Nuestra prosperidad a largo plazo y el bienestar de las generaciones futuras están en peligro, dado que la pérdida de biodiversidad y el colapso de ecosistemas críticos no sólo amenazan nuestro medioambiente, sino que también plantean riesgos para la economía, la salud pública, la seguridad nacional y la estabilidad global. En la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad de 2024, que tiene lugar actualmente en Cali, Colombia, los líderes finalmente deben enfrentar esta crisis con el nivel de compromiso político y financiamiento que merece.
Muchas veces se entiende la biodiversidad en términos de variedad de vida en la Tierra −la cantidad de especies de plantas, animales y microorganismos−. No se puede exagerar su importancia. La biodiversidad sustenta los servicios de los ecosistemas que sustentan la vida humana, como la purificación del agua, el control de las inundaciones y la regulación climática. El rápido declive de especies y ecosistemas −un millón de especies vegetales y animales están al borde de la extinción− supone así una amenaza existencial.
Si no se intenta resolverla, la pérdida de biodiversidad acelerará el cambio climático y ampliará sus consecuencias, contribuyendo a aumentar la cantidad de desastres naturales y crisis de mercado. También hará que nuestros sistemas agrícolas sean cada vez más vulnerables a riesgos −desde pestes y agentes patógenos hasta condiciones meteorológicas extremas− y agotará las reservas pesqueras de los océanos. Esto afectará tanto el precio como la disponibilidad de alimentos, causando una escasez en el Sur Global y agravando la inseguridad en sociedades ya frágiles.
Estas tendencias dejarán a una cantidad cada vez mayor de personas con pocas opciones más que huir de sus hogares en busca de mejores condiciones de vida. Según el Instituto para la Economía y la Paz, los desastres naturales y otras amenazas ecológicas podrían desplazar hasta 1.200 millones de personas para 2050. Estos “refugiados ambientales” podrían desestabilizar a los países de destino, tensar las relaciones internacionales y desafiar los marcos de seguridad. En tanto la superficie habitable total del planeta se achica, y aumenta la competencia por recursos, el conflicto se tornará inevitable.
La pérdida de biodiversidad también amenaza a la salud pública, que está intrínsecamente asociada a los ecosistemas que nos rodean. Muchas enfermedades −entre ellas, enfermedades infecciosas nuevas como la viruela del mono− se pueden vincular directamente a los cambios en la biodiversidad. En tanto la destrucción de los hábitats obliga a que la vida salvaje esté en contacto más estrecho con las poblaciones humanas, el riesgo de enfermedades zoonóticas como la covid-19 aumenta.
Para impedir un futuro de estas características, todos los países deben reconocer la pérdida de biodiversidad como una cuestión de seguridad. Esto implica integrar las consideraciones de biodiversidad en la política exterior y de defensa. Y significa financiar la respuesta −incluso con inversiones en prácticas que protejan los ecosistemas y medidas ambiciosas para abordar las causas profundas de la pérdida de diversidad, como la destrucción de hábitats y el cambio climático− con la misma firmeza con que lo harían con cualquier otra crisis de seguridad.
Se estima que abordar la crisis de biodiversidad exigirá 700.000 millones de dólares adicionales al año para 2030. Afortunadamente, en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad de 2022 (COP15), los líderes mundiales acordaron zanjar esta brecha eliminando gradualmente o reasignando subsidios nocivos por un valor de 500.000 millones de dólares y recaudando los 200.000 millones de dólares restantes. Se supone que la financiación de las economías desarrolladas a sus contrapartes en desarrollo alcanzará al menos 20.000 millones de dólares por año para 2025 y al menos 30.000 millones de dólares por año para 2030.
Tal vez parezca mucho, pero es una miseria si se lo compara con el costo de la inacción. Según proyecciones del Instituto de Cambio Ambiental de la Universidad de Oxford, las perturbaciones de la economía global causadas por la pérdida de biodiversidad y los daños a los ecosistemas podrían costar hasta cinco billones de dólares en apenas cinco años. Las necesidades de financiación de la biodiversidad del mundo también se ven empequeñecidas por su gasto actual en defensa, que totalizó 2,24 billones de dólares en 2022. Dado que invertir en la naturaleza representa una de las estrategias de defensa más rentables a largo plazo, los países del mundo que más gastan en defensa deberían adoptarla, empezando por Estados Unidos.
Como toda buena estrategia de seguridad, la financiación debe ir acompañada de la cooperación internacional. Las consecuencias de la pérdida de biodiversidad no conocen fronteras. Los países deben trabajar mancomunadamente para proteger los hábitats críticos, hacer cumplir las regulaciones ambientales y promover prácticas de desarrollo sostenible.
Por ello, los grupos multilaterales, como la Coalición de Alta Ambición para la Naturaleza y las Personas, deberían seguir liderando la concreción de acuerdos y planes de acción internacionales que establezcan la conservación de la biodiversidad como piedra angular de la seguridad global. Los responsables de las políticas deben seguir abocados a trabajar para cumplir con la meta “30x30” del marco de biodiversidad, fomentando y facilitando la acción gubernamental para proteger el 30% de la tierra y los océanos del planeta para 2030. Asimismo, los miembros del Norte Global deberían aumentar el respaldo financiero a los países del Sur Global para que implementen las designaciones necesarias, concretamente cumpliendo con su compromiso de aportar al menos 20.000 millones de dólares anuales de financiación de la naturaleza para 2025.
Por último, debemos involucrar e informar al público. La educación y las campañas de concientización que explican la importancia de proteger la biodiversidad pueden capacitar a los individuos y a las comunidades para defender políticas que protejan nuestros recursos naturales, contribuyendo así a generar la voluntad política necesaria.
Si un Estado enemigo amenazara la economía, la salud pública, la seguridad nacional y la estabilidad global, le arrojaríamos todo lo que tuviéramos para defendernos. La crisis de biodiversidad no es diferente.
Hailemariam Desalegn fue primer ministro de Etiopía. Copyright: Project Syndicate, 2024.