Muchos expertos creen que la hegemonía global del dólar estadounidense, que ha perdurado durante casi 80 años, finalmente está llegando a su fin. Este desenlace no es imposible: las crisis económicas, la mayor polarización doméstica y los fuertes vientos geopolíticos en contra podrían, en efecto, culminar en el derrumbe de la moneda. Pero no es probable.

Los debates sobre el futuro del sistema monetario internacional muchas veces no consideran el predominio de espectro completo de la moneda norteamericana, lo que exige entender su rol en los mercados públicos y privados, así como los diversos incentivos para tener dólares. Mientras sigan prevaleciendo las sinergias autorreafirmantes y las formas de oportunismo, achicar el enorme abismo entre el dólar y otras monedas seguirá siendo difícil.

Sin duda, la supremacía del dólar está amenazada. La primacía y la omnipresencia del dólar estadounidense en el sistema financiero global se han convertido en un tema de discordia importante en la lucha de grandes potencias entre Estados Unidos, China y Rusia. Estos desafíos geopolíticos suceden en un contexto de altas tasas de interés y de políticas polarizadas en Estados Unidos, que motivaron las prolongadas negociaciones sobre el techo de deuda de Estados Unidos a comienzos de este año; en conjunto, amenazan con minar la seguridad percibida de los activos en dólares. Pero para desbancar al dólar estadounidense, múltiples actores deben respaldar un cambio de moneda sustancial.

Por otra parte, Estados Unidos –y potencialmente otros países– tiene un interés particular en preservar el estatus del dólar como la única moneda verdaderamente global del mundo. Los norteamericanos se ven beneficiados con la facilidad y la conveniencia de hacer transacciones en dólares, el señoraje, la flexibilidad monetaria y su condición de refugio seguro del mundo en tiempos de crisis. Para el gobierno norteamericano, sirve como un instrumento de coerción no militar con el cual controlar al mundo, así como una fuente de prestigio.

Para medir el predominio del dólar hace falta una mirada más estrecha de las múltiples funciones –desde instrumento de cambio hasta unidad de cuenta y reserva de valor– que desempeña el dólar estadounidense fuera de Estados Unidos. Los gobiernos y las autoridades monetarias utilizan el dólar para intervenir en los mercados cambiarios y mantener reservas oficiales, y como una moneda de cambio fijo. Los actores privados, por su parte, dependen del dólar como una moneda vehicular, para facturar y compensar operaciones de valores, y para fines de inversión. La interacción entre estos diferentes actores y roles ha llevado a la moneda a su posición hegemónica.

El dólar supera a su principal rival –el euro– por el mayor margen en el rol de moneda de reserva, que los gobiernos extranjeros y las autoridades monetarias usan como paridad de tipo de cambio o para intervenciones. Las decisiones de los gobiernos, por ende, son importantes para la continuidad de la primacía del dólar. Las entidades oficiales podrían coordinar las intervenciones cambiarias para apuntalar o presionar al dólar. Pero eso exigiría una acción colectiva, que también sería necesaria para la implementación exitosa de sistemas de pago alternativos y acuerdos de liquidez, como el Sistema de Pago Interbancario Transfronterizo de China, un rival denominado en renminbi del Sistema de Pagos Interbancarios de la Cámara de Compensación de Estados Unidos, o la moneda de reserva conjunta propuesta por el grupo BRICS (referencia conjunta a Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), conformado por las principales economías emergentes. La pregunta es si ese tipo de coordinación es posible.

En la era posterior a la Guerra Fría, los gobiernos han estado motivados principalmente por factores económicos a la hora de decidir si acumular o no una moneda extranjera. La liquidez, profundidad y amplitud del mercado del dólar han hecho que la divisa norteamericana sea ampliamente accesible y más económica de usar que las alternativas. Los circuitos de retroacción entre instituciones oficiales y actores privados también han alentado a los gobiernos y a las autoridades monetarias a acumular reservas denominadas en dólares. Por ejemplo, en tiempos de crisis, los actores privados dependen de que los bancos centrales les suministren activos en dólares, a veces a través de líneas swap otorgadas por la Reserva Federal de Estados Unidos.

La disposición de los actores privados a usar y tener dólares también es una elección basada en consideraciones económicas: estos actores probablemente liquiden pagos –y, por ende, reserva de valor– en la moneda de facturación. Pero conviven dentro de un sistema descentralizado en el que cada uno suele responder por una pequeña porción de la torta. Incluso los considerables activos en dólares en manos de grandes instituciones financieras comprenden depósitos de entidades independientes sin los medios o los incentivos para actuar de manera colectiva. En consecuencia, si bien las decisiones independientes podrían erosionar paulatinamente la posición global del dólar, un esfuerzo privado deliberado y coordinado para subvertir el sistema actual es sumamente improbable.

Provocar un colapso del dólar y forjar un nuevo orden mundial en el cual la moneda estadounidense desempeñe un papel menos relevante exigiría que todos los usuarios desarticularan estos efectos de red y sufrieran las consecuencias. Los gobiernos necesitarían cortar los lazos económicos y políticos con Estados Unidos. Para cumplir la promesa de los BRICS de crear una moneda de reserva y un sistema de pago alternativos, por ejemplo, muchos de sus miembros tendrían que dejar de depender de la liquidez y la demanda de los consumidores de Estados Unidos.

Este tipo de iniciativas dependen de la participación de los principales actores económicos o una preponderancia de los menos relevantes. Es improbable que las principales economías se sumen ya que, con excepción de China, todas ellas tienen acceso a líneas swap en dólares. Asimismo, si los gobiernos abandonan el dólar antes de que otra moneda se vuelva dominante, corren el riesgo de perder un salvavidas de liquidez en tiempos de crisis. De la misma manera, muchos actores pequeños se mostrarían reacios a saltar del barco, dado que el oportunismo en gran medida impide la acción colectiva.

Más allá de cualquier costo económico directo, los gobiernos que conspiran para desbaratar el sistema del dólar corren el riesgo de perder la garantía de seguridad de Estados Unidos. Incluso los países que no se benefician directamente de los compromisos de defensa de Estados Unidos probablemente se nieguen a aterrizar en el lado equivocado de semejante potencia militar.

Los comentarios positivos sobre las funciones oficiales y privadas del dólar estadounidense, los efectos de red asociados con su ventaja actual y el oportunismo desalientan una acción colectiva contra el statu quo. Para los gobiernos, desenchufarse del sistema del dólar también implica desconectarse de todo lo que Estados Unidos tiene para ofrecer, incluyendo la aportación de liquidez, la demanda de consumo, las líneas swap en dólares y un paraguas de seguridad. El predominio de la moneda es tenaz. A falta de una agitación económica importante o de un realineamiento geopolítico, la hegemonía global del dólar seguirá creando las condiciones para su propia persistencia.

Carla Norrlöf, profesora de Ciencia Política en la Universidad de Toronto, es miembro sénior no residente del Atlantic Council. Copyright: Project Syndicate, 2023.