En todo el mundo, las instituciones públicas están en crisis. La confianza en ellas está en caída, y el gobierno del presidente estadounidense Donald Trump, en estrecha colaboración con el hombre más rico del mundo, Elon Musk, las considera enemigos que hay que desmantelar. Las organizaciones multilaterales, en un contexto de recortes de financiación y fragmentación geopolítica, parecen más débiles que nunca.

Los ataques de Trump y Musk (que se jactó de haber metido a USAID “en la trituradora de leña” y quiere abolir el Departamento de Educación) pueden ser errados y en definitiva contraproducentes. Pero son un recordatorio de que no hay ninguna razón para que las instituciones públicas tengan que ser como eran hace medio siglo. Limitarse a defenderlas en su condición actual es una respuesta que parece cada vez más inadecuada.

La humanidad enfrenta grandes retos (definir el rumbo de la inteligencia artificial, atender a la salud mental, gestionar la transición energética y la política industrial, etcétera) para las que en general no podrá haber una respuesta acertada sin instituciones eficaces. Pero muchos de los ministerios, agencias, comisiones, servicios públicos y autoridades regulatorias de la actualidad no parecen a la altura de estas nuevas necesidades.

¿Cómo deberían ser las alternativas? Los gobiernos siempre han dependido de instituciones para hacer su trabajo (aplicar las leyes, educar a los niños, recaudar impuestos o brindar seguridad) y muchas veces, al aparecer necesidades nuevas (por ejemplo, reducir las emisiones de dióxido de carbono o combatir el crimen organizado) han inventado otras. En medio de recortes de financiación y ataques, los reformadores deben poner el acento en crear instituciones que expresen mejor el interés público, aprovechar al máximo las nuevas herramientas y tecnologías para mejorar la eficiencia y restaurar la confianza pública.

Pero hoy el diseño institucional cuenta con opciones muy distintas a las que había hace una generación. Empresas globales como Alphabet, ByteDance, Amazon y Alibaba han sabido introducir modelos de negocio transformadores y aprovechar economías de escala nunca antes vistas. ¿Quién habría imaginado hace una generación que empresas como Uber o Grab podrían prestar un servicio de taxis sin poseer ninguno?

Al mismo tiempo, la sociedad civil también ha desarrollado modelos nuevos, como Wikipedia, Ushahidi (crowdsourcing de datos) y Buurtzorg (enfermería a domicilio), y existen muchas nuevas formas de colaboración público-privada, así como miles de empresas con certificación de impacto social (por ejemplo, Natura en Brasil) guiadas por principios sociales y ambientales.

También se han producido notables innovaciones en el sector público. Desde su lanzamiento en 2009, el programa indio Aadhaar ha suministrado identificaciones biométricas a más de mil millones de personas y ha contribuido a ampliar enormemente el acceso a servicios financieros. Narendra Modi lleva un decenio poniendo en práctica su lema de "máxima gobernanza y mínimo gobierno», mientras que en 2011 China creó la primera Administración del Ciberespacio del mundo, y sus «fondos de orientación gubernamental" vienen movilizando billones de dólares para nuevas tecnologías desde 2002.

Pero en gran parte del mundo, las instituciones públicas apenas han cambiado. En su mayoría siguen siendo estructuras piramidales, como hace un siglo, y muchas veces opacas y sin capacidad de respuesta. Cuando se crean nuevas instituciones, es común que las diseñen comités de funcionarios o políticos de cierta edad, y tienden a ser compartimentadas, jerárquicas e inflexibles.

La IA muestra a las claras la brecha entre lo que hay y lo que se necesita. Hace ya veinte años que en algunos servicios públicos (por ejemplo, las fuerzas del orden y la sanidad) y en muchas actividades privadas (como la calificación crediticia y los motores de búsqueda) se usa IA. Pero el mundo apenas empieza a crear instituciones para su adecuado gobierno: desde procesos de compra pública que maximicen su valor para los servicios públicos hasta normativas que mitiguen los abusos, así como instituciones multilaterales para la puesta en común del conocimiento mundial sobre los riesgos y oportunidades que conlleva.

Uno de los motivos de este retraso ha sido el hábil posicionamiento del sector, que ha desalentado la acción gubernamental presentando la IA como un hecho consumado que hay que aceptar sin más. Como dijo el economista principal de Microsoft, Michael Schwarz, en 2023: "No deberíamos regular la IA hasta ver algún daño significativo real".

Esos argumentos son obviamente favorables a los intereses privados. Pero las instituciones públicas tienen un deber hacia la gente. Y como han demostrado Daron Acemoglu (uno de los Premios Nobel de Economía del año pasado) y otros autores, las instituciones determinan por qué algunos países prosperan mucho más que otros.

Sin embargo, una cosa es alabar los éxitos del Fondo Central de Previsión y Temasek en Singapur, del Ministerio de Desarrollo Social brasileño, de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa (DARPA) de los Estados Unidos y del Banco de Desarrollo de África del Sur. Otra cosa es idear equivalentes para nuestras necesidades actuales.

¿Qué se necesita para crear instituciones ágiles, flexibles y fiables? ¿Cuál es el mejor diseño para aprovechar al máximo la IA, los datos y la inteligencia colectiva (como hace el Grupo Intergubernamental de Expertos de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático con la ciencia del clima)? ¿Podemos tomar como modelo éxitos como el de Icarus, que puso la tecnología satelital al servicio de una "internet de los animales" que nos ayuda a monitorear la situación de las poblaciones animales del planeta?

Estas cuestiones cruciales ya son objeto de atención en organismos mundiales como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. En su conferencia Estambul Innovation Days, que se celebrará a fines de marzo, participarán innovadores que están introduciendo métodos nuevos para mejorar el funcionamiento de las instituciones.

Obtienen tanta inspiración de la biología como de la burocracia y no piensan tanto en términos de pirámides cuanto de micelios (redes de hongos ramificadas). Están diseñando mecanismos más ágiles que puedan funcionar mucho más rápido durante una crisis y otros que actúen en forma más lenta y deliberada, por ejemplo, el nuevo Comisionado para las Generaciones Futuras en Gales (que ha inspirado la creación de un puesto similar en la Comisión Europea).

Se trabaja en la creación de nuevas instituciones con objetivos como: proteger contra la desinformación y la interferencia electoral; movilizar capital para las transiciones energéticas urbanas; empoderar a las comunidades indígenas; y ayudar a los jóvenes a orientarse en el mercado laboral en tiempos de agitación e incertidumbre. El secretario general de la ONU, António Guterres, describió bien el reto en 2023: "No podemos dar una respuesta eficaz a los problemas reales si las instituciones no reflejan el mundo real. En vez de resolver los problemas, existe el riesgo de que se conviertan en parte de ellos".

Las instituciones son como los edificios: nosotros les damos forma, pero después ejercen una influencia sutil sobre nosotros y nuestra forma de actuar. Puede que estemos en una era de desmantelamiento, disrupción y desorden. Pero la historia enseña que en algún momento esas circunstancias dan paso a la reconstrucción y la reinvención. Cuando llegue ese momento, ya tenemos que haber hecho el trabajo de explorar otras opciones mejores. Como observa el sociólogo y político brasileño Roberto Mangabeira Unger, "el mundo está inquieto bajo el yugo de una dictadura de ausencia de alternativas". Pero felizmente esa inquietud puede ser el combustible de la imaginación.

Geoff Mulgan, profesor del University College de Londres, es autor de When Science Meets Power (Polity, 2024). Copyright: Project Syndicate, 2025.