Hazlo simple,
tan simple como sea posible,
pero no más.
Juan desde hace un tiempo se encuentra desocupado. Su situación lo inquieta. En días anteriores sus pensamientos giraron en torno a que, para quienes el trabajo representa su única fuente de ingresos, estar ocupado es condición necesaria, pero no suficiente, para tener una vida digna. Había encontrado datos elocuentes que daban cuenta de que, tanto en nuestro país como en otras latitudes, ocupación y pobreza en más oportunidades que las deseadas iban de la mano.
Había encontrado contradictorio plantear que es necesario reducir los salarios para fortalecer a las empresas y de esa manera crear empleo. No entendía el planteo. Las empresas dependen de la demanda para alcanzar la rentabilidad que esperan. Esta, a su vez, depende de los ingresos de los consumidores y estos, para la mayoría de la población, dependen de sus salarios En realidad, había logrado una explicación a este fenómeno. Una estrategia que es buena para uno, pero no necesariamente es buena cuando la aplican todos. Había encontrado que a este fenómeno se lo denominaba falacia de composición.1
Su incertidumbre acerca de cuánto tardaría en encontrar un nuevo trabajo y cuáles serían sus nuevas condiciones laborales lo afectaban, y, según le indicó el psicólogo, padecía indefensión aprendida.2 En sus intentos por superar la situación vio necesario entender cuáles son los determinantes de la desocupación, qué se sabe acerca de la duración promedio del desempleo y de las condiciones del nuevo trabajo. Decidió, entonces, poner manos a la obra. Empezó así a cavilar sobre estos temas.
Empezó preguntándose si la existencia de desempleo –que no es otra cosa que un desequilibrio en el mercado de trabajo–, al presentarse como fenómeno persistente en el tiempo y al encontrarse extendido a todas las economías del mundo, no contradice la parte de la teoría económica que establece que, de no existir interferencias –si la mano invisible opera sin restricciones–, todos los mercados estarían en equilibrio.
Además, Juan no entendía cómo es posible afirmar, como hacen algunos, que el libre funcionamiento de los mercados genera resultados eficientes. Se preguntaba: ¿se puede considerar eficiente que una parte de la fuerza de trabajo, recurso que constituye la única fuente de ingresos para la mayor parte de la población, no sea utilizada, y por tanto se pierdan ingresos y producción? ¿Es eficiente que los ingresos de una parte de aquellos que tienen trabajo no sean suficientes para situarlos por encima de la línea de pobreza? Estaba convencido de que la respuesta a las dos preguntas era no. Por el momento no tenía explicaciones, pero tampoco dudas. Buscó información acerca de la evolución de la tasa de desempleo en nuestro país en los últimos 40 años y la graficó.
Observó que en las últimas cuatro décadas la tasa de desocupación fue en promedio 9,6%. Teniendo en cuenta que cada punto de desocupación equivale a aproximadamente 17.000 personas, la cantidad de desocupados fue en el período del orden de 160.000 cada año. La pérdida directa de producción provocada por la desocupación, si se considera que la remuneración que alcanzarían los desocupados en caso de conseguir empleo es igual al salario mínimo nacional, equivale a dos puntos porcentuales del PIB por año; en cifras actuales ascendería a más de 1.000 millones de dólares. Si además se toma en cuenta el efecto multiplicador que generaría el aumento del consumo de estos nuevos trabajadores, la pérdida de producción generada por la desocupación sería aún mayor a los dos puntos porcentuales del PIB.
La existencia de desocupación desafía uno de los principales componentes del relato dominante, pensaba Juan, referido a que los mercados se autorregulan. La teoría del equilibrio entre oferta y demanda establece la existencia de un mundo armonioso en el que los precios permiten que las cantidades que unos quieren vender son iguales a las cantidades que otros quieren comprar. En ese mundo ideal no hay lugar para los desequilibrios, no hay lugar para la desocupación como fenómeno permanente y extendido a lo largo del tiempo y el universo. Y se preguntaba: ¿es razonable equiparar el funcionamiento del mercado de trabajo con el de cualquier otro bien, por ejemplo, las papas?
