Una contracorriente está por sacudir a la economía global y Occidente necesita que Estados Unidos colabore. En tanto los aliados de larga data de la OTAN están ayudando a Ucrania a combatir contra sus invasores rusos, necesitamos que los viejos aliados de Bretton Woods ganen la paz. Eso exigirá equipar al Fondo Monetario Internacional (FMI) y al Banco Mundial con las herramientas que necesitan para estabilizar a los países más pobres sacudidos por el alza de los precios de la energía y de los alimentos motivada por el conflicto, por la covid-19 y por el cambio climático.

Hacia fines de la Segunda Guerra Mundial, los norteamericanos astutos sabían que la prosperidad era la mejor garantía de paz —y de una continua influencia de Estados Unidos—. Cuando los delegados de 44 países se reunieron en Bretton Woods, New Hampshire, para planear el sistema financiero internacional de posguerra, el presidente de Estados Unidos en ese momento, Franklin Roosevelt, habló en nombre de muchos cuando declaró que “la salud económica de cada país es un motivo de preocupación para todos sus vecinos, cercanos o lejanos”. Junto con aliados europeos, Estados Unidos creó el Banco Mundial, el FMI y luego el Plan Marshall para reconstruir las economías occidentales devastadas para que pudieran volverse lo suficientemente fuertes como para resistir a la Unión Soviética.

Hoy el mundo necesita, una vez más, un liderazgo visionario similar. Después de todo, la alteración económica generada por la pandemia de la covid-19 hundió a 124 millones de personas en el mundo en una pobreza extrema —el primer incremento de la pobreza global en este siglo—. Según el Banco Mundial, una docena de economías en desarrollo tal vez no puedan pagar sus deudas en los próximos meses.

Al invertir en programas para enfrentar la covid-19, estos países han agotado su capacidad de endeudamiento y hoy enfrentan tasas de interés en marcado aumento, en tanto Occidente desarticula el estímulo monetario de los últimos años. Y la guerra del presidente ruso, Vladimir Putin, contra Ucrania implica que sus gobiernos también enfrentan nuevas demandas para proteger a los ciudadanos de las alzas de los precios del trigo, del maíz y de la energía.

La OCDE recientemente informó que los precios del trigo y del maíz habían subido más de 80% y 40%, respectivamente, desde su promedio de enero de 2022, mientras que el costo del petróleo se ha duplicado desde el año pasado. Sin ayuda, muchas economías pueden quebrar, con consecuencias impredecibles. La Primavera Árabe de 2010-2012 se desató inicialmente por los crecientes costos de los alimentos y del gas, y ahora estamos viendo una inestabilidad económica y política en lugares como Sri Lanka.

En tanto la competencia entre grandes potencias vuelve a dividir al mundo, Occidente no puede permitir que se agudicen los riesgos de inestabilidad alimentados por la inflación. Durante un reciente intercambio parlamentario británico-norteamericano, los líderes de Estados Unidos manifestaron su ansiedad por la inversión china en Asia y África. Pero también vimos que los líderes norteamericanos han aprendido una lección de la historia: Estados Unidos no puede defender la patria parado en la línea de meta; por el contrario, debe participar en la jugada.

Sin embargo, en medio de la crisis de hoy, Estados Unidos corre el riesgo de ceder terreno al no expandir las instituciones que ayudó a crear en 1944. Consideremos, por ejemplo, el nuevo Fideicomiso de Resiliencia y Sostenibilidad del FMI (RST, por su sigla en inglés), que la junta ejecutiva del Fondo aprobó el 13 de abril. El RST está diseñado para ayudar a reciclar la gigantesca suma de 650.000 millones de dólares en nuevos derechos especiales de giro (DEG, la unidad de cuenta del FMI) asignados a los accionistas del Fideicomiso el año pasado. Eso es potencialmente una gran bazuka en la guerra contra la necesidad.

Creados por el FMI en 1969 y originariamente vinculados al oro, los DEG pueden complementar las reservas de los países miembro. Les dan a los gobiernos un espacio de maniobra vital para redistribuir fondos o cambiar sus tenencias por monedas, entre ellas dólares.

Estados Unidos había prometido donar 21.000 millones de dólares de su asignación de DEG al FMI para su Fideicomiso de Reducción de la Pobreza y Crecimiento y el nuevo RST. Pero el presupuesto final sancionado por el Congreso no incluyó el lenguaje necesario que autorizara al Tesoro de Estados Unidos a actuar. Esta cláusula se volvió a incluir en el presupuesto que la administración del presidente Joe Biden presentó recientemente. Los amigos y aliados de Estados Unidos necesitan instar al Congreso a darle luz verde.

La naturaleza de los DEG le impide a Estados Unidos usarlos para gastos domésticos. Y contrariamente a lo que algunos políticos estadounidenses, como el senador estadounidense John Kennedy de Louisiana, tal vez hayan malinterpretado deliberadamente, los DEG no pueden ser usados por actores hostiles como Rusia o Irán como una suerte de “tarjeta de regalo de Amazon”, porque los DEG son efectivamente monedas falsas a menos que se intercambien por algo útil como dólares, euros o renminbi. Esto es algo que ni Estados Unidos, ni Europa, ni China aceptarán para esos países.

Pero Estados Unidos y sus aliados pueden dar sus DEG a los nuevos fideicomisos del FMI, que luego pueden distribuir los fondos para otorgar préstamos vitales a países que Occidente quiere respaldar. Agrupar los DEG de esta manera apalancará enormemente la inversión de Estados Unidos, ofreciendo así nuevos fondos sustanciales para ayudar a estabilizar a los aliados vulnerables de Estados Unidos en el mundo en desarrollo y financiar inversiones cruciales en su independencia energética de baja emisión de carbono. En términos más generales, una iniciativa de estas características ofrecerá un ejemplo brillante de liderazgo norteamericano.

Todavía no encontré un político estadounidense que quiera que China se convierta en el prestador de último recurso para el mundo en desarrollo. Casi 40% de los pagos de deuda de los países pobres este año ya se les deben a entidades chinas. Ese porcentaje probablemente aumente a menos que las instituciones de Bretton Woods estén equipadas para impedir, directamente, que surjan problemas de deuda.

El exsecretario de Estado estadounidense Dean Acheson dijo que se sentía “presente en la creación” en tanto el orden de posguerra cobraba forma. Ahora necesitamos una re-creación y una renovación de ese orden. Sólo el liderazgo estadounidense puede garantizar que esto suceda.

Liam Byrne, miembro del Parlamento del Reino Unido y presidente de la Red Parlamentaria global en el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, se desempeñó en el gabinete del ex primer ministro Gordon Brown como ministro del Tesoro. Copyright: Project Syndicate, 2022. www.project-syndicate.org.