Los desastres climáticos que están sucediendo en todo el mundo –entre ellos, inundaciones sin precedentes en Brasil, África y China, olas de calor en Asia y Oriente Medio y sequías persistentes en Europa y América Latina– demuestran que el planeta está en una encrucijada crítica. Afortunadamente, todavía podemos aprovechar la oportunidad para redefinir nuestros paradigmas de desarrollo económico y social. Además de preservar y restaurar nuestros bosques, debemos poner fin a nuestra dependencia de los combustibles fósiles e incorporar las energías renovables.

Con su conocimiento ancestral y su respeto por la naturaleza, los pueblos indígenas son un activo invalorable a la hora de confrontar este desafío. A pesar de que allí vive sólo el 5% de la población global, nuestras tierras preservan más del 80% de la biodiversidad del mundo. Sabemos que cuando los seres humanos intentan dominar la naturaleza, la naturaleza siempre responde. Las tragedias climáticas de hoy reflejan esta dinámica. Muestran por qué debemos trascender nuestras experiencias individuales para alcanzar un mayor estado de conciencia frente a la naturaleza.

Con ese objetivo, en Brasil estamos decididos a combatir la deforestación y defender la demarcación, la protección y la gestión ambiental de los territorios indígenas. Este tipo de medidas son esenciales para preservar la biodiversidad, limitar las emisiones de dióxido de carbono y evitar el punto de no retorno para biomas esenciales como el Amazonas. Brasil también se está concentrando en la energía que producimos y consumimos, un desafío que conlleva debates complejos y obliga a tomar decisiones difíciles.

Pero el cambio climático es una crisis global. Los modelos económicos insostenibles construidos con base en energía proveniente de combustibles fósiles afectan de manera desproporcionada a las poblaciones más vulnerables. Si abandonamos los modelos de desarrollo obsoletos basados en la destrucción de la naturaleza, podremos embarcarnos en un sendero que no solamente es más sustentable, sino también más justo.

A pesar de los claros peligros que plantean los combustibles fósiles, las inversiones significativas en estas fuentes de energía siguen su curso. Una justificación habitual es que la quema de combustibles fósiles arroja beneficios económicos, pero la industria petrolera concentra marcadamente los ingresos y otorga réditos sustanciales sólo para unos pocos y externalidades negativas –sobre todo, contaminación, corrupción y desplazamiento– para la mayoría.

Los efectos del cambio climático son amenazas tangibles que minan el crecimiento y la seguridad en todas partes. En tanto, los jefes de Estado y de gobierno –especialmente los del G7 y del G20– que se preparan para las próximas reuniones climáticas en Azerbaiyán y Brasil deberían preguntarse cuántos desastres climáticos más quieren presidir.

Sin embargo, los costos humanos, financieros y ambientales de nuestra obsesión por los combustibles fósiles son cada vez más claros. Consideremos las recientes inundaciones catastróficas en Río Grande del Sur, Brasil, en las que murieron cientos de personas y muchas más fueron evacuadas; o la sequía sin precedentes que dejó a miles de personas sin agua ni comida en el Amazonas, donde se encuentra la cuenca más grande del planeta; o los incendios en el Pantanal, el humedal más grande del mundo. Si bien se gastan miles de millones de dólares de los contribuyentes en solventar la recuperación de estos tipos de desastres, muchos miles de millones de dólares más se siguen destinando a subsidiar a la industria de combustibles fósiles y sus accionistas.

¿Qué hará falta para que los gobiernos prioricen las inversiones en la mitigación y adaptación al cambio climático por sobre estos subsidios destructivos? El G7 y otras economías avanzadas tienen la responsabilidad de demostrar más liderazgo en esta cuestión. Los efectos del cambio climático son amenazas tangibles que minan el crecimiento y la seguridad en todas partes. En tanto los jefes de Estado y de gobierno –especialmente los del G7 y del G20– que se preparan para las próximas reuniones climáticas en Azerbaiyán y Brasil, deberían preguntarse cuántos desastres climáticos más quieren presidir.

Tenemos el derecho de decidir qué tipo de mundo queremos construir. ¿Seguimos en el camino marcado por una lógica explotadora que cada vez se vuelve más en nuestra contra, o aprovechamos esta oportunidad, cambiamos el curso y empezamos a valorar nuestro conocimiento ancestral? Si elegimos la segunda opción –como debemos hacer–, necesitaremos garantizar el consentimiento libre, previo e informado de todas las comunidades involucradas en cualquier proyecto nuevo, no sólo para proteger los derechos, sino también para garantizar resultados más efectivos.

La tecnología y el conocimiento para una transición justa ya existen. Muchos países ya han hecho progresos significativos en esta dirección, lo que demuestra que un futuro sostenible es posible y económicamente viable. Las tragedias que se desarrollan a nuestro alrededor deberían ser un llamado de atención para que todos los países pongan fin a la exploración de combustibles fósiles, reduzcan lo más posible su uso e inviertan en energía renovable, en la bioeconomía y en infraestructura resiliente.

Una cuestión importante y pendiente es que todavía es necesario alinear los flujos financieros con los objetivos fijados por el Acuerdo Climático de París. No sólo las inversiones anuales en acción climática deberían aumentar sustancialmente, sino que los países del norte deben asumir la responsabilidad de movilizar financiamiento climático al Sur Global en esta década. Recién entonces podremos garantizar una transición energética justa y acelerada y proteger verdaderamente a la naturaleza, permitiéndole que ejerza su rol indispensable a la hora de estabilizar los sistemas planetarios de los que dependen la vida y la prosperidad humanas.

La crisis climática es una oportunidad para reevaluar nuestras opciones y prioridades. La naturaleza ya nos ha dado muchas advertencias, y también nos ofrece soluciones. Pero la mitigación del cambio climático, la eliminación de los combustibles fósiles, la preservación y restauración de los bosques y la protección de los territorios indígenas no sucederán de manera automática. Cada uno requiere financiamiento, políticas concretas y cooperación global. Escucharemos muchos discursos excelsos y ambiciosos en los próximos meses, pero si no están respaldados por planes de implementación integrales, no serán más que pura palabrería. De eso, ya tenemos más de lo que queremos.

Sonia Guajajara es ministra de Pueblos Indígenas de Brasil. Copyright: Project Syndicate, 2024.