Juan se encontró perturbado; no entendía qué era lo que no funcionaba en el mercado de trabajo y qué hacía que el desequilibrio fuera la norma y no la excepción. Se puso a buscar posibles explicaciones y encontró varias. Algunas le resultaron lógicas. Otras no tanto.
Ante la existencia de múltiples explicaciones, intentó poner en práctica el método de la navaja del fraile Ockham, según el cual, a igualdad de condiciones, la explicación más sencilla es la que tiene mayor probabilidad de ser la correcta. En palabras de Sherlock Holmes: “Elemental, mi querido Watson”. Cuando se dispone de dos o más explicaciones de un fenómeno, es preferible la explicación más simple, la más parsimoniosa, la más económica en hipótesis. Ese es, en esencia, el planteo de Ockham que Juan intentó poner en práctica para explicar la desocupación.
La primera explicación que pudo encontrar planteaba que, aun existiendo demanda suficiente para que todos los trabajadores puedan estar ocupados, como el proceso de encuentro entre la oferta y la demanda lleva tiempo, durante cierto lapso van a existir desocupados.
A este tipo de desequilibrio se lo denomina desocupación friccional. Se enteró luego de que, en 2010, el premio Nobel de Economía fue otorgado a tres economistas que 40 años antes habían estudiado el desempleo y, en particular, las fricciones que impiden los ajustes automáticos en el mercado de trabajo que la teoría convencional prevé para otros mercados. Esto le confirmaba a Juan que el mercado de trabajo no funciona igual que el mercado de las papas.
Lamentablemente, opinaba Juan, el problema, por lo que estoy viendo, no se limita solamente a la desocupación friccional. Hay otras razones que explican que no exista demanda suficiente para que todos los trabajadores estén ocupados, las que dan lugar a lo que se conoce como desocupación estructural.
Encontró que una posible causa de la desocupación es la existencia de un desajuste entre el tipo de trabajo que se oferta y el tipo de trabajo que se demanda. Puede suceder, leyó Juan, que existan diez personas buscando trabajo en el área de la inteligencia artificial y que, simultáneamente, las empresas demanden diez puestos de trabajo pero de personas capacitadas en gestión cultural. Si bien la cantidad demandada es igual a la cantidad ofertada, existiría desocupación. En tiempos como los actuales, en que la forma de hacer las cosas cambia vertiginosamente, el proceso de ajuste de la oferta de trabajo en tiempo y forma al perfil de habilidades requerido por la demanda constituye un gran desafío.
Juan siguió buscando y encontró otra explicación. En este caso la desocupación sería consecuencia de que se pagan salarios superiores a los de equilibrio. ¿Por qué no sucede con el salario lo mismo que con el precio de las papas?, se preguntó. Encontró tres posibles causas: el poder de los sindicatos, la existencia de salarios mínimos y el pago de salarios de eficiencia. Esta última explicación, a la que se denomina teoría de los salarios de eficiencia, ya había formado parte de sus anteriores cavilaciones. Esta explicación le llamó particularmente la atención, le recordó la estrategia salarial puesta en práctica por Henry Ford.3 Según esta teoría, el desempleo sería consecuencia de que las empresas pagan salarios más altos que los que equilibrarían el mercado, con el objetivo de captar y mantener a las personas más talentosas.4
En lugar de que, como indica el relato predominante, los salarios se determinen en función de la productividad, esta teoría plantea la causalidad en sentido inverso: sería la productividad la que se ajusta a los salarios, aumentando cuando estos aumentan. Pagar salarios más elevados constituye, por tanto, una inversión cuyo retorno es el aumento de la productividad.
A su vez, de la mano de pagar salarios de eficiencia viene la consideración de que la desocupación que se genera en este caso tiene un efecto positivo. Volvió a leer nuevamente por si había entendido mal y confirmó que efectivamente decía efecto “positivo”. Tras la confirmación se sintió contrariado. No podía entender las razones de dicha afirmación y se preguntaba: ¿positivo para quién?, ¿qué explica que la desocupación pueda ser considerada positiva? Siguió leyendo y entendió.
