Entre 2008 y 2022, la productividad laboral creció a una tasa anual promedio de 2,2%. Sin embargo, detrás de esa cifra, se esconden situaciones muy heterogéneas, un fenómeno que queda de relieve al desagregar la información según el tamaño de la empresa. En ese sentido, mientras la productividad en las empresas pequeñas (con entre diez y 19 trabajadores) y medianas (con entre 20 y 99 ocupados) creció al 2,3% y 1,7%, respectivamente, entre las empresas más grandes (con 100 o más ocupados) esa cifra ascendió al 4,2%, según un reciente estudio de la Agencia Nacional de Desarrollo (ANDE).
Con respecto a la evolución diferencial según el tamaño, la brecha en la productividad se incrementó a partir de 2008, momento en el cual la de las empresas medianas equivalía al 50% de la de las grandes. Luego de alcanzar un pico en 2021, la brecha se acortó en 2022 y se situó en torno al 37%. En el caso de las empresas pequeñas, la productividad en 2008 era la tercera parte con respecto a la de las empresas grandes, finalizando el período de análisis en el entorno del 24%. En otras palabras, los trabajadores de las empresas de mayor tamaño resultaron ser entre cuatro y dos veces más productivos que los de las empresas pequeñas y medianas, respectivamente.
¿Qué es la productividad?
La productividad es el valor producido por unidad de factores utilizados y se puede aplicar a una empresa, a un sector o a una economía como un todo. Es, en ese sentido, una medida de la eficiencia con la que se combinan los insumos durante el proceso productivo.
Concretamente, la productividad laboral de las empresas se mide como el valor agregado bruto generado por la empresa, dividido por el número de trabajadores que forman parte del proceso productivo; representa, de esta manera, el valor agregado por trabajador. Sin embargo, esta medida dista de ser perfecta, ya que el valor agregado depende de otros factores.
En primer lugar, los procesos de producción utilizan otros factores productivos, como el capital (computadoras, tractores o maquinaria), y en la medida en que la cantidad y la calidad utilizada difieran entre empresas, el valor agregado también lo hará. Además, existen complementariedades que emergen de la combinación de los distintos factores utilizados al producir. A su vez, diferentes niveles de productividad reflejan diferencias en cuanto a la tecnología que está detrás de los procesos productivos, y también en la intensidad con la que se utiliza uno u otro factor. A modo de ejemplo, no es lo mismo cosechar un campo con una máquina que con una cuadrilla de trabajadores, o trabajar en una empresa con computadoras y procesos estandarizados que en una sin tecnología alguna.
Más allá de los problemas que son inherentes a su medición, la estimación de la productividad laboral nos permite aproximarnos a calibrar la eficiencia detrás de los procesos productivos de nuestras empresas.
¿Por qué es importante?
Una economía es más productiva cuando puede producir la misma cantidad de bienes y servicios con un menor esfuerzo, o, lo que es lo mismo, cuando puede aumentar su producción utilizando el mismo nivel de esfuerzo.
Es por eso que la productividad es considerada el principal motor del crecimiento económico en el largo plazo. Y, naturalmente, la productividad general de una economía está fuertemente determinada por la productividad de sus empresas. Sin embargo, como fue señalado, la eficiencia con la que se combinan los factores productivos varía marcadamente entre las empresas, incluso dentro de las que pertenecen a un mismo sector de actividad.
Desde la perspectiva del bienestar, apuntalar la productividad genera un aumento de los salarios, estimulando además la recaudación tributaria vía el incremento de la producción, lo que habilita no sólo la posibilidad de sostener el gasto en políticas sociales en el tiempo, sino de profundizarlo y hacerlo extensivo hacia más áreas.
¿Qué implican las brechas de productividad para Uruguay?
En Uruguay, el tejido productivo está altamente concentrado en microempresas (de entre uno y cuatro trabajadores), dado que representan el 86% del total. Las empresas pequeñas, por su parte, representan el 10%. Por lo tanto, en la medida en que estas sean menos productivas –en relación con las grandes–, el país contará con una productividad general relativamente baja.
Por un lado, esto supone dificultades para apuntalar la tasa de crecimiento de la economía en el largo plazo, es decir, el crecimiento potencial. Por el otro, repercute también en la órbita de la desigualdad salarial. En este sentido, los salarios de las empresas grandes son en promedio más de dos veces mayores que los de las empresas pequeñas y un 55% más altos con respecto a los de las empresas medianas, en tanto las empresas de mayor tamaño tienden a contratar trabajadores con mayor nivel educativo y cuentan con mayores niveles de productividad.
A la luz de lo anterior, reducir la brecha de productividad que caracteriza a las empresas según su porte permitiría mejorar la tasa de crecimiento de nuestra economía, que durante la última década fue de apenas el 1,1% anual, y generar en paralelo un incremento de los salarios más generalizado.
¿Cómo se podría reducir esa brecha?
La mejora de la productividad, en particular la del factor trabajo, es un proceso complejo, y dadas las dificultades para su medición, no es sencillo identificar recetas únicas para su mejora, ya que además depende de las especificidades de cada economía y de su matriz productiva.
Sin embargo, existe consenso en torno a que la mayor incorporación de tecnología y la digitalización de los procesos productivos permite reducir tiempos y redistribuir de esa forma los esfuerzos de la jornada laboral hacia tareas de mayor valor agregado.
A su vez, la formación constante de la mano de obra contribuye al desarrollo de nuevas habilidades, un aspecto central a la luz del tránsito actual por la cuarta revolución industrial y las disrupciones que esto supone en términos de las demandas actuales y futuras del mercado de trabajo.
El acceso al crédito por parte de las empresas también es un elemento fundamental, dado que, si las empresas no pueden financiar las inversiones necesarias para la mejora de su eficiencia productiva, el incremento de la productividad se ve restringido.
La asociación entre empresas en una misma cadena de valor también puede contribuir a la mejora de la eficiencia, en la medida en que acuerdos de compraventa de largo plazo permitan mayor certidumbre para embarcarse en inversiones para mejorar la calidad de los productos o disminuir los costos de producción. Además, de los vínculos entre empresas pueden producirse nuevos procesos de aprendizaje o sinergias que conduzcan a un aumento de la productividad capaz de reducir las brechas que fueron identificadas a partir del diferencial asociado al tamaño.
Joaquín Pascal, Centro de Estudios Etcétera.