Un tablero de 64 casillas y 32 piezas son los componentes básicos del ajedrez, un juego que esconde varios beneficios detrás de la diversión; aprovecharlos en el ámbito educativo es el desafío que se propuso el programa Ajedrez para la Convivencia, que desarrolla el Ministerio de Educación y Cultura (MEC) y está a cargo del coordinador Esteban Jaureguizar.

En 2013, luego de tres años de trabajar en conjunto con la Federación Uruguaya de Ajedrez, el MEC decidió armar el programar con el fin de coordinar todas las acciones educativas relacionadas con ese juego. Al día de hoy, el programa llega de forma directa “a unos 12.000 estudiantes en todo el país, con unos 100 profesores para cubrir alrededor de 150 espacios en los que trabajamos”, explicó Jaureguizar a la diaria.

En su ámbito competitivo, el ajedrez es visto como un deporte. Si bien también se lo puede considerar un ejercicio mental, desde el programa del MEC deciden pararse desde lo lúdico y visualizarlo como juego. Desde esa perspectiva, “la primera misión docente es generar un espíritu lúdico compartido en clase; se plantea que los dos principales obstáculos son las visiones academicistas y las visiones deportivistas del juego”.

Jaureguizar considera fundamental entender el ajedrez como algo divertido que resuelve varias de las tensiones del sistema educativo. Una de ellas es la que se genera al separar el pensamiento lógico de la imaginación: “En el espacio de juego esto es fluido, está siempre sostenido, porque hay mucho de los dos. Tienen que imaginar la jugada y hacer un procedimiento lógico para que suceda”.

Otro de los beneficios que menciona Jaureguizar es que el ajedrez une lo concreto con lo abstracto, elementos que en el sistema educativo muchas veces se manejan por separado. “En el juego el pensamiento abstracto y el concreto están siempre juntos, porque hay que pensar en términos de categoría. Hablás con los chiquilines sobre lo que pasó en la partida y no se mueve ninguna pieza. Eso que ellos abstraen después lo tienen que llevar a la pieza y a nuevas estrategias. Esos chiquilines que no daban el paso de lo concreto a lo abstracto empiezan a poder hacerlo”, comentó.

En los casos en que la dupla pedagógica maestro-profesor de ajedrez trabaja de manera adecuada, el docente de clase logra ver a su estudiante en otro ámbito, y aspectos que no habían surgido en la rutina se destacan en el juego.

Las dificultades del ajedrez también se relacionan con sus beneficios. “La mayor dificultad es llegar al punto cero, a ese nivel en el que se saben las reglas y algunas estrategias que permiten jugar por diversión”, detalló el coordinador. Para llegar a ese punto ponen en práctica el preajedrez, un concepto que se trabaja en los cursos que realizan de formación docente, en los que, por medio de juegos simples, se obtiene el conocimiento acerca del movimiento de las piezas y algunas estrategias básicas.

La dificultad del ajedrez radica en la base geométrica del juego y en las operaciones que hay que hacer para ganar; sin embargo, en opinión de Jaureguizar ese también es un punto a favor: “El chiquilín está jugando con estos símbolos, que tienen valores. Por ejemplo, el caballo vale tres puntos y la torre vale cinco; a su vez, cada pieza se mueve en líneas geométricas diferentes. El estudiante está viendo cómo confluyen estas líneas, y arriba de eso está sumando los valores de símbolos. Se dé cuenta o no, está haciendo matemática”.

Pero el coordinador aclaró que el ajedrez no sólo se puede utilizar para desarrollar habilidades en el campo numérico. “Hay un fuerte componente de narración en cada partida. Se puede contar de múltiples formas, una riqueza que se ve al realizar la recuperación pedagógica de los acontecimientos lúdicos”, sostuvo.

Ajedrez para todo el mundo

El programa Ajedrez para la Convivencia se desarrolla en múltiples líneas de trabajo. En educación inicial y primaria tiene presencia en 65 escuelas de todo el país; en la educación media funciona con los módulos socioeducativos, una propuesta del MEC en conjunto con el Consejo de Educación Secundaria, que articula con la educación no formal. De esa forma, llegan a 28 liceos en 11 departamentos del país.

La más reciente de las iniciativas es la que coordinan junto con UNESCO. Armaron una “valija de recursos lúdicos didácticos para la enseñanza del ajedrez”, para entregar en unas 35 instituciones seleccionadas, que en su mayoría son escuelas, pero también hay liceos y centros de UTU. La idea es que con los cursos de formación que brindaron, sumados a una plataforma que se desarrolló desde el MEC, los docentes lleven a cabo la experiencia de usar el ajedrez en sus aulas.

También están trabajando con el programa Jóvenes en Red, del Instituto Nacional de la Juventud y el Ministerio de Desarrollo Social, en 13 centros de seis departamentos. Por otra parte, Ajedrez para la Convivencia trabaja con la Secretaría de Discapacidad de la Intendencia de Montevideo (IM) en centros de educación especial y en el Parque de la Amistad. Con la IM también coordinan, en el barrio Peñarol, uno de los dos proyectos focales; el otro es gestionado por el programa en Casavalle. Otra de las líneas consiste en intervenciones institucionales que llevan a cabo algunos docentes, en las que se abren talleres puntuales o se participa en ferias sociales y escolares.