Según alerta el organismo, 2022 arrancó bajo condiciones más débiles de lo esperado meses atrás, producto de una combinación de factores: el avance de la variante ómicron y las consecuentes restricciones que algunos países han tenido que desplegar, el repunte de la inflación asociado al encarecimiento de la energía y los trastornos en la cadena de suministro, y la pérdida de dinamismo en China como resultado de la contracción de su sector inmobiliario (que representa cerca de 20% del PIB) y de la desaceleración “imprevista” de la recuperación del consumo privado.
En este contexto, se prevé que el crecimiento mundial se modere de 5,9% en 2021 a 4,4% en 2022. Esto supone, en relación con el informe de octubre, una revisión a la baja de medio punto porcentual explicada por un panorama menos alentador en China y Estados Unidos (que entre ambas representan, medidas a paridad de poder de compra, cerca de 35% del PIB mundial).
En el caso de Estados Unidos, la corrección a la baja fue significativa: el país crecería 4% este año, 1,2 puntos porcentuales menos de lo que se estimaba en octubre. Detrás de lo anterior pesó la revisión del impacto asociado al programa fiscal (Build Back Better), el repliegue anticipado de la política monetaria (para contener la inflación) y los continuos trastornos en la órbita de la producción asociados al avance del virus.
En el caso de China, la expansión del PIB prevista para este año es de 4,8%. La corrección fue de 0,8 puntos porcentuales a la baja y se explica por el impacto de la política de tolerancia cero covid-19 y por las dificultades y tensiones alojadas dentro del sector inmobiliario (cuyo ejemplo paradigmático es el de la empresa Evergrande).
Para el año que viene, por su parte, la proyección del FMI apunta a una desaceleración del crecimiento mundial, que se situaría en el entorno de 3,8% (levemente por encima de lo proyectado meses atrás).
En el frente inflacionario, el organismo anticipa que las presiones sobre los precios persistirán este año y en todos los casos las estimaciones superan las realizadas meses atrás (gráfico 2).
Según señala el organismo, los precios de los combustibles fósiles prácticamente se duplicaron en el último año, encareciendo la energía y apuntalando el alza general de los precios, especialmente en Europa. En Estados Unidos, la dinámica de los precios estuvo marcada por las perturbaciones de la cadena de suministro, la congestión en los puertos, las limitaciones de las operaciones en tierra y la fuerte demanda de bienes. En América Latina, por su parte, fue el encarecimiento de los bienes importados la principal fuerza de empuje inflacionario.
No obstante, el empuje inflacionario debería ir perdiendo intensidad en el correr del año, a medida que se vayan normalizando los desequilibrios de la oferta (los cuellos de botella logísticos) y de la demanda (la reorientación del consumo de los bienes hacia los servicios y el retiro de los apoyos), y que las condiciones monetarias se tornen más restrictivas (dado el aumento de las tasas de interés que está previsto en la mayoría de los países).
“Al comienzo del tercer año de la pandemia, se han perdido 5,5 millones de vidas en el mundo entero, y las pérdidas económicas se aproximarían a US$ 13,8 billones hasta fines de 2024, en relación con los pronósticos previos a la pandemia”.
Si bien el viraje restrictivo en la órbita de la política monetaria restaría presión sobre la inflación global, podría suponer una amenaza adicional para consolidar la senda de la recuperación que comenzó el año pasado en forma de rebote, dado que podría afectar la estabilidad financiera y ser particularmente nociva para los países emergentes (con niveles de deuda inusitadamente elevados y menor margen de financiamiento). Además, esta no es la única amenaza sobre la recuperación por fuera de los riesgos sanitarios, que han sido la constante desde que comenzó la pandemia.
En efecto, “las tensiones geopolíticas siguen siendo agudas, y la actual emergencia climática sigue arrastrando una fuerte probabilidad de grandes catástrofes naturales”. Estas tensiones, particularmente intensas en Europa del Este y Asia Oriental, podrían afectar el suministro de energía, el comercio internacional y la cooperación en materia de políticas (calve en el frente sanitario dada la enorme brecha de vacunación que todavía persiste).
Además, el informe alerta sobre el nuevo aumento del malestar social, que había mermado al principio de la pandemia y que resurge alimentado por el encarecimiento de los alimentos y de la energía. Por último, “muchos de los aumentos de aranceles introducidos durante 2018-19 siguen vigentes, y las fricciones tecnológicas entre países siguen siendo notables”.
Al margen de lo anterior, y aun considerando la continuidad de la reactivación mundial bajo las mismas condiciones que estuvieron vigentes durante la segunda mitad de 2021, las brechas entre los países se profundizarán. En efecto, “persiste una preocupante divergencia de las perspectivas de los distintos países”, que podría agudizarse a la luz de los riesgos descritos más arriba.
Por un lado, el FMI proyecta que las economías avanzadas retomarán la tendencia previa a la pandemia este año. Por el otro, las economías emergentes y en desarrollo enfrentarán pérdidas importantes del producto a mediano plazo. “Según las estimaciones, en 2021 había alrededor de 70 millones más de personas indigentes que lo que medían las tendencias antes de la pandemia, lo que significa que la lucha contra la pobreza retrocedió varios años”.