En 2012 el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social (MTSS) comenzó con un programa que apuntaba a dar primeras experiencias laborales dentro de las empresas del Estado a jóvenes de entre 16 y 20 años, con la condición de que continúen estudiando durante la beca. En esa ocasión y en todas las siguientes ediciones, se presentaron decenas de miles de personas, que pasaron por un sorteo aleatorio para seleccionar a unos 700 jóvenes cada año. Los beneficios de ese primer trabajo y, por ende, los impactos positivos del programa “Yo estudio y trabajo” han sido certificados por una investigación, que comenzó en Uruguay y se expandió hacia otras partes del mundo por el interés que generó esta innovadora política pública.

Días atrás la revista académica American Economic Journal –ligada a la Asociación Estadounidense de Economía, la institución más antigua del mundo en esta área– anunció que publicará el paper “Los efectos de trabajar en la escuela: evidencia de loterías de empleo”, una investigación realizada por el economista uruguayo Federico Araya, el argentino Diego Ubfal y el italiano Thomas Le Barbanchon.

Con este paso los autores lograron cerrar –de momento– un proceso de más de seis años entre que comenzaron a esbozar las primeras líneas de la investigación y la publicación en la prestigiosa revista académica. En diálogo con la diaria, Araya y Ubfal explicaron los alcances del estudio, por qué el programa del MTSS ha captado interés internacional y los resultados positivos que obtuvieron al hacer el seguimiento de los jóvenes que participaron en comparación a un grupo que no fue favorecido en el sorteo.

Tras comenzar el programa, en 2012, Araya empezó a trabajar con investigadores del Departamento de Economía (Decon) de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República para “evaluar la política pública y así avanzar con base en evidencia empírica”. En las dos primeras ediciones, certificaron que el método aplicado por el MTSS para los sorteos laborales fuera realmente azaroso; con eso confirmado, iniciaron los estudios sobre “los efectos del programa en la formalidad” laboral de los participantes, es decir, si sus trayectorias continuaban con empleos en regla y en qué áreas de actividad.

Por esa misma fecha fue que Ubfal, entonces profesor de la Universidad Bocconi –de Milán, Italia–, se interesó en el programa laboral que iniciaba en Uruguay. Los motivos fueron varios: “Me entusiasmó que estuviera asignado por lotería”, ya que esto permitía observar grupos de jóvenes que se habían interesado en trabajar y continuar estudiando, para “comparar los que fueron seleccionados con los que no, que son idénticos, y eso permite medir de forma rigurosa el efecto del programa”; sumado a que no había en la literatura económica “ninguna evaluación” de este tipo, que respondiera la pregunta de “si el hecho de trabajar mientras se estudia tiene un efecto positivo o negativo en los jóvenes”.

“Este asunto estaba muy estudiado, pero no había ninguna evaluación rigurosa. Los jóvenes en el trabajo pueden adquirir habilidades que no adquieren en la escuela [en referencia a la educación formal], como escribir un reporte o interactuar con otra gente, o habilidades blandas, como el trabajo en equipo. Esas habilidades pueden ser específicas del trabajo en que están, pero también pueden ser generales y transferidas hacia otros lugares”, explicó Ubfal. Para ver si realmente pasaba eso en la práctica y si esas habilidades eran “una señal hacia los empleadores” para elegir a estos jóvenes fue que se embarcaron en el estudio.

Otra hipótesis a responder era si el hecho de tener que repartir el tiempo entre el trabajo y el estudio terminaba afectando la calidad educativa de los jóvenes. “Lo interesante del programa era que ponía como condición continuar estudiando durante toda la duración de la beca. Ahí quedaba abierta la posibilidad de los efectos positivos o negativos, algo que para una investigación es fundamental, porque si no no tiene sentido evaluar”, agregó Ubfal.

Tras los intercambios de mails entre Uruguay e Italia entre los académicos, llegaron a la conclusión de que tenían entre manos una investigación ambiciosa, que requería financiación. Fue así que se postularon a una beca de investigación de J-PAL –que los aceptó en 2017–, una organización que se define como un laboratorio de acción contra la pobreza cuyos fundadores recibieron en 2019 el Nobel de economía.

“La beca nos daba la oportunidad de complementar el trabajo ya hecho [por el Decon y el MTSS], de llevarlo a algo más grande. El objetivo fue hacer una encuesta para complementar con los datos administrativos de los jóvenes que postularon a la quinta edición [en 2016], seleccionar una muestra representativa de los que no ganaron el sorteo y hacerles un montón de preguntas: si buscaron empleo, en qué trabajaron, el salario, la educación”, explicó el economista argentino, que hoy trabaja para el Banco Mundial.

