Como fue señalado en la primera parte de la columna, los acontecimientos suscitados en las últimas semanas han puesto nuevamente en discusión la temática de la educación sexual y la legitimidad de su incorporación al sistema educativo. Múltiples voces provenientes de espacios políticos y religiosos, analistas, grupos de padres, han dado su opinión en los medios de comunicación y en las redes sociales. Algunos han realizado convocatorias públicas y elevado solicitudes al Consejo Directivo Central de la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP), y, sin duda, la temática ha cobrado vigencia en el espacio público, desde donde provienen distintas perspectivas que renuevan antiguos debates. Como un aporte al diálogo existente, desde mi convicción profesional y el planteo personal de que la educación de la sexualidad constituye una estrategia privilegiada para el bienestar y calidad de vida de la población, y de que el mundo adulto debería aportar desde distintos ámbitos a que esta se integre al proceso formativo integral en la niñez y adolescencia.
Centraré la reflexión en torno a algunas preguntas eje sobre la educación sexual: ¿qué es?, ¿por qué es necesaria?, ¿por qué su incorporación al sistema educativo?, ¿para qué?, ¿tarea de quiénes?
¿Qué es?
La educación de la sexualidad en el sistema educativo formal es el proceso educativo vinculado estrechamente a la formación integral en la niñez y adolescencia que apunte al desarrollo de un pensamiento crítico y autogestor. También debe aportar información científica actualizada, veraz y oportuna, y ofrecer un espacio de reflexión de modo de incorporar la sexualidad de forma plena, enriquecedora, saludable y responsable en los distintos momentos de vida, en un ámbito que posibilite y estimule la expresión y desarrollo de sus potencialidades como sujetos de derecho, ciudadanos activos y participativos en la sociedad. El escenario donde instalar el espacio de la educación sexual es el construido por los derechos humanos y la bioética.
¿Por qué es necesaria?
La sexualidad constituye un aspecto legítimo e imprescindible para el desarrollo integral de las personas, y es un derecho humano inalienable, de importancia sustantiva para la construcción misma del ser y de los vínculos que establece.
Parte de la premisa de que desde el ser se fundamenta el hacer, particularmente en lo atinente a la sexualidad humana. Para ello es sustancial la existencia de un proceso educativo que promueva explícitamente la construcción de sujetos morales, desarrollando la autonomía y el pensamiento crítico, generando un espacio de reflexión y problematización sobre los valores involucrados, en lugar de transmitirlos acríticamente desde “el afuera”.
En el plano ético y legal, da cumplimiento a lo expresado en la Constitución de la República y los compromisos asumidos por Uruguay al suscribir tratados internacionales. Da vigencia a los derechos humanos porque contribuye a la formación de ciudadanía, promoviendo la democracia, equidad y el respeto a la diversidad. También afirma los derechos reafirmados en el Código de la Niñez y la Adolescencia y atiende la vigencia de los derechos sexuales y reproductivos.
La mirada desde la bioética hace posible la incorporación del ámbito de valores en el proceso educativo, insustituible para aportar calidad y reforzar una mirada interdisciplinaria que haga posible incorporar las distintas cosmovisiones en un espacio de respeto irrestricto. Además, favorece la deliberación y el diálogo, y promueve una ética del bien común, basada en principios de justicia, equidad y solidaridad entre las personas.
En el plano político, responde a las responsabilidades de decisores, profesionales y técnicos y a los compromisos éticos de los profesionales de las distintas vertientes que trabajan con la población infantil y adolescente.
¿Por qué su incorporación al sistema educativo?
El sistema educativo constituye un espacio democrático privilegiado por la naturaleza de su alcance y sus características específicas en la formación de niños, niñas y adolescentes, en la construcción de la convivencia social, la ciudadanía y la participación en un ámbito de respeto y equidad. Dada su amplia penetración y el tiempo de permanencia de los educandos, es la institución que tiene una extraordinaria potencialidad para promover la reflexión acerca de las actitudes y los valores en los que descansan las motivaciones y la toma de decisiones, así como para la adquisición de habilidades y competencias que propicien conductas saludables, de autocuidado y responsables para con uno mismo y los demás.
