentes”. Esto cobró mayor fuerza en las últimas dos décadas, sostuvo: “Hemos visto un uso creciente de distintos tipos de reglas fiscales y eso de alguna manera ordena el manejo macroeconómico y permite también a los bancos centrales tener una política monetaria más eficiente”. Como otro punto, apuntó que los bancos centrales “han ganado espacios de autonomía” y “se ha desterrado el financiamiento monetario del déficit fiscal” (emitir para cubrir el desfasaje entre los ingresos y egresos del Estado).

Sobre la gestión de los bancos centrales, Gianelli indicó que “en los últimos 30 años ha habido un aumento bien importante de los países que se manejan bajo metas de inflación”, desde que en 1989 lo hizo Nueva Zelanda. Del año 2000 en adelante, los emergentes fueron sumándose y actualmente entre 30% y 40% utiliza este método a nivel global, entre ellos Uruguay, que en 2020 cambió el instrumento de agregados monetarios por la tasa de interés.

Desde hace varios años el rango meta establecido por el BCU va de 3% a 7%, y los incumplimientos han sido más la regla que la excepción. Ese rango se ajustará a mitad del año próximo, quedando limitado entre 3% y 6%.

Los países con metas de inflación, subrayó Gianelli, consiguen hacer un mejor manejo de las expectativas y reducir los impactos de los shocks externos en sus economías. “En este esquema, ¿qué meta de inflación proponerse? La conclusión que surge de mirar la teoría y la evidencia comparada en esta materia es que cuesta bastante que los modelos de inflación óptima se alejen de 0%”, manifestó.

Complementó que para incorporar los shocks que reciben las economías y no afectar otras variables, habría que “moverse no muy lejos de 1,5% o 2%”, aunque reconoció “que uno en la práctica ve que la mayor parte de los bancos centrales ponen metas de inflación entre 2% y 3%”. El analista chileno añadió que “en la región hay varios desvíos” de estos objetivos, y señaló que “el caso de Uruguay sobresale, con una inflación bastante más alta que la meta establecida”.

Al cerrar su exposición dejó una advertencia: “Las buenas noticias respecto a la desinflación y el éxito de los bancos centrales [en el mundo en las últimas décadas] hay que mirarlas con una perspectiva histórica más larga, porque hemos visto en el pasado períodos donde la inflación descendió de manera consistente y se mantenía baja por un tiempo prolongado, y luego se ha mostrado que era reversible. Hay que estar atentos, porque algunas de estas buenas políticas podrían revertirse y hay riesgos acechando, como los temas fiscales y monetarios en las economías avanzadas”.

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Lo que no sabemos, la dialéctica y Zitarrosa

“Sobre la pregunta implícita de cuál debería ser el nivel de inflación a largo plazo, yo no lo sé y voy a tratar de argumentar por qué no sabemos demasiado como para discutir valores específicos. Discutir de niveles de inflación es complejo, aunque una vez que se fija una meta [de inflación por parte del banco central] lo importante es no cambiarla; es como una Constitución, se cambia cada tanto y por muy buenas razones”, lanzó como disparador el doctor en Economía Julio Garín, profesor asociado en la Robert Day School of Economics and Finance de Claremont McKenna College.

Garín repasó que la inflación es “un concepto que se explica a los estudiantes en el primer semestre y siempre pensamos que en períodos largos sabemos cómo dominarlo”, por su evolución asociada al crecimiento monetario. Sin embargo, no necesariamente siempre “es como creíamos”, y “a largo plazo no es un fenómeno [exclusivamente asociado] a la cantidad de dinero”.

También subrayó, como una interrogante relevante para responder al tópico del evento, “qué es un nivel óptimo, a qué nos referimos”. En esa línea, señaló que podrían observarse “series temporales pasadas” en Uruguay y “su relación con el crecimiento [económico]”, así como “mirar a otros países, qué han hecho”, para lograr “un valor promedio” que sea el objetivo.

“El problema de eso es que no es economía, sino una relación estadística, porque esa inflación es endógena a un montón de factores”, sostuvo. Como comparación, dijo que sería igual que pensar que si “hay alguien más inteligente que yo que estudia dos horas” para un examen, “a mí me va a ir igual estudiando el mismo tiempo”.

Cualquier metodología para calcular la inflación óptima “requiere primero simplificar la realidad, dado que hay muchos factores y piezas moviéndose”. Entonces, el modelo que se aplica para llegar a un número ideal de inflación “se mira desde la teoría económica y se justifica con una historia que nos hacemos sobre el comportamiento de los agentes”, y en ese proceso terminan imponiéndose “los que son buenos retóricamente, los de buena dialéctica”.