Como argumento encontró que la existencia de desocupados disciplinaría a los trabajadores, generando un incentivo a esforzarse en las tareas que deben realizar para de esa manera disminuir la probabilidad de ser despedidos y perder el beneficio que implica cobrar salarios por encima de la productividad. Si no existiera desocupación, perder el trabajo tendría un costo menor, ya que sería mayor la probabilidad de obtener empleo en otra empresa. La incertidumbre de conseguir un nuevo trabajo haría valorar más el que se tiene.
También encontró otro tipo de explicaciones a la desocupación, en este caso basadas en la insuficiencia de demanda. A lo largo de los ciclos económicos, junto con las variaciones del PIB, se observan variaciones de la demanda de bienes y servicios que se traducen en variaciones en la demanda de trabajo. En momentos en que disminuye el nivel de actividad, rápidamente se destruyen empleos, generando desempleo. A esta se la puede denominar desocupación cíclica.
Crecimiento económico y empleo
Algo similar a lo que le sucede a Juan con sus estados de ánimo le pasa a la economía. Por momentos parece que funciona bien, por momentos no tanto. A veces se presentan problemas que hacen que para algunas personas la situación pueda ser insoportable.
En la economía, al igual que con los estados de ánimo de Juan, también puede existir histéresis. En los momentos en que todo funciona bien pueden mantenerse problemas que surgieron cuando la economía estaba en problemas. Le preocupaba, en particular, que esto sucediera con la desocupación, porque había leído que no era nada raro que eso pasara. Con la caída de la actividad se destruyen empleos rápidamente, mientras que con el crecimiento de la actividad se crean empleos, pero lentamente.
La evolución del PIB es el indicador ampliamente empleado como termómetro para evaluar el funcionamiento de las economías, lo que implica perder de vista que, así como algunas patologías –incluso graves– no generan fiebre, el incremento del PIB puede ir acompañado de problemas, como por ejemplo mayor carbonización del planeta o el incremento de la inseguridad alimentaria, pero eso es harina de otro costal. Esto abre la puerta al desafío de alcanzar la prosperidad sin crecimiento, pero en este momento la prosperidad era para Juan sinónimo de empleo. En ocasiones, quizás en más que las deseables, lo urgente termina desplazando a lo importante.
Se encontró con que en la evolución del PIB mundial se observa la alternancia de períodos de temperatura corporal adecuada, con períodos de fiebre. Esto se observa en el gráfico 2, que muestra la variación del PIB mundial por persona en los últimos 60 años.
Del gráfico se desprende que entre 1961 y 2021 existieron cinco crisis de alcance planetario con centro en 1975, 1982, 1991, 2009 y 2020. Existió, en promedio, una crisis global cada 12 años. Los mecanismos de estabilización automáticos a cargo de la mano invisible del mercado y las políticas económicas instrumentadas no fueron capaces de evitar las crisis. Juan entonces se preguntó: ¿no será necesario quitar la confianza que algunos han depositado en la mano invisible del mercado?, ¿no será también necesario pensar en una nueva política económica? Juan creía que responder afirmativamente ambas preguntas era lo correcto.
La ley de Juan (Okun)
Juan siempre había escuchado hablar de la existencia de una relación entre la evolución de la desocupación y la del PIB (crecimiento económico). Pensó entonces en ver qué mostraban los datos en nuestro país. Pensó que, para evaluar mejor la situación, y a falta de microscopio para agrandar el objeto de estudio, lo mejor sería tomar en cuenta los momentos en que se observó mayor crecimiento de la economía. Analizó entonces lo ocurrido en la economía uruguaya en 2006-2019, período en el que el crecimiento del PIB mostró valores superiores al promedio histórico.
