En el marco de una creciente inestabilidad financiera, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) divulgó este viernes su último reporte sobre el estado de situación y las perspectivas para la economía mundial. Según el documento, titulado Una frágil recuperación, el crecimiento mundial habría cerrado 2022 en el entorno de 3,2%, lo que supone una desaceleración con relación al año anterior y un desempeño más decepcionante del esperado al inicio del año. Grosso modo, lo anterior guarda estrecha relación con la irrupción de la guerra, la crisis del costo de vida y el enfriamiento de China producto de su política sanitaria. Las previsiones para este año y el siguiente ubican la expansión global en 2,6 % y 2,9% respectivamente.
A este respecto, la economía china se expandió apenas 3% durante el año pasado, un crecimiento excepcionalmente bajo a la luz de lo que ha sido su comportamiento durante las últimas cuatro décadas. De hecho, es un crecimiento apenas mayor al observado en aquel fatídico 2020, que tuvo a China como uno de los pocos países que evitó una contracción en términos anuales (2,2% fue la variación del PIB). No obstante, la situación cambió recientemente ante el abandono de la estrategia cero covid y la consecuente reapertura de la economía. En efecto, los indicadores adelantados de actividad vienen mostrando señales alentadoras, recogiendo también el apoyo desplegado desde la política fiscal y monetaria. En este marco, la OCDE estima una expansión del PIB de 5,3% para este año y un crecimiento algo menor para 2024 (4,9%).
En Estados Unidos las expectativas son más moderadas, y todavía no recogen el impacto de los desarrollos recientes en el sistema bancario. Por un lado, la economía estadounidense continúa creando empleos a buen ritmo y el desempleo alcanzó recientemente un piso histórico. Por otro lado, si bien la inflación se ha venido moderando, las presiones siguen latentes, especialmente por el lado de los servicios. Tomando todo esto en consideración, y teniendo en cuenta el impacto negativo asociado a la restricción monetaria −el aumento de las tasas por parte de la FED−, se prevé que Estados Unidos crezca 1,5% y 0,9% en 2023 y 2024, respectivamente.
En el caso de la eurozona el panorama es inverso, dado que el crecimiento mejoraría hacia 2024. Concretamente, las proyecciones del organismo indican que el bloque crecerá apenas 0,8% este año (golpeado por la crisis energética y por el impacto del aumento de las tasas de interés), pero duplicará el registro en 2024 producto de una mejora en el frente energético.
Es importante tener en cuenta que estas perspectivas todavía no incorporan la totalidad de los impactos que podrían desprenderse de la turbulencia financiera que se desató hace una semana, luego de que se conocieran los problemas del Silicon Valley Bank, del Signature Bank y más adelante del Credit Suisse. En efecto, la mejora que había experimentado la confianza sobre la marcha de la economía global se ha venido diluyendo aceleradamente, a medida que van quedando expuestos un conjunto de riesgos que estaban ocultos por la abundancia de liquidez y el acceso barato al crédito que caracterizó los últimos años.
Además, a los temores por un contagio más extendido en la órbita del sistema bancario se suman preocupaciones preexistentes, relacionadas con la continuidad del conflicto bélico entre Rusia y Ucrania y con los efectos diferidos de la política monetaria sobre el consumo y la inversión. Además, la OCDE advierte que las presiones en los mercados energéticos podrían volver a emerger, lo que volvería a impulsar la inflación y reflotar sus efectos nocivos sobre el ingreso de los hogares. Es justamente este conjunto de factores el que está detrás del concepto de “fragilidad” que le da título al informe: la economía mundial arrancó el año con algunos brotes verdes, pero la situación podría revertirse rápidamente ante la materialización de algunos de estos riesgos. De hecho, algunos de ellos ya lo están haciendo, como quedó al desnudo durante la última semana.
Problemas de larga data
Ampliando la perspectiva del análisis, la situación actual introduce un capítulo adicional a lo que ha sido un proceso de enlentecimiento extendido durante décadas para el crecimiento potencial. Como enfatiza el informe, “la desaceleración actual se suma a los desafíos de larga data para el crecimiento, la resiliencia y el bienestar derivados del envejecimiento de la población, la aceleración de la digitalización y la necesidad de reducir las emisiones de carbono”. Este fenómeno es bastante generalizado, en tanto afecta a las economías desarrolladas y también a los países emergentes.
En particular, uno de los motivos principales detrás de estas tendencias tiene que ver con la demografía, dado que, a medida que las poblaciones envejecen, se va reduciendo el tamaño de la población activa y también, por esa vía, la contribución del capital humano al crecimiento económico. Pero este no es el único problema, porque la erosión de la capacidad potencial de crecimiento constatada en las últimas décadas también refleja menores niveles de inversión y especialmente una caída de la productividad total de los factores, es decir, una pérdida de eficiencia en las formas en que se combinan el capital físico y humano.