Luego de esta argumentación, Garín expresó: “Necesitamos un modelo y a partir de ahí discutir un número” de inflación óptima. A su vez, dijo no coincidir con Gianelli en que un valor ideal es 2%, ya que hay ejemplos de economías sanas con inflación más alta. “No hay nada especial acerca del 0% o del 2%”, indicó.

“El mensaje es que no hay un valor incondicional de inflación óptima”, advirtió. A su entender, el rango ideal debe depender “de la función”, “el lugar” y “el rol activo que se le dé a la política monetaria”.

“Cuando la discusión se enfoca en un número concreto y no damos lugar a que 2% sea tan razonable como 5% se cierran las puertas al debate. Y hoy podemos tener a alguien en el banco central que le guste 2%, y después uno que le gusta 4%. El problema se da porque vamos a cambiar la meta y no pudimos ponernos de acuerdo en un valor objetivo, y fuimos vehementes en la forma de defender un valor en concreto”, manifestó el economista uruguayo.

Más allá de ese debate, donde “hay mucho más consenso” es en que “lo importante” es lograr que “la volatilidad de la inflación” sea lo menos posible; es decir, que más allá del valor, pueda estabilizarse en un nivel.

Otra cuestión primordial, enfatizó, es respetar la meta definida. Manifestó que lo que se sabe en función de la teoría económica es que “cambiar ese valor es sustancialmente más costoso que seguir con el valor que elegimos”. En ese sentido, remarcó que “la meta de inflación ideal quizás sea la que elegimos dentro de los rangos aceptables”.

La estabilización de la evolución de los precios es clave por la importancia que tienen las expectativas en el devenir de la inflación. “Que la meta no se mueva permite anclar expectativas y hacer política monetaria” en función de ese objetivo. Ligado a esto, planteó que las expectativas de los agentes, y principalmente de las empresas, suelen determinar lo que ocurrirá con la inflación.

También mencionó, dentro de los asuntos a discutir, la mayor o menor independencia de los bancos centrales, “un debate que no se puede empezar con posiciones inamovibles”. Complementó que, por ejemplo, “Uruguay tiene preferencias redistributivas diferentes a otros países y tener un banco central independiente puede llevar a que dependiendo de los shocks de la economía, se pueda llevar adelante una política que tenga unos efectos redistributivos que no sean los que la sociedad votó”.

Volviendo a la actualidad, Garín evaluó como algo central que, tras la llegada de las nuevas autoridades al BCU, “se empezó a hablar de cuál debe ser la política monetaria, por primera vez hubo coraje de decir ‘esta es nuestra preferencia’”.

A este respecto, añadió: “Es bueno porque ordena el debate, nos dice dónde está parada la autoridad económica y sus jerarcas. Lo importante es no apurar el debate, tratar de salir de eso a un número específico de inflación. Pensar que en 10 años podemos mirar al hoy y decir ‘qué bien que fuimos despacio’”.

Para el cierre, y en línea con estas últimas expresiones, citó parte de una canción de Alfredo Zitarrosa, que dijo: “Debería estar en todas las oficinas públicas y el Parlamento”, en el entendido de que “a veces uno por apurarse termina no convenciendo a los que tomarán las decisiones después de nosotros [y llegado el momento surgen cambios] porque no estaban convencidos del cambio inicial que hicimos”.

“Lo que parece atraso
suele transformarse pronto
en cosas que para el tonto
son causa de su fracaso”

Diez décimas de saludo al pueblo argentino, de Alfredo Zitarrosa

Los argumentos detrás del actual rango objetivo

En contraposición al exponente anterior, Gerardo Licandro, gerente de Asesoría Económica del BCU y doctor en Economía de la Universidad de California en Los Ángeles, planteó que en su disertación iba “a justificar por qué tenemos que pensar y hablar de un número” de inflación óptima, trayendo el debate a la realidad de Uruguay.

Mostrando un gráfico sobre la historia de la inflación en el país, indicó que “estamos lejos del peor momento” en términos inflacionarios y calificó de “desastre” los tiempos en que “tratábamos de financiar al sector público con las cuentas del banco central”.

El mojón fue “después del 2002”, ya que se pudo lograr “la estabilización” de la inflación mediante “cambios institucionales y prácticas” que habían iniciado en la década anterior. “A partir de ahí tenemos una inflación relativamente baja y mucho más estable que antes. Es notoriamente diferente el nivel y la volatilidad”, expresó.