Analizando una y otra vez lo ocurrido en el período, observó un fenómeno que le llamó mucho la atención. En los años en que el crecimiento fue menor a 3%, la tasa de desocupación no disminuyó. A partir de un crecimiento de 3%, la desocupación presentaba una caída de un punto porcentual con cada crecimiento adicional de 3% del PIB. Por ejemplo, si la economía creciera al 6% anual, la desocupación disminuiría un punto porcentual. Juan se imaginaba la situación como la de alguien que compra reducción de la desocupación pagando con crecimiento del PIB y tiene que pagar un costo fijo equivalente a un crecimiento de 3%, como el que paga en su factura de UTE aunque no consuma nada de energía eléctrica, y, a partir de ese monto, cada 3% de crecimiento del PIB adicional se obtiene una reducción de la desocupación de un punto porcentual. Le pareció interesante graficar los resultados obtenidos.
Su hallazgo le llamó la atención y buscó información acerca de la relación entre desocupación y crecimiento económicos para otros países. Encontró que lo que había observado para Uruguay era similar a un planteo para la economía de Estados Unidos realizado por el economista Arthur Okun, lo que dio lugar a la denominada Ley de Okun.
A partir del análisis de los datos para Estados Unidos de la década del 50, Okun planteó que, para mantener los niveles de empleo, la economía necesitaba crecer cada año entre 2,6% y 3%. Juan había encontrado para el caso de Uruguay un valor similar: 3%.
Cualquier crecimiento inferior del PIB significaba un incremento del desempleo. La Ley de Okun señala, además, que una vez mantenido el nivel de empleo gracias al crecimiento del 3%, para conseguir disminuir el desempleo es necesario crecer dos puntos porcentuales adicionales por cada punto de desempleo que se quiera reducir. Juan había encontrado que, para el caso de Uruguay, se debía incrementar tres puntos porcentuales en lugar de dos. Parece que, como sucede con algunos bienes, en Uruguay hay que pagar más.
La ley de Juan (Okun) es sólo una observación empírica para la que no se tiene un fundamento teórico. A pesar de eso, la regla se cumple en muchos casos y por eso es empleada en los análisis macroeconómicos.
Por suerte, el hecho de que no se cuente con fundamentos teóricos que respalden la ley hace que debamos tomarla con pinzas, pensaba Juan, porque analizando las tasas de crecimiento proyectadas por analistas para los próximos años en nuestro país no podía esperar una disminución de la desocupación que venga de la mano del crecimiento económico.
Duración del desempleo
Juan acababa de escuchar en la radio que la tasa de desempleo del último año se situó en 8%. Se preguntó cómo debía interpretar ese valor. En sus cavilaciones pensaba que la tasa promedio sería la misma si a lo largo de un año las personas incluidas en el 8% fueran las mismas, que si mes a mes fueran diferentes. Si bien las dos situaciones definen la misma tasa de desempleo, esconden realidades diferentes.
En un caso, a lo largo del año los desocupados están sin trabajo solamente un mes; en cambio, en el otro caso, están un año. Estas dos situaciones para Juan no eran equivalentes. Se dio cuenta de que la cantidad de desocupados en un determinado momento se puede descomponer en la suma de dos grupos: los desocupados que vienen del período anterior más los nuevos desocupados. En la medida en que el grupo de desocupados que viene de períodos anteriores se mantiene en el tiempo, la duración promedio en que las personas se encuentran desocupadas aumenta.
Juan concluyó que habría que tener esto en cuenta cuando se analiza la evolución de la tasa de desempleo. Se dio cuenta de que no sólo era importante saber su probabilidad de encontrar empleo, también lo era saber el tiempo que eso le iba a llevar.
