El Laboratorio de Fisiología del Sueño de la Facultad de Medicina estudia los efectos del cannabis en el sueño y la vigilia. Y al hacerlo, tal vez sin querer, esté derrumbando uno de los tantos mitos que rodean a la marihuana.
A diferencia de la popular canción mexicana, en el subsuelo de la enorme Facultad de Medicina de la Universidad de la República no son las cucarachas las que fuman marihuana sino sus colegas de cañerías, las ratas. Y encima son muy sofisticadas: en lugar de quemar el Cannabis sativa, lo que produciría sustancias cancerígenas como los benzopirenos, estos roedores inhalan lo que se obtiene al vaporizar el aceite extraído de sus cogollos. Juro que no me fumé nada y que eso es lo que vi. Y ustedes lo verían también si conocieran al doctor en Neurociencias Atilio Falconi y su equipo de científicos y científicas.
El equipo multidisciplinario de investigadores comenzó a trabajar hace años sobre la yerba mate (Ilex paraguariensis), estudiando sobre todo su efecto en diferentes aspectos del ciclo sueño-vigilia, y dentro del sueño, cómo la yerba afecta al Rapid Eye Movement, que es el momento en que nuestros ojos se mueven rápidamente tras los párpados (de ahí la sigla en inglés, REM, mundialmente famosa por ser el nombre de una banda de pop rock) y tenemos imágenes y sensaciones más vívidas que son las que luego recordamos, o no, al despertar. Cuando Uruguay comenzó a avanzar en la legislación sobre producción y consumo de marihuana, se les encendió la lamparita. “Se formó el IRCAA e hicimos un convenio con la Universidad de la República, y nos pusimos a trabajar en determinar qué variedades de cannabis estaban presentes en Uruguay”. Con gente de la Facultad de Química y el laboratorio Genia, realizaron estudios con marcadores moleculares genéticos de unas 300 muestras que les fueron enviando. Y el resultado es asombroso: “Con un pedacito de planta podés saber si es un clon de otra, si es prima o si no tiene ninguna vinculación. Es como un estudio de paternidad”. Esto es especialmente útil para el gobierno: “El cannabis que cultiva el Estado tiene una genética particular que no se confunde con ninguna otra”, dice Atilio, y uno no puede dejar de pensar que, así como quienes fueron a El Correo a registrarse debieron dejar su huella digital, las plantas también debieron identificarse. Consumidores y consumidos, los dos son controlados.
En este caso, el control está más que justificado: una flor de marihuana puede producir hasta 120 tipos de cannabinoides distintos. El de mayor aplicación médica es el CBD, pero el preferido por la mayoría de los consumidores es el THC, porque es el único que es psicoactivo. Atilio me muestra un gráfico en el que aparecen los nombres de la centena de cannabinoides no psicoactivos. “A esta hoja la llamamos ‘la desilusión de hippie’”, me comenta entre risas. Fuera de broma, si uno va a realizar experimentos para determinar cómo los cannabinoides inciden en el sueño y la vigilia, debe saber exactamente qué es lo que se le va administrar al sujeto de estudio. O en este caso, al roedor de estudio. Entonces me muestra una foto en la que vemos el aceite extraído de un prensado paraguayo y al lado, el de una flor de un cultivador. Uno es un líquido negruzco. El otro parece aceite de oliva. “Ahí uno ve todos los contaminantes y las porquerías que tiene el prensado”, sentencia Atilio, coincidiendo con el paladar de los miles de uruguayos que se largaron a cultivar su propio porro.
Hecha la ley, hecho el experimento
Una vez que Atilio y su equipo conocieron la genética y qué tipos de cannabinoides ofrecía el cannabis de producción estatal, estuvieron prontos para elaborar los extractos sabiendo exactamente los porcentajes de cannabinoides y cuantificar sus efectos biológicos. “Si bien antes se podía investigar sobre todo tipo de drogas, ahora con la ley podemos hacerlo teniendo la trazabilidad. De nada sirve realizar estudios con muestras sin saber de qué semillas vienen, ni cuáles fueron las condiciones de cultivo y, más importante, sin poder volver a acceder a otra muestra que cumpla con las mismas condiciones. Si descubro que una muestra tiene cierto efecto promotor del sueño, tengo que poder volver a esa semilla con esas mismas condiciones de cultivo para poder producirla en damajuana”.
