En la primera parte de esta serie de dos columnas argumentamos que resulta imprescindible retomar una visión de largo plazo para colocar a Uruguay en una senda de desarrollo sostenible.1 Además, describimos cinco macrotendencias globales que deben considerarse como marco para plantear esta estrategia: la revolución tecnológica, el cambio demográfico, la crisis ambiental, la concentración y el cambio cultural.
En esta segunda columna se describen tres ejes estratégicos que intentan condensar lo fundamental de las transformaciones necesarias para avanzar hacia el objetivo planteado de desarrollo sostenible en Uruguay.
Transformación productiva sostenible
El objetivo de este eje es avanzar en la modificación de la tradicional inserción económica dependiente de Uruguay, al posicionarse en actividades más dinámicas en cambio tecnológico, que permitan acompañar las tendencias globales de crecimiento de la productividad y, por tanto, de los ingresos, con el objetivo último de mejorar la calidad de vida de las personas.
El desarrollo de nuevas industrias o la readecuación de las existentes no es un simple ejercicio de voluntad, sino que implica el gigantesco desafío de hacerlo en un marco global de fuerte competencia, con jugadores globales que cuentan con mayores recursos financieros y tecnológicos. Por lo tanto, el ejercicio de selección de sectores y actividades a priorizar por las políticas públicas implica una transacción entre capacidades locales existentes y oportunidades y riesgos a futuro, asociados a las tendencias tecnológicas, pero también a las otras tendencias globales constatadas. Por otra parte, la planificación de la transformación productiva debe hacerse atendiendo a la necesidad de la sostenibilidad ambiental.
En el marco de la Estrategia de Desarrollo 2050, se identificaron seis grandes complejos productivos a priorizar, sobre los que se desarrollaron amplios procesos prospectivos. Se entiende que estos tienen el potencial de impulsar el desarrollo de Uruguay en el nuevo contexto tecnológico.
Se trata de actividades que, por un lado, son potencialmente receptores prioritarios de las innovaciones tecnológicas de los núcleos impulsores más dinámicos del desarrollo tecnológico. Además, por el otro, presentan una importante historia productiva en el país, de modo que existen capacidades asociadas a estas —en la forma de empresas, trabajadores, técnicos, recursos naturales, regulaciones e infraestructuras— que, de todas maneras, deberán fortalecerse y desarrollarse. Esas capacidades hacen factible un despliegue de estos complejos productivos en el mediano plazo, para que se conviertan, a su vez, en factor de arrastre de otras actividades y de la economía toda.
En el primer diagrama se muestran los sectores priorizados y se los vincula con los núcleos de desarrollo tecnológico que pautan la presente revolución tecnológica.
En conjunto, estos complejos dan cuenta de aproximadamente un 25% del empleo y el producto, pero de más del 90% de las exportaciones, por lo que la inserción internacional de la economía depende casi íntegramente de ellos.
Por un lado, hay un grupo de actividades más directamente vinculadas a la bioeconomía. Se trata de los complejos de producción de alimentos y el forestal-maderero. Por otra parte, los complejos de las TIC y las industrias creativas están directamente impactados por las transformaciones que supone el proceso de digitalización. Adicionalmente, figuran otros dos complejos productivos con vínculos diversos con ambas fuentes de innovaciones: las energías renovables y el turismo.
Finalmente, cabe resaltar que para avanzar en esta agenda resulta necesario contar con una institucionalidad acorde, para ello hemos realizado una propuesta específica contenida en una ficha de política de Etcétera.2 Esta propuesta ha sido comentada también por Luis Bértola en una nota reciente.3
Transformación social
Es preciso acompañar la transformación tecnológica y productiva con la consolidación de una matriz de protección social más densa, que permita aprovechar el enorme potencial del salto productivo de las nuevas tecnologías para generar igualdad y bienestar para toda la población, y que mejore las capacidades de la sociedad para interactuar con tecnologías cada vez más avanzadas. Así enfrentará adecuadamente la amenaza producto de la megatendencia asociada a la creciente concentración económica.
El cambio tecnológico genera oportunidades y desafíos, nuevos empleos y profesiones, pero también la pérdida y desaparición de actividades y sectores que, si no son acompañadas de medidas de anticipación y de protección social, pueden convertirse en fuente de precariedad y malestar.
El cambio demográfico, a su vez, es otro de los principales determinantes de cambios a futuro en nuestro país. Asistimos a un proceso de largo plazo de caída de la fecundidad e incremento de la esperanza de vida, expresión clara de mejoras en la calidad de vida de la población. Pero asimismo es un proceso desafiante, que señala una tendencia fuerte al envejecimiento de la población, con sus consecuencias en el mercado de trabajo, en la salud o la protección social.
