“El vals brasileño”: el despegue que no fue
Hace más de dos décadas Goldman Sachs sugirió que Brasil, Rusia, India y China llegarían a dominar el mundo, anticipando el auge de lo que categorizarían como los BRICs. Ocho años más tarde, el despegue del Cristo Redentor ilustraba la portada de la revista británica The Economist: “Brasil despega”, titulaba. Sin embargo, ninguno de estos augurios terminaría de materializarse.
El primer golpe a la economía vino desde afuera, cuando el viento de cola que había impulsado el desempeño regional durante la década anterior comenzó a cambiar de sentido en 2014. A ese cambio en el contexto externo se le sumó luego la crisis política que derivó en el impeachment de Dilma Rousseff, lo que terminó de arrastrar la economía brasileña hacia una de las crisis más profundas de su historia entre 2015 y 2016.
Desde entonces, y al margen de los vaivenes cíclicos de la actividad, el desempeño ha sido decepcionante. Entre 2017 y 2019 la economía creció apenas 1,4% en promedio y registró un profundo deterioro de sus equilibrios macroeconómicos, con déficit del entorno del 10% del PIB y un incremento significativo del endeudamiento público. Fue en este contexto que llegó a la presidencia Jair Bolsonaro. Y llegó con Paulo Guedes al frente de la conducción económica, con el mandato de impulsar una nutrida agenda de reformas estructurales orientada a liberar las fuerzas del mercado.
Esta agenda de reformas, que pretendía reencauzar el crecimiento y equilibrar las cuentas públicas para recuperar el grado inversor perdido en 2015, no llegó a materializarse completamente antes de que irrumpiera la pandemia y empujara a la economía nuevamente hacia el terreno de los números rojos.
Esta dinámica de crecimiento, freno y retrocesos fue caracterizada como el “vals brasileño” por la economista Laura Carvalho, profesora de la Universidad de San Pablo y autora del libro Valsa Brasileira: Do Boom ao Caos Econômico. Con esta caracterización, la autora explica el tránsito de Brasil por una fase de boom económico (2002-2010), una etapa de enfriamiento (2011-2014) y un tramo largo de crisis (2015-2021); un paso adelante, un paso al costado y un paso atrás, sostiene la analogía musical.
La economía durante la pandemia
Obviamente, la evaluación del desempeño económico durante la administración de Bolsonaro queda afectada ante el impacto de la pandemia. En el primer año de su gobierno, previo a que irrumpiera la emergencia sanitaria, la economía había crecido apenas 1,2%, siguiendo la inercia del magro desempeño observado durante los dos años previos. Al año siguiente, y en línea con el colapso global, la economía retrocedió 3,9%, una cifra comparativamente más baja que la registrada por el resto de los países de la región. En términos per cápita, la contracción del ingreso en Brasil fue levemente inferior a 5%, casi tres puntos por debajo de la caída que exhibió América Latina en promedio.
En la órbita del mercado laboral, el empleo se contrajo 9%, siendo una de las caídas más pronunciadas en el ámbito regional, detrás de la de Perú (-14%) y Colombia (-11%). En este contexto, el desempleo trepó por encima del 10%, amortiguado por la compresión de la oferta laboral que compensó parcialmente el impacto asociado a la destrucción de empleo. Ante esta situación, Brasil desplegó un importante paquete de medidas para mitigar los efectos sociales y económicos de la pandemia. En aquel informe preliminar elaborado por la Comisión Económica Para América Latina y el Caribe (Cepal), que fue rechazado de mala manera por el gobierno uruguayo, se estimaba en 7,5% del PIB la magnitud del gasto destinado a compensar el shock por parte de Brasil, en contraste con el 0,7% computado para Uruguay.
En consecuencia, y como posteriormente destacó la Cepal en otro informe, Brasil fue el único país de la región que exhibió un retroceso de la pobreza y de la pobreza extrema durante el primer año de la pandemia: la primera cayó 1,8 puntos porcentuales (p.p.) y la segunda se redujo en 0,7 p.p. Detrás de lo anterior, el rol de las transferencias fue determinante: “La caída de los ingresos laborales representó una pérdida de ingresos totales de aproximadamente el 4%, mientras que las transferencias equivalieron a un aumento del ingreso total del 7%, lo que contrarrestó con creces el efecto negativo de la pandemia sobre los ingresos del empleo”.
No obstante, según la Red Brasileña de investigación en soberanía y seguridad alimentaria (Penssan), 33,1 millones de brasileños padecen hambre a diario actualmente, lo que implica un incremento de 73% en los dos últimos años -125 millones sufren inseguridad alimentaria, 7,2% más que en 2020-. Esto supone un retroceso de casi tres décadas. En efecto, Brasil volvió al Mapa del hambre, luego de haber sido retirado por la ONU en 2014.
En lo que refiere a la desigualdad, la comparativa entre 2019 y 2020 revela que la distribución del ingreso mejoró en Brasil, según indica el coeficiente de Gini y el índice de Atkinson. A modo de referencia, el indicador de Gini cerró el año en torno a 0,52. En 2002 se ubicaba por encima de 0,58, luego se redujo a 0,55 en 2008 y para 2017 ya se situaba en el entorno de 0,53.