Atilio está informado. Tiene que estarlo: cualquier investigación comienza con una revisión bibliográfica. Y la historia del cannabis y la medicina es añeja. “El cannabis se viene usando como medicina hace más de 5.000 años. Sobre todo para terapia del dolor, para los vómitos e incluso por su efecto de promover el apetito, porque es orexígeno, o sea, produce efectos variados. Esto pasa porque nosotros tenemos un sistema endógeno de producción de cannabinoides”, cuenta. Es que de la misma forma en que el cuerpo humano también produce opiáceos, como la endorfina, produce sus propias sustancias cannábicas. De ahí que se llamen endocannabinoides. “Tenemos un sistema que modula el sueño. Hay algunos péptidos que se producen en el hipotálamo que tienden a despertarnos. Y los receptores de los cannabinoides están ubicados en los mismos lugares donde esos péptidos se generan”, dice Atilio, y eso explica el cartel que había fuera de la puerta del laboratorio. Un “Shhhh, experimento en curso” escrito en lapicera acompaña el dibujo de una rata que emite varias zetas. Porque, recordemos, en este laboratorio se estudia el sueño. “Cuando uno consume fitocannabinoides, o sea, cannabinoides producidos por plantas, lo que sucede es que estos modulan los sistemas que son modulados por los cannabinoides endógenos, que intervienen con el sueño, el apetito y los niveles de glucosa”.
Y en la revisión de la bibliografía, Atilio y los suyos encontraron lo que muchos experimentaron fumando: para muchas personas hay marihuana que te levanta, que tiene un “pegue para arriba”, mientras que otras cepas son para abajo, “te planchan”. Para ellos ese efecto tan disímil merecía una explicación. Y ahí entra en acción nuestra amiga: la rata. Primero digamos que ella es especial: mediante una intervención quirúrgica meticulosa, y siempre siguiendo con los protocolos de Bienestar Animal que rigen la experimentación con seres vivos, su cerebro fue abierto y se le colocaron electrodos que informan sobre su actividad.
La rata y el mito
Las ratas, al revés que la mayoría de nosotros, son mamíferos nocturnos. Esto quiere decir que de día duermen y de noche es cuando se muestran más activas. En los experimentos las ratas fueron vaporizadas con extractos cannábicos que tienen un porcentaje de THC de 12,5%. Gracias a los electrodos, toda la actividad cerebral es registrada en una computadora. Y así fue que los investigadores observaron que cuando el cannabis se vaporizaba durante el día, la rata que tiende a reducir su vigilia de día la reducía aun más. Pero cuando el cannabis se le administraba durante la noche, se registraba un incremento de la vigilia y una reducción del sueño. La rata podría pensar que Atilio y su equipo le suministran dos cepas de cannabis distintas, una índica y otra sativa, por ejemplo, pero resulta que se trata de la misma vaporización con el mismo porcentaje de THC. Si en lugar de estar en el Laboratorio de Fisiología del Sueño la rata hubiera cultivado semillas de “porro para arriba”, bien tendría razones para sentirse estafada.
Así es que Atilio encontró evidencia para derribar el mito de los distintos pegues según la cepa. “Cuando disminuye la actividad, si le damos cannabinoides se duerme aun más. Y durante la noche, cuando tiende a despertarse, si le vaporizamos cannabinoides tiende a despertarse más. Entonces no es tan simple como cuando le doy una aspirina. Se esta modulando un sistema de modulación”. De todas formas, Atilio aclara que sólo estamos hablando de lo que pasa sobre la vigilia y el sueño. La relajación y el estado de ánimo dependen más del efecto psicoactivo. En cuanto a la calidad del sueño, dice que aún no han notado variaciones, pero como el experimento es reciente y sólo han trabajado con una cepa que produce un extracto con un porcentaje de THC de 12,5%, 0% de CBD y 0% de CBN, eso puede cambiar al experimentar con otros porcentajes.
