“Todas las historias tienen un punto de comienzo arbitrario”. Así comienza su relato Carlos Steneri, que con su libro revisita los entretelones de la crisis que nos dejó “al borde del abismo”, y que lo tuvo como protagonista en su condición de representante financiero de Uruguay en Washington.1 Esta historia no comienza en Argentina, ni se circunscribe únicamente al año 2002. Por el contrario, la sucesión de eventos desafortunados que terminarían desatando un colapso bíblico empezó del otro lado del mundo y varios años antes. A continuación, un resumen de las diez plagas que generaron uno de los momentos más críticos de nuestra historia económica.
El agua se convirtió en sangre
La crisis asiática de 1997 y la posterior cesación de pagos por parte de Rusia constituyen el “comienzo de un periplo” que terminaría siendo mucho “más hamacado que un tren” para los países emergentes. En efecto, estos dos hitos marcaron un punto de inflexión para estas economías y serían, por tanto, el principio del fin; la primera de las plagas que nos azotarían durante varios años.
La invasión de las ranas
Dicen que el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo. Y si eso es cierto, el primero en sentir el impacto del aleteo ruso asiático fue Brasil, que entró en crisis y terminó devaluando su moneda el 13 de enero de 1999 (casi un tercio de nuestras exportaciones iba hacia ese país). El Plan Real había quebrado y expandía el efecto mariposa a la interna regional.
Como señaló Michele Santos, la devaluación brasileña alteró “drásticamente el panorama de toda la región”. Sin embargo, las autoridades económicas uruguayas evaluaron sus impactos como transitorios, esperando que la situación se corrigiera con la aparición de la “inflación salvadora” norteña y la correspondiente realineación de nuestra competitividad. Pero eso no fue lo que sucedió.
Debemos tener presente que aquel era un año electoral, y eso siempre impone restricciones para adoptar medidas desagradables de corrección macroeconómica, como un ajuste fiscal o una flexibilización cambiaria. De hecho, los anuncios del equipo económico en marzo del año 2000 apuntaban en el sentido contrario, es decir, sugerían la posibilidad de fijar el tipo de cambio pese al cambio abrupto de precios relativos que introdujo la devaluación brasileña.2
Mosquitos, piojos y pulgas
El año 2001 encontró a Argentina inmersa en una profunda crisis que alcanzaría su cenit en diciembre, con el último intento por salvar el Plan de Convertibilidad: el corralito bancario. Tres semanas después renunciaría Fernando de la Rúa, luego de decretar el estado de sitio en el marco de un estallido social que dejaría como saldo 39 muertes. Cinco presidentes desfilarían en 15 días, siendo Eduardo Duhalde el último de ellos. “Es momento de decir la verdad. La Argentina está quebrada. La Argentina está fundida. Este modelo, en su agonía, arrasó con todo”, declaró Duhalde el segundo día de 2002 al asumir su mandato.
En aquel momento los depósitos de no residentes en la plaza local, esencialmente argentinos, superaban 40% del total. Obviamente, las restricciones impuestas del otro lado del Río de la Plata empujaron la demanda de efectivo por parte de los ahorristas argentinos en Uruguay, imprimiendo un “vértigo inusual” a la sucesión de acontecimientos que estaban confluyendo en los primeros compases de 2002.