Las actividades que se desarrollan en el aula resultan insustituibles para la adquisición de conductas saludables, pues se instalan en la cotidianidad. Su carácter universal posibilita que un gran número de adolescentes y jóvenes accedan a niveles de información y reflexión en temas poco abordados por otras instancias de la sociedad. Su repercusión en la comunidad educativa favorece el encuentro y la comunicación familiar, actuando como agente dinamizador de un proceso vincular intergeneracional.
La incorporación de la sexualidad humana en el proceso educativo legitima una dimensión de la persona que ha permanecido marginada, condenada al silencio académico. Su omisión en ese espacio ha privado a las y los educandos, particularmente a aquellos de menores recursos, de acceder a elementos pedagógicos que pudieran aumentar la comprensión del momento de vida por el que transcurren y favorecer el proceso de la construcción de su identidad personal apoyando el proceso de maduración.
En este sentido, el tratamiento educativo de la sexualidad humana requiere, ineludiblemente, el abordaje de los elementos constitutivos de esta identidad: rol de género, identidad sexual y orientación sexual. El abordaje de estos aspectos es uno de los puntos que más confrontaciones ha traído y que ha sido motivo de supresiones o interrupciones de los programas, no solamente en el país, sino también en la región. Sin duda, un proceso formativo debe ofrecer una mirada reflexiva sobre estos aspectos que están íntimamente ligados a la construcción de la mismidad y al establecimiento de vínculos.
La perspectiva de género como categoría de análisis surgió desde las ciencias sociales y se desarrolló en las últimas décadas del siglo pasado, aunque a lo largo de la historia de la humanidad, múltiples voces, sobre todo de mujeres, han señalado las condiciones de desigualdad existentes entre los sexos.
Esta perspectiva cuestiona los modelos que tradicionalmente ofrecieron las distintas sociedades a varones y mujeres y que, sin duda, generaron y generan muchas inequidades, discriminación y sufrimiento. También fueron –todavía son– causa de múltiples trastornos de salud originados en actitudes y comportamientos relacionados con el cumplimiento o no de los roles que la sociedad propone como modelos aceptables, de acuerdo al sexo asignado al nacer y que, entre otras causas, son motivo de morbimortalidad en la adolescencia, particularmente entre los varones.
En este contexto, un proceso educativo que intente aportar elementos para la construcción de sujetos autónomos y que sea respetuoso de las distintas cosmovisiones referidas al tema requiere ineludiblemente la reflexión sobre los estereotipos de género que ofrece la sociedad. De esa forma, luego de una ponderación, el alumnado puede ir construyendo su propio camino de vida, siendo consciente, además, de que forma parte de un grupo y una sociedad en la que tiene derechos y deberes en el ejercicio de la ciudadanía.
De igual manera, los procesos mediante los cuales una persona se identifica y asume “ser mujer o ser varón” ponen en la órbita social la cuestión de la diversidad con el reconocimiento de sus derechos humanos tantas veces vulnerados, y no puede estar ausente de un proceso educativo que apunte a la formación de ciudadanía, convivencia y democracia. La misma valoración corre para abordar educativamente la temática de la orientación sexual de las personas y la construcción de las parejas en sus distintas formas. Ello ha sido reconocido por la legislación del país y hará sin duda que compartan el aula niños y niñas provenientes de hogares con composición diversa, y nadie debería ser sometido a trato inhumano, cruel, discriminatorio, por esta razón. El sistema educativo es la instancia capaz de ofrecer el ámbito adecuado para la reflexión, la convivencia, la democracia y la aceptación de las diferencias en un ámbito de promueva y preserve la dignidad de todas las personas.
¿Tarea de quiénes?
Sin duda, múltiples son los agentes educadores en materia de educación sexual, sea en los espacios informales, no formales o formales, ya que, mediante lo vivido, lo dicho o lo omitido se ofrecen ideas, representaciones, valores relativos a la sexualidad. Sin embargo, la familia/hogar es el ámbito privilegiado para la educación sexual, por ser el grupo primario de referencia desde el que se inicia el proceso de socialización. Ningún proceso educativo público busca sustituir este papel; desde siempre se ha planteado la necesidad de un vínculo armónico entre familia y escuela.
