Crecimiento y mercado laboral

El magro desempeño económico ha sido uno de los rasgos característicos de la dinámica regional durante los últimos siete años. Luego de que el llamado “superciclo” de las materias primas alcanzara su cenit a mediados de 2014, los países de la región han enfrentado crecientes dificultades para sostener el crecimiento y evitar retrocesos en materia de empleo, pobreza y desigualdad. Previo al surgimiento de la covid-19, los brotes de inestabilidad que se fueron multiplicando a través de la geografía latinoamericana en la segunda mitad del 2019 ya daban cuenta de las consecuencias asociadas al estancamiento y el repliegue de las mejoras de bienestar que fueron transitoriamente alcanzadas en el marco de un escenario externo muy favorable.

Con ese punto de partida, los impactos de la pandemia, sumados a la inestabilidad geopolítica y a los efectos de la guerra sobre el precio de los alimentos, no hicieron más que agudizar el deterioro de las condiciones de vida. Según las estimaciones del organismo, esta situación no se revertiría en el corto plazo. Una vez diluido el “efecto rebote” del crecimiento (6,5% en 2021), la dinámica de la actividad va convergiendo nuevamente a niveles muy magros: el PIB cerraría este año con una expansión del entorno de 3,2% y crecería apenas 1,4% en 2023.

En este contexto, la Cepal señala que la recuperación del mercado laboral viene siendo débil e impulsada principalmente por la generación de empleos informales (siete de cada 10 puestos creados). En ese sentido, el avance reciente no ha sido suficiente para recuperar los niveles vigentes antes del comienzo de la crisis sanitaria, y además ha mostrado importantes disparidades. “Las proyecciones prevén que los mercados laborales de la región seguirán enfrentando un futuro complejo e incierto, caracterizado por una disminución del ritmo de crecimiento del número de ocupados, así como por un aumento de la desocupación y la informalidad laboral”. De hecho, el desempleo proyectado para este año supone retroceder 22 años en el tiempo.

Pobreza y desigualdad

A pesar del rebote del crecimiento que experimentaron los países de la región durante el año pasado, la pobreza y la indigencia se mantendrían por encima de los niveles prepandemia. De esta manera, se revierte la leve mejoría que habían exhibido estos indicadores en el año 2021, y que no había sido suficiente para compensar completamente el impacto del cimbronazo que supuso la irrupción de la pandemia a nivel regional. Cabe recordar que América Latina fue la región más afectada por la emergencia sanitaria, con una contracción agregada del PIB mayor al 6% que agudizó las dificultades y desafíos que se venían acumulando desde el año 2015.

Foto del artículo 'Panorama social de América Latina: lo que nos deja el 2022'

Concretamente, la pobreza se ubicó en el entorno de 32,3% durante 2021, lo que supuso una reducción incipiente equivalente a 0,5 puntos porcentuales (p. p.). La indigencia, por su parte, cayó 0,2 p. p. hasta el 12,9%. Para este año, la Cepal proyecta que la pobreza se situaría en el entorno de 32,1%, alcanzando a más de doscientos millones de personas, y la pobreza extrema o indigencia en torno a 13,1% (82 millones de personas). En ese sentido, se desprende de la comparación con el año previo un incipiente retroceso en el caso del primer indicador, y un incremento en el caso del segundo.

Según señala el organismo, “estas cifras implican que 15 millones de personas adicionales estarán en la pobreza con respecto a la situación previa a la pandemia y que el número de personas en pobreza extrema será 12 millones más alto que el registrado en 2019”. En el caso de la indigencia, en particular, las estimaciones representan un retroceso no visto en los últimos 25 años.

Naturalmente, la incidencia de este fenómeno no está distribuida de forma homogénea entre los distintos grupos de población, y afecta particularmente a la infancia y la adolescencia. En efecto, más del 45% de los niños, niñas y adolescentes vive actualmente en situación de pobreza en América Latina (13,3 p. p. por encima del promedio general). Dentro de este grupo, la indigencia afectaría al 18,5% de las personas. A su vez, la incidencia de la pobreza es mayor en el caso de las mujeres (30,7%), las personas afrodescendientes (30%) y la población indígena (46,3%).

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En lo que hace a la distribución del ingreso, el índice de Gini “disminuyó levemente” en relación al primer año de la pandemia, pero se mantienen los niveles observados desde el año 2017. La desigualdad de ingresos mejoró entre 2002 y 2017, pasando de 0,535 a 0,462, y desde entonces no ha registrado avances adicionales.

En relación a este punto, la dinámica de los últimos dos años estuvo signada por una caída significativa de los ingresos laborales (2020), especialmente en los segmentos más bajos de la distribución, una recuperación asimétrica del empleo entre los distintos quintiles de ingresos (2021) y por los vaivenes de las transferencias monetarias (implementación y posterior retiro).

En este marco, y como alertó recientemente la FAO, la problemática de la inseguridad alimentaria y la malnutrición se profundizarían (en 2021 el hambre afectaba a 56,5 millones de personas en la región).