Como Uruguay era un reservorio de liquidez para los vecinos, nuestro sistema bancario comenzó a drenarse, y para febrero ya se había llevado puesto al Banco de Galicia, que operaba como una entidad offshore captando depósitos principalmente de argentinos. El retiro de depósitos fue consumiendo las reservas del Banco Central del Uruguay (BCU), tensionando el trilema que dominaría la agenda durante 2002: permitir que el BCU actué como prestamista de última instancia del sistema bancario, defender el régimen cambiario vigente y honrar los compromisos de la deuda pública. La fragilidad de nuestro sistema financiero había quedado al desnudo. Como señaló Julio de Brun, que terminaría presidiendo el Banco Central entre 2002 y 2005, “todo lo que se creía que funcionaba dejó de funcionar”.3
El turno de las moscas
Como recordó recientemente Steneri, por ese entonces “teníamos un sistema financiero débil que se arrastraba desde la crisis de 1982”.4 Según cuenta Jorge Polgar, el rescate de los bancos insolventes por parte del Estado durante aquel episodio reafirmó la percepción de que todos los depósitos del sistema quedaban garantizados. “Este seguro implícito y gratuito del Estado permitió, en definitiva, que instituciones percibidas por el público como insolventes o, al menos, problemáticas, no sólo no sufrieran corridas de depósitos, sino que aumentaran su captación”.5 En efecto, la crisis que había tenido lugar 20 años antes nos había dejado como legado un conjunto de “bancos zombis”, instituciones que “pertenecían al mundo de los muertos, pero, como resultado de la brujería –tolerancia regulatoria–, habitaban en el mundo de los vivos”. En suma, los problemas no resueltos en el sistema financiero pasaban factura dos décadas más tarde.
La peste del ganado
El frente financiero no fue el único bajo asedio durante esos años. Por el contrario, en abril de 2001 irrumpió un brote de fiebre aftosa que afectó uno de nuestros principales productos de exportación y nos desplazó de los mercados internacionales. Como declaró Jorge Batlle a comienzos de 2002, “el año pasado nos hemos comido dos garrones terribles. El primero fue la aftosa y del mismo lado nos vino después toda esta crisis en la Argentina. Este año ese problema no lo vamos a tener”. Lamentablemente, estaba equivocado: todavía faltaban varias plagas para completar este colapso bíblico.
Úlceras
El 23 de enero fue capturado en Buenos Aires el vicepresidente del directorio y gerente general del Banco Comercial, Carlos Rohm. Días más tarde cayó su hermano José y así comenzó a desnudarse una “maniobra dolosa que lucía inverosímil”. Los hermanos Rohm habían comprado el Banco Comercial en 1990, asociados con tres socios internacionales: Credit Suisse, Dresdner Bank y JP Morgan.
Según constató la Justicia posteriormente, la ingeniería financiera de ilegalidades montada por los Rohm, si bien emergió en ese momento producto del contagio argentino, operaba desde 1991. “Lo de los hermanos Rohm fue un cañonazo por la espalda”, declaró el ministro Alberto Bensión, enfatizando que el daño que ocasionaron “es de los que quedará registrado en la historia del país, por los siglos de los siglos”.
Para colmo de males, los tres socios internacionales pretendieron deslindarse del asunto, alegando que ellos también habían sido traicionados por los banqueros. Como dijo Batlle, al dejar en banda el banco, con 1.500 millones de dólares en depósitos sin honrar, “le ponían un revólver en la nuca al Uruguay y le pegaban un tiro”.6
Lluvia de fuego y granizo
“Parece que otra vez los Peirano están teniendo problemas con sus bancos”, le advirtió Batlle a su vice, Luis Hierro López, en febrero de 2002. Se quedó corto. No eran problemas en plural. Era un único y gran problema: le habían puesto “rueditas al banco para llevárselo”, según expresó el senador Jorge Larrañaga durante la interpelación al ministro Bensión.
Como determinó la Justicia, a los Peirano no les quedó ninguna ilegalidad por cometer: violaron las regulaciones legales, ignoraron las instrucciones establecidas por el BCU para que dejaran de dar créditos a las personas físicas y jurídicas relacionadas con el grupo que controlaban (Grupo Velox), concretaron operaciones clandestinas para evadir controles, desaparecieron dinero de los contribuyentes, hicieron transferencias millonarias sin orden ni autorización de sus clientes, montaron un sistema de triangulación irregular para mover plata entre países, se autorizaron autopréstamos ilegales en plena corrida, fraguaron documentación, entre varios delitos más.7
Langostas y saltamontes
El 14 de febrero Uruguay perdió su grado inversor con la agencia Standard & Poor’s, un episodio que disparó el riesgo país y aceleró la propagación de la corrida bancaria. Con el acceso a financiamiento restringido, el gobierno perdía su capacidad para respaldar al sistema financiero en un momento de máximo estrés. El deterioro de la calidad crediticia del Estado afectó el balance de los bancos, agudizó la percepción de riesgo del sistema8 y estrechó las líneas de crédito entre las casas matrices de los bancos internacionales y sus sucursales en el país, exacerbando los problemas de liquidez.