Sin embargo, a propósito de la publicación de la “Propuesta metodológica del Consejo de Educación Inicial y Primaria” (CEIP) ha surgido una convocatoria de padres reclamando para sí y en forma exclusiva el derecho a la educación sexual de sus hijos. La educación de la sexualidad sigue constituyendo un espacio de controversia en Uruguay y, ante planteos posiblemente dilemáticos, aparecen voces y visiones que cuestionan aspectos básicos y sustanciales referidos al derecho a la educación de la joven generación y la responsabilidad del Estado ante ello, versus el derecho exclusivo de los padres a impartirla.
Quienes hemos trabajado durante décadas en el campo de la salud y la educación somos conscientes de la importancia de abordar la temática desde distintos ámbitos en relación armónica con las familias. Al mismo tiempo, durante los años de actividad he constatado el interés e importancia que asignan las familias en todo el país, a que educación y salud aporten a la formación integral de los jóvenes en la temática, como aspecto sustantivo para su desarrollo personal y la construcción de su proyecto de vida. En reiteradas oportunidades, padres y madres dijeron con agradecimiento que abordar el tema en los centros educativos había favorecido el diálogo al interior de la familia, legitimando esta dimensión de la vida que muchas veces queda oculta por la imposibilidad de verbalizar aspectos que han sido base de prejuicios y tabúes desde siempre. El sistema educativo no es la única institución de la que dependen la salud y calidad de vida de los alumnos, pero, al mismo tiempo, no puede permanecer omiso ante su posibilidad de aportar elementos que contribuyan al bienestar actual y futuro de la población.
A la vez, el sistema educativo debe ser cuidadoso de las acciones que ofrece desde su propio espacio, evitando la improvisación mediante los procesos de formación de sus docentes. Del mismo modo, no debería transferir ni resignar su responsabilidad formativa a distintos grupos que, con todo su derecho y experiencia, desarrollen actividades de educación no formal en el tema. A propósito de la publicación del CEIP, el grupo de padres autoconvocado ha elevado una solicitud a las autoridades de la educación para que sean convocadas al espacio educativo algunas organizaciones de la sociedad civil que desarrollan distintas propuestas en materia educativa. El sistema puede y debe recoger experiencias válidas que enriquezcan su praxis, pero con la atenta adecuación de estas al marco conceptual y los objetivos formativos establecidos.
¿Y ahora qué?
Efectuar un recorrido histórico que abarcara el último siglo daría cuenta de los avances y retrocesos de la educación sexual en Uruguay. Ello excede las posibilidades de este artículo, pero es necesaria su consideración para comprender y contextualizar la situación planteada en el momento actual, donde desde diversos ámbitos se discute su validez como espacio formativo y se reclama la necesidad de que la sociedad civil ejecute acciones al interior del sistema.
En base a ello, considero fundamental que la sociedad uruguaya participe aportando al diálogo sus diferentes visiones sobre la legitimidad de la educación sexual en el sistema educativo y su forma de implementación, por lo que espero y confío en que se incorporen al debate otras instancias, ya que es indudable que las respetables voces que se expresan en este momento no representan ni constituyen la totalidad de las cosmovisiones y perspectivas de las familias, grupos, colectivos e instituciones de nuestra sociedad. Al mismo tiempo, es sustancial y prioritario conocer la voz del estudiantado, del cuerpo docente, de la academia, de las distintas instituciones de la sociedad civil con experiencia en el tema y del espacio político, máxime cuando todos los sectores tienen de un modo u otro la mirada puesta en próximas etapas electorales.
Finalmente, lo categórico será que las autoridades respectivas planteen su interés en que la educación de la sexualidad se integre realmente al proceso de formación que ofrece el sistema en todos sus niveles. Esta definición requiere, sin duda, compromisos que se proyecten en coherente planificación y aseguren un presupuesto acorde con las definiciones establecidas. Otra posibilidad es que se decida, como ya lo hicieron algunos países de la región, que esta área quede tercerizada y librada a la participación voluntaria y extracurricular de diversas instituciones que abordan el tema desde su propio saber y entender.
Este es un momento fermental para el diálogo e intercambio, del que pueden y deberían surgir lineamientos precisos y resignificaciones del lugar que ocupará la educación sexual en el ámbito del sistema educativo formal. Confío en que la historia contradiga al tango y “no vuelva a repetirse”.