Asimismo, es necesario desarrollar acciones que aseguren la amplia distribución social de las ganancias de productividad asociadas a la transformación productiva, tomando en consideración cómo las nuevas tecnologías también afectan las relaciones de poder de los diversos actores a nivel social. Esto requiere pensar las nuevas formas de trabajo, las relaciones laborales, el sistema impositivo, la seguridad social y demás en clave de protección y de redistribución social.
Se plantea entonces la necesaria consolidación de una arquitectura universal de protección social. El universalismo es un camino ineludible para las metas de desarrollo que el país busca alcanzar. Contar con una matriz de protección social universal implica que las políticas públicas garanticen que todos los ciudadanos tengan iguales condiciones de acceso, suficiencia y calidad de servicios, beneficios y prestaciones sociales, sin importar dónde vivan, cuál sea su sexo, su edad, su trabajo o su ingreso. Esto requiere repensar para qué sociedad —qué riesgos, qué vulnerabilidades— están actuando las políticas de protección social y qué sectores requieren más apoyo para alcanzar mínimos de bienestar, así como cuáles son los instrumentos más efectivos para lograrlo.
Transformación de las relaciones de género
A pesar de los innegables avances en las últimas décadas en nuestro país en materia de igualdad de género, aún hoy las mujeres ganan sustancialmente menos que los varones a iguales niveles de calificación. Aún hoy, sobre las mujeres recae el grueso del trabajo no remunerado de nuestra sociedad: las tareas domésticas en el hogar propio y el cuidado de niños, enfermos y ancianos; lo que implica menos tiempo para estudiar, trabajar o disfrutar de tiempo libre.
El avance en esta materia es un tema fundamental para los derechos humanos de las mujeres. Pero también es una condición básica para el desarrollo del país. Las mujeres, que representan la población con mayores logros en todos los niveles educativos, mantienen una inserción problemática en el aparato productivo. Presentan tasas de actividad más bajas y jornadas laborales más cortas, reflejo de la mayor carga de trabajo no remunerado que recae sobre ellas y de las dificultades para conciliar ambas tareas.
Asimismo, presentan amplia segregación educativa, ya que las rígidas representaciones sociales de género se reflejan en una alta concentración de mujeres en carreras asociadas al histórico rol femenino (vinculado a lo social y a los cuidados), y se insertan menos en carreras científicas y tecnológicas. Vinculado con lo anterior, pero también por efecto de la discriminación de género y de las dificultades de conciliación, se emplean en sectores de más baja productividad y en tareas de menor nivel jerárquico, con lo que su aporte productivo se ve reducido. De esta forma, Uruguay desaprovecha el talento productivo de la mitad más formada de su población.
Por otra parte, el cambio demográfico señala un desafío central para el país en el envejecimiento por sus consecuencias en la posible tendencia de caída en la cantidad de personas en actividad laboral remunerada y por una mayor necesidad de servicios de cuidados, asociados a la dependencia en edades avanzadas. Todo ello llama a la necesidad de promover la corresponsabilidad entre hombres y mujeres en tareas domésticas no remuneradas que permita el desarrollo personal y profesional de las mujeres, junto con dispositivos de políticas públicas que hagan frente a la crisis de los cuidados.
Entonces, tanto la transformación productiva como la transformación social sólo serán posibles en la medida en que se modifiquen parámetros culturales profundos, que marcan diferencias en las posibilidades de desarrollo entre varones y mujeres, y en la medida en que se diseñen y ejecuten políticas que hagan frente a los riesgos sociales cuyas consecuencias recaen, fundamentalmente, en las mujeres.
Futuro en desarrollo
La planificación, abandonada por esta administración, resulta un instrumento esencial para el desarrollo económico, social, ambiental y cultural en cualquier país del mundo hoy en día. En ese marco, una de sus herramientas fundamentales es la anticipación prospectiva, que no implica tener una bola de cristal, sino construir estrategias y acciones basadas sobre escenarios posibles.
En estas dos columnas intentamos resumir algunas macrotendencias globales y las oportunidades que brindan a las transformaciones necesarias para avanzar en el desarrollo sostenible de Uruguay. También lanzamos una ficha de política y un micrositio con este acumulado en la web de Etcétera.
La planificación articula el conocimiento experto con la participación social en el marco de una visión de desarrollo compartida. Ya desde los tiempos antiguos se sabía que ningún viento es bueno para quien no sabe a qué puerto se dirige.