Buscando información para poder responderse la pregunta, se encontró con este texto: “Como la duración del desempleo puede influir en nuestra opinión sobre la gravedad del problema, los economistas han dedicado muchos esfuerzos al estudio de los datos sobre la duración de los períodos de desempleo. En estos estudios han llegado a una conclusión importante sutil y aparentemente contradictoria: la mayoría de los períodos de desempleo son breves y la mayor parte del desempleo observado en un determinado momento es de larga duración”.5
Juan se volvió a preguntar: ¿cuánto tiempo tardaré en encontrar nuevamente trabajo? Comenzó a buscar información para nuestro país y encontró un estudio que estimaba que la duración promedio del desempleo para el período 1986-1999 fue de cuatro meses.6 Esta estimación no le resultó nada auspiciosa en la medida en que, según esta, era necesario un tercio de año para conseguir un empleo en un período que incluía años de dinamismo económico. Se trata de un promedio, se dijo para consolarse, y mi situación no tiene por qué coincidir con este. En el fondo sabía que su situación, si bien podía ser mejor a la del promedio, también podía ser peor.
Siguió entonces buscando y encontró otra estimación para un período similar, en este caso 1991-1999. Le llamó la atención que los dos trabajos se publicaran en 2001, pero recordó que en esos momentos la desocupación era un problema importante en nuestro país –había alcanzado niveles cercanos al 15%–. Al leer este segundo trabajo sintió que salía de Guatemala para meterse en Guatepeor.
En esta segunda estimación,7 la duración promedio del desempleo se estimaba entre seis y siete meses para el período en que el desempleo en el país se mantuvo constante y mayor a ocho meses cuando la tasa de desempleo se incrementó en el período 1997-1998. Pensó qué podría hacer para reducir el tiempo para obtener empleo, pero quedó paralizado.
Después pensó que no sólo le debería importar conseguir trabajo, también le debería importar cuál sería la nueva remuneración. ¿Ganaré lo mismo que antes?, se preguntó. Nuevamente buscó información y lo que encontró no le resultó nada positivo. Según un estudio,8 quienes se reincorporan en el mercado de trabajo después de haber estado desocupados lo hacen a un salario por hora menor en alrededor del 30% respecto del que recibían en el trabajo anterior. En el estudio no sólo se remarca la caída del salario, sino que se muestra que en promedio el nuevo trabajo es de peor calidad. Además de menor salario por hora, implica menor estabilidad, menor carga horaria y pérdida de prima y otros derechos vinculados a la antigüedad en la empresa.
Juan a esa altura lo tenía claro, sabía que aunque saliera de su actual situación le quedarían cicatrices. “Hay heridas que, en lugar de abrirnos la piel, nos abren los ojos”.9 Sabía que estas heridas le dejarían huellas hasta los últimos años de su vida, ya que la desocupación afecta negativamente su historia laboral y, por lo tanto, el valor de su futura jubilación.
A esta altura ya estaba cansado y agobiado por tanta información que le auguraba un futuro con más sombras que luces. Se había hecho tarde. Tenía hambre y pidió algo para cenar a un delivery. Mientras esperaba, intentó sintetizar los hallazgos de la jornada.
Empezó recordando que, cuando escuchaba en los medios de comunicación a representantes de las empresas en su carácter de empresarios o asesores haciendo un uso desmedido, y hasta quizás incorrecto, de la navaja de Ockham, reducían el problema de la desocupación a lo elevado de los salarios. Concluían, por lo tanto, que la única solución para reducir el desempleo es reducir los salarios.
Juan pensaba que detrás de la ventaja de tener una explicación tan simple existe un problema; no se cumple con la premisa de minimizar la cantidad de hipótesis que están detrás de la explicación. El modelo que explica el comportamiento de la oferta y la demanda, que da lugar a que un exceso de oferta se resuelve con una disminución del precio, se sustenta en un sinnúmero de hipótesis. No sería por tanto correcto decir que el modelo es parsimonioso.
Acotando en la búsqueda a la solución del desempleo a una mirada unidimensional –reducir los salarios–, se corre el riesgo de no alcanzar el objetivo buscado. Juan se preguntó: si fuera necesario partir una torta en ocho pedazos iguales, ¿sería posible hacerlo realizando tres cortes? Si pensamos unidimensionalmente, es decir, si pensamos exclusivamente en hacer cortes verticales –el corte tradicional de una torta–, la respuesta es que no es posible.