En paralelo, los investigadores avanzaron en el cruce de información dentro de las oficinas del Estado, accediendo a datos anonimizados del Banco de Previsión Social (BPS) sobre los aproximadamente 90.000 jóvenes que postularon para el programa “Yo estudio y trabajo” en las anteriores ediciones.

Tras tener la financiación de J-PAL, “pusimos a andar todo ese andamiaje y luego nos pusimos a trabajar con los datos obtenidos”, detallaron Araya y Ubfal. La historia posterior muestra que en 2019 tuvieron los primeros resultados, que presentaron en la Presidencia, y luego se propusieron avanzar en los pasos de validación para publicar en revistas internacionales, con el objetivo de difundir lo que entienden como “una evaluación de referencia” sobre los planes de empleo para jóvenes.

Más salario y mejor educación

El programa “Yo estudio y trabajo” ofrece, según la información del MTSS, cupos por empresas y localidad para jóvenes sin experiencia laboral, que deben estar cursando en la enseñanza formal (liceo, UTU, IPA, universidad) o no formal con un mínimo de 240 horas de clase. Los 700 lugares que en general se disponen en cada edición son en empresas públicas, en los bancos públicos y en algunas de las sociedades anónimas que maneja el Estado.

El trabajo es por entre 20 y 30 horas semanales, en horario a coordinar en función de los turnos de clase, por hasta 12 meses, y la remuneración se fijó en cuatro BPC (base de prestaciones y contribuciones), unos 18.000 pesos al valor de la edición 2020. Las tareas a realizar son de apoyo y de carácter operativo o administrativo; los becados no pueden hacer el mismo trabajo que hacen los empleados efectivos.

También está previsto “un acompañamiento del joven” durante el período de la beca, a través de un “orientador” del MTSS, que coordina con “el supervisor directo de la empresa” y el adscripto, en el caso de los liceales, u otro referente educativo.

Para la investigación, además de la encuesta, los tres economistas, por ejemplo, hicieron un seguimiento de la trayectoria laboral de quienes participaron en la primera edición por cuatro años, y los siguientes por un período menor.

Como resultados primordiales, resaltaron la comprobación de que “no hay tanta diferencia” entre los dos grupos –los que participan en el programa y los que no– en la probabilidad de conseguir empleo, pero sí en el tipo de trabajo a realizar y además en la remuneración a percibir, que es 8% más en los becados dos años después de pasar por su primera experiencia laboral. En agregado, vieron que a los jóvenes del programa “no les fue mal en la educación”, sino que obtuvieron notas similares al grupo de comparación.

De hecho, comprobaron que la obligación de continuar estudiando genera una mayor probabilidad de seguir realizando cursos de formación hasta dos años después de participar en “Yo estudio y trabajo”, así como de terminar el liceo para los más jóvenes.

En la encuesta, repasó Ubfal, pudieron observar qué ocurría con el tiempo de los jóvenes que trabajaban y estudiaban, es decir, cómo cambiaron sus rutinas: “Reducen las tareas del hogar y el ocio para aumentar las horas de trabajo, y las horas de estudio no las reducen sino que en general estudian más a la noche. Los hombres en general reducen más las horas de ocio y las mujeres las horas de tareas en el hogar”.

“Los jóvenes pudieron reorganizar el tiempo. Porque se podría pensar que al obligarlos a estudiar y trabajar al mismo tiempo podría haber un efecto negativo, que estudien menos y les vaya peor en la educación, pero no ocurrió”, destacó el investigador de la Universidad Bocconi.

Por otro lado, Ubfal comentó que si bien el programa se centró en empresas públicas y bancos estatales, “los efectos no se concentran en el sector público, sino que se ven en la industria y otras áreas del sector privado; eso nos habla de que hay una transferibilidad de lo que esos jóvenes aprendieron”.

Para el caso de quienes se presentaron a la quinta edición, se compararon las habilidades de los que fueron elegidos y los que no, y encontraron que “los participantes del programa tenían una mayor probabilidad de poder escribir reportes, de utilizar herramientas informáticas, de leer y comunicar; todo cosas que son un complemento de lo aprendido en la escuela”. En cambio, los que no fueron elegidos para la beca laboral “tenían una probabilidad más alta de trabajar en tareas físicas, cosas menos relacionadas con su aprendizaje”. Esto que relató Ubfal sirve como prueba, señaló, de “que el programa fue efectivo y complementó la educación de los jóvenes, incluso si habían trabajado de otra cosa [distinta a lo que se dedicaron]” durante la pasantía.

En resumen, el investigador argentino destacó que lo relevante fue que los participantes del programa incorporaron “habilidades básicas y un conocimiento del mundo del trabajo, que luego les permite ir a otros empleos” y tener buenos desempeños.