De hecho, Brasil fue “el único de los 12 países analizados donde el ingreso total de los dos quintiles más pobres aumentó en comparación con 2019, crecimiento que se debió esencialmente a las transferencias, incluidas tanto las de emergencia como las tradicionales”. Igualmente, al ampliar en el tiempo la ventana del análisis, el país muestra un retroceso en relación al año 2014 −previo a la crisis− en esta dimensión.
Más allá de la mejora reciente de este indicador, los datos ubican a Brasil en la segunda posición regional en materia de concentración de riqueza: “Al 2020, los milmillonarios de la región poseían alrededor del 3% de la riqueza total de los hogares en los siete países, y las mayores concentraciones se observaban en la Argentina (4,7%) y el Brasil (3,8%)”. Según señala Cepal, Brasil fue el segundo país con mayor caída en la riqueza de los multimillonarios en el primer año de pandemia (-21%), pero en 2021 fue el que registró el segundo mayor aumento (52%).
En 2021, y en línea con lo sucedido a nivel global, la economía rebotó y cerró el año con una expansión de 4,6%. Naturalmente, esta cifra refleja esencialmente el arrastre estadístico asociado a la baja base de comparación. Depurado ese efecto, y también en sintonía con lo sucedido en otros países, el 2021 fue un año de estanflación en Brasil: bajo crecimiento y alta inflación (10,1% en promedio durante la segunda mitad del año).
El desempeño reciente
La economía creció más de lo previsto durante el segundo trimestre de este año. Concretamente, el PIB creció 1,2% en términos trimestrales y 3,2% frente al mismo período del año anterior. De esta manera, el nivel de actividad se encuentra ahora 3,5% por encima del umbral de referencia prepandemia. Dado que Brasil cuenta con un indicador de actividad mensual (adelanto del PIB), sabemos que esa dinámica se mantuvo durante julio, con un incremento mensual de 1,2% y una expansión de 3,9% interanual. Por su parte, el mercado laboral también mostró señales de recuperación durante el primer semestre del año. La tasa de desempleo se ubicó en torno a 9,3% en el segundo trimestre, lo que supone una caída de 1,8 p.p. en relación al trimestre previo y de 5 p.p. en términos interanuales. Con este descenso, el desempleo se sitúa ahora en el nivel más bajo registrado desde 2015 (8,4%).
En el frente inflacionario, los últimos datos también pueden interpretarse de forma positiva, dado que los precios se han venido moderando desde el 12,1% interanual registrado en abril hasta el 8,7% que marcó el dato de agosto.
A este respecto, el Banco Central del Brasil fue el primero en aumentar su tasa de política monetaria en marzo de 2021, buscando evitar que se deteriore su credibilidad en el combate contra la inflación. En el último año, la autoridad monetaria incrementó la tasa selic de referencia en siete oportunidades, llevándola desde 6,3% hasta 13,8%. Si bien esto no contribuye con la recuperación de la actividad, por su impacto negativo sobre el consumo y la inversión, sí fortalece la credibilidad e independencia de la institución, un activo que la distingue en la región y que está detrás de los bajos registros inflacionarios de los últimos años y de la fortaleza de su moneda −un caso diametralmente distinto al de Argentina, por ejemplo−.
Además del sesgo contractivo de la política monetaria, la rebaja del Impuesto sobre la Circulación de Mercancías también contribuyó a amortiguar el avance de los precios recientemente: el IPC cayó 0,7% mensual en julio y 0,4% en agosto. Este impuesto grava dos precios administrados que representan cerca del 10% del presupuesto familiar: la energía eléctrica y la gasolina.
Más allá de lo anterior, la mirada larga sobre el derrotero económico en lo que va del siglo revela un desempeño por demás decepcionante. A modo ilustrativo, el PIB per cápita se encuentra actualmente en los mismos niveles que tenía en el año 2016 y está 7,2% por debajo del pico alcanzado en 2013. Esto obviamente refleja el impacto asociado a la pandemia, pero incluso antes de que irrumpiera la covid-19 los problemas para expandir la capacidad productiva y reencauzar el crecimiento luego de la crisis ya eran evidentes. Por ejemplo, en 2013 el Cristo Redentor volvía a ilustrar la portada de The Economist, pero al despegue lo había sustituido un aterrizaje forzoso acompañado de una interrogante: “¿Brasil lo ha arruinado?”.
Las perspectivas
Según la encuesta de expectativas relevada la semana pasada, la economía crecería 2,7% este año. Esta estimación implica una mejora importante respecto de lo esperado hace un mes (2,1%), que se explica por un desempeño mejor del previsto entre abril y julio. Además del mayor dinamismo previsto, se espera que la inflación profundice la senda bajista que comenzó a recorrer a partir de julio, cerrando este año en el entorno de 5,9% (en agosto esa estimación era 6,7%) y convergiendo hacia el rango meta el siguiente (5%).
Con este mejor panorama de precios, los analistas encuestados esperan un afloje de la política monetaria hacia 2023, con una tasa de interés que pasaría de 13,8% a 11,3%. Esto debería contribuir a encauzar el crecimiento, aunque en el corto plazo las proyecciones siguen apuntando a un desempeño muy magro para 2023 y 2024. Puntualmente, se prevé que la economía crezca apenas 0,5% el año próximo y 1,7% el siguiente. Habrá que esperar a ver si el próximo gobierno logra reencauzar una senda de crecimiento sostenible y escapa a la lógica de ese “vals” de impulsos y frenos.