En cambio, si incorporamos al análisis otra dimensión, si incluimos la posibilidad de realizar tanto cortes verticales como horizontales, el objetivo sí se puede lograr. Alcanza con realizar primero dos cortes verticales que dividan la torta en cuatro pedazos iguales y posteriormente hacer un corte horizontal que divida cada uno de los cuatro pedazos en dos partes iguales. Agregar una dimensión aporta una solución que era inexistente en el mundo unidimensional de Planilandia.10
La reducción de las dimensiones de un análisis puede observarse en personas que al ser gobernadas por creencias se les dificulte percibir las evidencias. Recordó Juan que Galileo Galilei, a pesar de la evidencia, fue condenado por cuestionar que todos los planetas giran en torno a la Tierra. Por un momento temió ser él condenado por poner en cuestión la idea de que todos los problemas de desocupación giran en torno a la existencia de salarios elevados.
Su temor se acentuó cuando leyó que el presidente electo de Argentina manifestó que el artículo 14.b de la Constitución nacional “es el cáncer del país” y lo derogaría.11 En dicho artículo se establece: “El trabajo en sus diversas formas gozará de la protección de las leyes, las que asegurarán al trabajador: condiciones dignas y equitativas de labor; jornada limitada; descanso y vacaciones pagados; retribución justa; salario mínimo vital móvil; igual remuneración por igual tarea; participación en las ganancias de las empresas, con control de la producción y colaboración en la dirección; protección contra el despido arbitrario; estabilidad del empleado público; organización sindical libre y democrática, reconocida por la simple inscripción en un registro especial...”.
Escuchó el timbre, había llegado el momento de cenar. Mientras se dirigía a abrir la puerta, escuchaba “Caminante, no hay camino” y pensaba que era necesario cambiar muchas cosas para mejorar el bienestar de la humanidad. Se decía a sí mismo “no sé si sé lo que quiero, pero sí sé que sé lo que no quiero”. Seguramente esa afirmación represente a mucha gente, se dijo, y concluyó que se necesitan más certezas acerca de cómo y hacia dónde ir, se necesitan utopías que nos sirvan de norte, sin olvidar, también, que se hace camino al andar.
Al día siguiente Juan se levantó y recordó el diálogo que mantuvo con el delivery que la noche anterior le había traído la cena. Esto lo llevó a realizar las siguientes cavilaciones...
Carlos Grau Pérez es economista, investigador del Cinve, docente universitario, máster en Economía por la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.
-
La falacia de composición surge cuando un individuo asume que algo es verdadero para el todo simplemente porque es cierto para una parte del todo. ↩
-
La indefensión aprendida genera que una persona sienta y crea que haga lo que haga no va a poder cambiar los resultados de los acontecimientos; lo que después ocurra ya está determinado. ↩
-
Raff, D; Summers, L (1986): Did Henry Ford Pay Efficiency Wages? National Bureau of Economic Research, Working paper 2101. ↩
-
Shapiro, C; Stiglitz, J (1984). Equilibrium Unemployment as a Worker Discipline Device. The American Economic Review. 74 (3): 433-444. ↩
-
Mankiw, N (2004). Principios de economía. McGraw Hill Interamericana de España. ↩
-
Azar, P; Rodríguez, S; Sanguinetti, C (2001). Análisis sobre la duración del desempleo en Uruguay 1986-1999. Instituto de Economía, FCEA, DT 9/01. ↩
-
Bucheli, M; Furtado, M (2001). Impacto del desempleo sobre el salario. Una estimación de la pérdida salarial para Uruguay. Cepal. Oficina de Montevideo. ↩
-
Ídem. ↩
-
Frase atribuida al poeta chileno Pablo Neruda (1904-1973). ↩
-
mimosa.pntic.mec.es/jgomez53/docencia/abbott-planilandia.pdf ↩
-
infonews.com/milei-aseguro-que-el-articulo-14-bis-de-la-constitucion-es-el-cancer-del-pais.html ↩