Por su parte, Araya remarcó el rol del Estado dentro del programa, tratando de facilitar a través de los orientadores “que el joven siga dentro del sistema educativo” y cumpliendo las tareas laborales. En general, en cada edición por encima de 80% de los participantes terminan completando el período de la beca, lo que evaluó como “muy meritorio”.

Ambos investigadores coincidieron –pese a no hacer un estudio exhaustivo al respecto– en que la relación costo-beneficio en términos del gasto público y los efectos logrados da un saldo positivo. “Si bien observamos iguales efectos en jóvenes de hogares pobres y otros que no, hay casos en que [tras la primera experiencia en el programa] salieron de la pobreza, y el Estado no paga una transferencia social a esa persona. El ingreso futuro de ese joven puede continuar aumentando y eso va a retribuir en impuestos para compensar el gasto”, consideró Ubfal.

MTSS sumó certificaciones del Inefop

El director nacional de Empleo del MTSS, Daniel Pérez, habló con la diaria sobre la evaluación que realiza el gobierno del programa “Yo estudio y trabajo”, los cambios efectuados y los planes a futuro. Recordó que en 2020, “pese a la pandemia”, se mantuvo “en las mismas condiciones” el plan de pasantías laborales en el Estado; la última edición se lanzó en noviembre y se presentaron unos 24.000 jóvenes, de los cuales 688 comenzarán a trabajar en marzo.

“La valoración que hacemos es muy buena. Es una experiencia micro, pero no para quienes pasan por allí, y además las empresas lo valoran bien. En 2021 hicimos recorridas por las empresas y estamos viendo qué cosas mejorar en términos del seguimiento cuando aparece algún problema”, dijo Pérez, e indicó que el programa impacta en uno “de los grandes debes” que existen en la actualidad: “achicar la brecha entre el mundo del trabajo y lo educativo”.

“Vamos cada vez más hacia las competencias transversales, porque las competencias específicas van a cambiar y hasta en algunos casos habrá que cambiar de profesión [durante el correr de la vida laboral], pero las habilidades blandas las debemos mantener, nos sirven independientemente de lo que hagamos”, agregó.

Entre las variantes que comentó que hizo la nueva administración está que el Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional (Inefop) –que desde el inicio participó en el programa– certifique las competencias de los jóvenes en tres áreas: adaptación al cambio, trabajo en equipo y orientación a objetivos. El jerarca dijo que para las próximas ediciones está previsto sumar más áreas a certificar por el Inefop y que este año habrá un curso optativo sin costo de “habilidades digitales asociadas al mundo del empleo”.

Asimismo, Pérez señaló que se trata de incluir más herramientas para “dejarlos [a los jóvenes] mejor posicionados cuando termine la primera experiencia y salgan a buscar empleo”. Otro de los objetivos que mencionó es incrementar el número de becas en zonas del interior del país.

Pese a destacar los beneficios del programa, Pérez opinó que se trata de “una experiencia de tipo formativa” para los jóvenes, no de una herramienta para “combatir el desempleo juvenil”.

Para los investigadores que relevaron el programa “Yo estudio y trabajo”, si bien el desempleo juvenil es un problema estructural de Uruguay, hay aportes positivos para reducir el fenómeno. Araya indicó que existe “un efecto de discriminación o prejuicio” a la hora de contratar a empleados jóvenes, porque el empleador cree “que no puede distinguir si esa persona será productiva o no, puede creer que traerá más problemas que beneficios”; el éxito de planes como este pasa por brindar a los potenciales empleadores una experiencia previa comprobada en la que la persona puede recabar diversas habilidades blandas.

“La teoría dice que parte del desempleo juvenil se puede explicar porque los jóvenes no tienen las habilidades requeridas. Cuando superan esa etapa [con una primera experiencia laboral], se vuelven más atractivos, y encima demuestran como una señal de su motivación que pudieron estudiar y trabajar”, finalizó Ubfal.

Los trabajos de verano en Estados Unidos

Araya y Ubfal explicaron que hay escasas experiencias internacionales de programas como el realizado en Uruguay. Tanto en Estados Unidos como en Canadá se han hecho pruebas con otras características y los resultados de momento no han sido certificados por investigaciones académicas. A su vez, en Estados Unidos es habitual los denominados “empleos de verano”, que consisten en trabajar por períodos de dos o tres meses en tareas en general poco atractivas, como atender un McDonald’s, y han demostrado que no terminan incidiendo de forma positiva en la trayectoria laboral de quienes participan. Araya consideró este tipo de programas y otros que dan subsidios a privados para contratar personas sin experiencia diferentes de “Yo estudio y trabajo”, y marcó que son “dos puertas de entrada muy distintas” al mundo laboral. Entre otras cuestiones, estos programas no contemplan un seguimiento del estudiante ni lo obligan a continuar estudiando.