Con Ana Domínguez y Marcel Achkar, autores del libro Uruguay. Una visión desde la geografía.

–¿Cuáles son los cambios más significativos en la geografía de Uruguay en los últimos 50, 60 años?

AD: -De un país predominantemente ganadero pasó a ser un país fundamentalmente agrícola ganadero. Esa revolución que se dio en los territorios rurales acompaña cambios socioeconómicos, productivos, tecnológicos. Aparecen nuevos actores o agentes de intervención territorial que no eran comunes, como las empresas transnacionales que operan a partir de los agronegocios. Hay cambios en lo que refiere a los aspectos urbanos: la extensión de las áreas metropolitanas, las nuevas formas de agrupamiento de las personas en las ciudades o periferias, que crecen y crecen, que no son acompañadas de la prestación de servicios básicos, lo que genera distancias sociales, territoriales y culturales.

MA: -En los últimos 50, 60 años, tuvimos importantísimas transformaciones en el espacio rural. La población pasó de 20% a fines de los 50 a 5% actualmente. El número de unidades productivas pasó de 90.000 a 45.000, que, coincidentemente, es el mismo que a inicios del siglo XX. Eso conduce a un proceso muy fuerte de concentración de la tierra, de nuevos actores empresariales vinculados al agronegocio en la producción de tres cultivos que han modificado los paisajes del Uruguay: la forestación, la soja y el arroz. Por supuesto, [el agronegocio] ha tenido un incremento importante en el PIB [Producto Interno Bruto], pero también modificaciones ambientales, procesos de degradación de suelos, de contaminación de agua, de alteración de dinámicas regionales, lo que llevó a una conformación de nuevas regionalizaciones en el país. Se fueron conformando nuevas potencialidades, que tienen problemas y limitaciones. Eso nos conduce a pensar nuevas alternativas de gestión territorial en el país, que entendemos que la Ley de Ordenamiento Territorial toca muy tangencialmente. También analizamos las nuevas estrategias de participación ciudadana, con logros muy importantes, como lo fue la reforma del agua y la conformación de los comités de cuenca, que nos impone una serie de desafíos: cómo la concentración de la propiedad de los bienes de la naturaleza se da de frente con el aumento de las instancias de participación para los lineamientos de gestión de la naturaleza. Ese es el Uruguay en el que nos ha tocado vivir en este siglo.

–Ustedes hacen referencia a la gestión sustentable. ¿Qué es lo principal?

AD: -En el último capítulo hacemos una síntesis después de dar cuenta de la necesaria interrelación de la realidad. Cuando uno aborda por medio de distintas disciplinas, hace un recorte de la realidad; nuestro recorte disciplinar engrana la naturaleza natural -como generalmente se presenta la geografía-, lo social, lo económico y lo tecnológico. Pensar que las herramientas de gestión involucran todos esos territorios con todas esas complejidades. Tratamos de presentar que hay una Ley de Ordenamiento Territorial; ¿cuáles son los aspectos principales? Hay una política nacional de aguas; ¿cómo se divide el país en esa política nacional de aguas? ¿Cómo están las cuencas hidrográficas? ¿Cuál es el estado y la calidad de las aguas, los ambientes y los suelos? La sustentabilidad no es solamente la dimensión ecológica: también involucra la multidimensionalidad, lo natural, lo social, lo económico y lo institucional, porque tradicionalmente las sociedades han dado prioridad a lo económico y han devastado los bienes de la naturaleza. Eso atenta contra la propia sustentabilidad económica o social. La realidad la seguimos viendo fragmentada, y esa es una cuestión que coloca este nuevo paradigma: el paradigma ambiental trata de levantar esa visión de la multidimensionalidad.

MA: -Intenta ser una visión oportunista, de que tenemos mucho grado de libertad en el mediano y corto plazo para construir otros diseños territoriales y mejorar las situaciones. Difícilmente encontremos procesos de degradación irreversibles, pero es una cuestión de tiempo; por eso digo que es una visión optimista la de que todavía estamos a tiempo -no muchos países pueden decir eso- de transformar la estructura territorial hacia modelos con sustentabilidad.