Las tinieblas
El colapso que experimentó la economía entre 1999 y 2002 fue mayúsculo, con una caída acumulada del producto interno bruto (PIB) superior a 16%. La modificación del régimen cambiario llevó la cotización del dólar de 14 a 28 pesos, empujando la inflación por encima de 28% y generando quiebras de empresas, reprogramación de depósitos y la liquidación de varias instituciones bancarias.
Esto provocó un aumento sustancial del desempleo, emigración y una fuerte contracción del ingreso de los hogares.9 En efecto, la tasa de desempleo alcanzó su máximo en cuatro décadas (20% en setiembre de 2002) y el salario real cayó a los niveles de 1982, destruyendo en muy poco tiempo la mejora alcanzada durante el período democrático (Salas y Vigorito, 2021).
“Si bien en 2002 se protegieron programas de recortes presupuestales y se expandieron los comedores escolares, no se desplegaron medidas de expansión del sistema de transferencias no contributivas orientadas a estabilizar los ingresos de los hogares que enfrentaban mayores privaciones”.10
En este contexto, la pobreza alcanzó a 40% de las personas, la tendencia a la concentración de ingresos –que venía del segundo lustro de la década de 1990– se agudizó, y el índice de Gini trepó hasta los valores máximos observado en la serie (Bucheli y Furtado, 2004). Estos indicadores tardarían varios años en retornar a los niveles que tenían previo al derrumbe.
El destino de los primogénitos
Como advierten Salas y Vigorito, los efectos asimétricos de las variaciones del PIB sobre el bienestar hacen que las consecuencias de las crisis sobre las condiciones de vida de las personas no desaparezcan apenas se superan. Por el contrario, tienden a perdurar por largos períodos de tiempo. En ese sentido, las consecuencias de las privaciones en las primeras etapas de la vida operan como un lastre persistente sobre el bienestar socioemocional, los logros educativos, la inserción laboral y otras dimensiones fundamentales para la trayectoria vital de las personas. Como recuerdan los autores, la crisis “afectó particularmente a los hogares con menores de 18 años, debido a su concentración en la parte baja de la distribución: en 2002, 50% de los niños nacía en condiciones de pobreza de ingresos”.
A este respecto, diversos estudios confirman que los efectos de la crisis se arraigaron mucho más allá de su epicentro y trascendieron la reversión del ciclo económico que tuvo lugar luego de 2003. En otras palabras, las privaciones influyeron sobre dimensiones del bienestar que no fueron afectadas directamente en el momento de la crisis y sus consecuencias trascendieron en el mediano plazo.
-
Al borde del abismo. Carlos Steneri. ↩
-
Una mirada al medio siglo de historia del Banco Central del Uruguay. Ariel Banda, Julio de Brun, Juan Andrés Moraes y Gabriel Oddone; El declive. Gabriel Oddone. ↩
-
Parte de su vivencia la cuenta en el podcast Nominal, de Javier de Haedo, divulgado días atrás. ↩
-
Carlos Steneri: “Reflexiones a 20 años de la crisis de 2002”. La Mañana. ↩
-
Una agenda de reformas para el sistema financiero uruguayo. Universidad de la República, Facultad de Ciencias Sociales. ↩
-
En referencia a su conversación con David Mulford, representante de Credit Suisse. ↩
-
Con los días contados. Claudio Paolillo. ↩
-
La calidad crediticia soberana suele ser un techo para las calificaciones de riesgo de las instituciones financieras. ↩
-
La caída acumulada del PIB superó el 17%. ↩
-
Pobreza y desigualdad en Uruguay: aprendizajes de cuatro décadas de crisis económicas y recuperaciones. ↩