Pese a esta argumentación, Licandro también subrayó que “todavía estamos muy mal en términos de niveles en la comparación internacional”, y que “la volatilidad de nuestra inflación también es más grande y por ende los cambios de precios relativos son más fuertes”.

Ligado a esto último, introdujo un punto sobre el que volvió varias veces en su presentación: “el punto de partida” de Uruguay respecto a su moneda, que tiene poca penetración en materia de créditos, en particular de las empresas.

“La literatura muestra que hay una relación negativa entre la inflación y el crecimiento, sobre todo a niveles de inflación elevados. En Uruguay, según estudios que se han encargado, ese umbral tomando economías similares, estaría en 8%; lo que quiere decir que, si en promedio la inflación está por encima, el crecimiento disminuye. Pero también hay otro problema, y es que a partir de determinados niveles de volatilidad nominal, desaparece la moneda doméstica y los sistemas se indexan; en nuestro caso esa indexación es al dólar”, analizó el jerarca del BCU.

Por lo antedicho, subrayó que el objetivo debe ser “bajar la inflación de largo plazo”. Sobre cómo se determina para Uruguay cuál es el umbral óptimo al que hay que aspirar de inflación, explicó que a nivel económico “después de [Milton] Friedman se dijo que debería ser 0%, pero como lo medimos con el índice de precios del consumo [IPC], que es un instrumento imperfecto porque tiene sesgos, el 2% viene de sumarle [al 0%] sesgos de calidad y de composición de la canasta que mide el IPC”. Aclaró que no hay evidencia de que “esos sesgos son mayores en Uruguay que en otros lados”, y se replican las estimaciones de otros países para llegar al número.

También mencionó como aspectos a valorar en materia de precios el rol de la inflación para “suavizar los ciclos” de la economía: “Cuando hay un shock negativo, en presencia de rigideces nominales la inflación puede dar una mano para licuar los efectos sobre el desempleo y generar una situación menos dura sobre el nivel de actividad”, repasó.

Los países pequeños, que suelen ser “menos diversificados y más abiertos”, establecen “objetivos de inflación un poco más elevados y un ancho del rango más grande también”, para poder atenuar los impactos de un shock externo.

Retomando un punto anterior, Licandro subrayó que Uruguay sufre “un problema de indexación, la inflación alta hace que desaparezca el sistema financiero en pesos y se indexe [al dólar]”. Señaló que hay “experiencia acumulada” sobre lo nocivo que resulta esto para las empresas locales, que recurren a moneda extranjera para tomar crédito.

Por lo repasado, y por otros argumentos ligados al rol del BCU establecido en su carta orgánica -que limita “el uso fiscal de la inflación”-, el jerarca sostuvo: “Pensando en desarrollar un sistema financiero en moneda nacional, Uruguay debería tener la inflación más baja posible de largo plazo. Es una forma de tratar de diferenciarse en calidad, un objetivo bajo, aunque no tan bajo como los países desarrollados porque tenemos shocks más grandes. Por tanto, debería ser algo más alto, no hay un número mágico, ahora entiendo que sería cercano a 3%”.

Licandro defendió el rango objetivo actual como “el apropiado”, en línea con otros países que utilizan el sistema de metas de inflación. “En materia de ancho del rango, en los últimos años en Uruguay hay que notar que la inflación estuvo 79% del tiempo en un entorno de 3% de la inflación promedio del período, que fue cercana a 8%. Esto muestra que no es que no se pueda contener la inflación”. Lo último refiere a que la evolución estuvo en línea con el objetivo, lo que hace elevado el nivel de inflación es el punto de partida, que no se pudo reducir.

Luego de las tres exposiciones, Diego Labat, presidente del BCU, celebró que la mesa de expertos “mueva el debate y ponga el tema arriba de la mesa, porque es el mejor camino para que termine habiendo cierto consenso”. Consultó a Garín sobre su planteo y sobre “cómo resolvería el tema”, bajo el entendido de que la autoridad monetaria “algún número debe poner para marcar una señal” en materia de expectativas de inflación.

“Hablé desde la comodidad de estar en la academia y no tener el apremio de decir un número. Sí hay que poner un número y es importante hacerlo, pero considero que ha habido cierta vehemencia en un número en particular, sea 2% o 5%. Tenemos ignorancia acerca del rango y, a medida que más aprendemos, el rango de inflación óptima suele aumentar un poco”, cerró Garín.