China pone de relieve una pregunta muy debatida sobre el desarrollo económico: una autocracia verticalista, ¿puede superar a las economías de mercado liberales en términos de innovación y crecimiento?
Entre 1980 y 2019, la tasa anual promedio de crecimiento del PBI chino superó el 8% —fue mayor que la de cualquier economía occidental— y en la década de 2000 su trayectoria económica fue más allá de un mero crecimiento de “catch-up” (con tecnologías occidentales). China comenzó a realizar sus propias inversiones en tecnología, registró patentes, produjo publicaciones académicas y generó empresas innovadoras como Alibaba, Tencent, Baidu y Huawei.
Para algunos escépticos esto era improbable. Aunque muchos autócratas presidieron rápidas expansiones económicas, nunca antes un régimen no democrático generó un crecimiento sostenido basado en la innovación. Algunos occidentales estaban fascinados con la habilidad científica de los soviéticos en las décadas de 1950 y 1960, pero a menudo eso reflejaba sus propios sesgos. Para la década de 1970, la Unión Soviética claramente estaba quedando rezagada y estancándose debido a su incapacidad para innovar en una amplia gama de sectores.
Es cierto, algunos astutos analistas de China señalaron que la mano de hierro de su Partido Comunista no era un buen presagio para las perspectivas del país, pero la mirada más frecuente era que sostendría su increíble crecimiento. Aunque hubo debates sobre cuán benigna o maligna sería China para el mundo, había poco desacuerdo en que su crecimiento era imparable. Para el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se tornó un hábito proyectar las tasas de crecimiento previas de China al futuro, y proliferaron libros con títulos como When China Rules the World [Cuando China gobierne el mundo].
Durante años también hubo quienes sostuvieron que China había logrado «responsabilidad sin democracia», o que los líderes del PCCh al menos estaban limitados por los períodos de gobierno, el equilibrio de poderes y otras medidas provisorias de buena gobernanza. China fue alabada por demostrar la virtud de la planificación gubernamental y ofrecer una alternativa al consenso neoliberal de Washington. Aun quienes reconocían que el modelo chino era una forma de «capitalismo estatal» —con todas las contradicciones que eso implica— proyectaban que su crecimiento seguiría, en gran medida, incólume.
Tal vez el argumento más poderoso era que China controlaría al mundo gracias a su capacidad para dominar el campo de la inteligencia artificial. Debido a que tiene acceso a tanta información sobre su gigantesca población, enfrenta menos restricciones éticas y de privacidad que los investigadores occidentales y a que el Estado ha invertido tanto en la IA, se decía que China contaba con una ventaja obvia en esa esfera.
Pero este argumento siempre estuvo en duda. No se puede suponer simplemente que los avances en IA serán la principal fuente de ventajas económicas en el futuro, que el gobierno chino permitirá que continúe la investigación de alta calidad en ese sector, ni que las empresas occidentales sufran limitaciones significativas por la normativa de privacidad y relacionada con otros datos.
Las perspectivas parecen hoy mucho menos halagüeñas para China de lo que alguna vez fueron. El presidente Xi Jinping eliminó muchos controles internos y aprovechó el 20.° Congreso Nacional del PCCh para asegurarse un inaudito tercer gobierno (sin que se prevean futuros límites a su posible reelección) y llenar al todopoderoso Comité Permanente del Buró Político con partidarios que le son leales.
Esta consolidación del poder llega a pesar de los grandes errores no forzados de Xi que están debilitando a la economía y socavando el potencial innovador chino. La política «cero COVID» de Xi se pudo haber evitado en gran medida y tuvo un costo significativo, al igual que su apoyo a la guerra de Rusia en Ucrania. Es probable que cometa aún más errores, y de mayor envergadura, ahora que su poder no tiene límites y está rodeado por personas sumisas que no le dirán lo que debiera escuchar.
Pero sería un error concluir que el modelo de crecimiento chino se está derrumbando solo porque la persona equivocada ascendió al trono. Es posible que el paso a una línea de control más dura, que comenzó durante el primer gobierno de Xi (después de 2012), fuera inevitable.
El rápido crecimiento industrial chino en las décadas de 1990 y 2000 se basó en inversiones gigantescas, transferencias de tecnología desde Occidente, la producción orientada a la exportación, y la represión financiera y de los salarios. Pero el crecimiento basado en exportaciones tiene un límite. Como reconoció Hu Jintao —predecesor de Xi— en 2012, el crecimiento de China tendría que pasar a ser «mucho más equilibrado, coordinado y sostenible», y depender mucho menos de la demanda externa y mucho más del consumo interno.
En ese momento muchos expertos creyeron que Xi respondería al desafío con una «ambiciosa agenda de reformas» para introducir más incentivos basados en el mercado, pero esas interpretaciones no consideraron una cuestión clave con la que el régimen chino ya tenía dificultades: ¿cómo mantener el monopolio político del PCCh frente a una clase media en rápida expansión y económicamente empoderada? La respuesta más obvia —y tal vez la única— era aumentar la represión y la censura... exactamente lo que Xi hizo.
Durante un tiempo Xi, su séquito e incluso muchos expertos externos creyeron que la economía podría seguir floreciendo con un control central más estricto, censura, adoctrinamiento y represión. Una vez más, muchos se refirieron a la IA como una herramienta poderosa sin precedentes para monitorear y controlar a la sociedad.
Sin embargo, cada vez más evidencia sugiere que Xi y sus asesores interpretaron incorrectamente la situación y que China tendrá que pagar un alto precio económico por intensificar el control del régimen. Después de las amplias medidas regulatorias que afectaron a Alibaba, Tencent y otras empresas en 2021, las compañías chinas se están centrando cada vez más en mantener el favor de las autoridades políticas en lugar de innovar.
Las ineficiencias y otros problemas que creó la asignación del crédito con motivos políticos también se están acumulando, y la innovación liderada por el Estado ha comenzado a encontrar sus límites. A pesar de un gran aumento del apoyo gubernamental desde 2013, la calidad de la investigación académica china solo mejora lentamente. Incluso en IA, la prioridad científica del gobierno, los avances están quedando rezagados frente a los de los líderes mundiales de tecnología, en su mayoría, en Estados Unidos.
Mis propias investigaciones recientes con Jie Zhou, del MIT, y David Yang, de la Universidad de Harvard, muestran que el control verticalista en el sector académico chino también está distorsionando la dirección de la investigación. Muchos docentes eligen sus áreas de investigación para ganarse el favor de los jefes de departamento o los decanos, cuyo poder sobre sus carreras es considerable. La evidencia sugiere que la calidad general de la investigación está sufriendo debido a esos cambios en las prioridades.
El endurecimiento del control de Xi sobre la ciencia y la economía implica que esos problemas se intensificarán. Y, como ocurre en todas las autocracias, ni los expertos independientes ni los medios locales darán su opinión sobre el desastre que puso en marcha.
Daron Acemoğlu, profesor de Economía del MIT, escribió (con James A. Robinson) Why Nations Fail: The Origins of Power, Prosperity and Poverty [Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza. Por qué fracasan los países] (Profile, 2019) y The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty [El pasillo estrecho. Estados sociedades y cómo alcanzar la libertad] (Penguin, 2020). Copyright: Project Syndicate, 2022. www.project-syndicate.org.