Por otro lado, además de los cannabinodies, el cannabis también tiene tarpenos, que son los que le dan ese olor tan característico al porro. Y los tarpenos también tienen efectos per se. Atilio parece cederle la derecha a la naturaleza, y afirma que “la industria farmacéutica ha producido cannabis de origen sintético, como el Cannabinol, que son muy caros pero no tienen los mismos efectos que el THC sacado de la planta”. Señala que esto se debe al “efecto séquito o comitiva, que es el efecto del THC más el del CBD más el de los tarpenos más otra cantidad de sustancias. La mezcla que produce la naturaleza tiene otros efectos, y los productos sintéticos no son tan efectivos como un extracto natural”.
La persona tras la rata
Atilio es afable y su charla, entradora. Confiesa que cuando comenzó a trabajar con el cannabis él era de otra manera. “Pero después, con el contacto con los cultivadores, con la gente de los clubes, con la gente de Proderechos, con la gente de la Junta Nacional de Drogas, fui cambiando y avanzando al ver las distintas posturas. Como científico el contacto con toda esa gente me sacó un poquito de las ratas de laboratorio para ver otros puntos de vista, otros conceptos e incluso obtener otros datos aportados por conocimiento empírico”.
Incluso va más allá. Me dice que no está de acuerdo cuando se habla de marihuana de uso recreativo. “Yo prefiero hablar de uso personal, porque está la discusión de si el uso personal no tiene también un poquito de uso médico”. Y para culminar sentencia: “Nuestro país se encuentra en una posición privilegiada para realizar estudios sobre los efectos médicos de la marihuana. Primero por la trazabilidad. Y segundo porque hay mucho por hacer”.
Los candidatos Atilio cuenta que en 2014 hicieron un proyecto para realizar un Laboratorio Central que analizaría los distintos compuestos con el objetivo de hacer un banco de muestras de semillas y plantines. De esa manera se podría determinar qué cepas son mejores para los distintos tratamientos, por ejemplo los oncológicos, y volver a la semilla, saber cómo se cultivó, cómo se debe realizar el extracto y poder obtener nuevamente el mismo producto. “El banco hubiera permitido tratar a las plantas casi como un producto farmacéutico, ya que mediante la trazabilidad se podrían obtener siempre los mismos resultados”, dice con un dejo de pena. Porque el proyecto no se concretó.
El laboratorio iba a estar ubicado en una vieja construcción entre el Clínicas y la Facultad de Odontología, e incluso la División de Arquitectura de la Udelar llegó a elaborar los planos para la reforma de la edificación. Pero faltó voluntad política, e irónicamente el predio se ha convertido en una boca de pasta base.
Para Atilio, la financiación no hubiera sido problema: “dos por tres se rematan autos de lujo requisados al narcotráfico. Con 200.000 dólares ponés un laboratorio de lujo. El personal lo iba a poner la Udelar, que además formaba a la gente para trabajar en esos laboratorios”.
La necesidad de un laboratorio de este tipo queda de manifiesto cuando Atilio habla con preocupación sobre los padres de tienen niños con epilepsia refractaria que no pueden pagar los 150 o 500 dólares para conseguir la dosis de medicamento con el cannabinoide CBD, que evita las convulsiones. “Terminan recurriendo a extractos que no saben bien qué contienen. Habría que contar con un laboratorio central que pudiera decirles a los padres qué es bien lo que les están administrando a sus hijos. Eso era parte del proyecto, un lugar organizado con registros sistematizados y capacidad de analizar cualquier muestra que le llegara. Vos llevabas una muestra de tu planta, te pedíamos unas semillas y quedaba todo custodiado ahí, respetando la propiedad intelectual del que llevaba la muestra. Entonces podríamos informarle a la gente qué propiedades tienen sus aceites, desde los cannabinoides hasta los contaminantes como el plomo o los pesticidas. Hoy en día eso no se sabe. Se les está dando a niños extractos que están al borde del ejercicio ilegal de la medicina o de la curandería” se lamenta. Pero también dice: “Yo entiendo a los padres que desesperados se los dan porque les hace bien. Después podremos discutir otras cosas, pero ahí hay un vacío que la ley no ha cubierto”.