Frente a la escuela 66 de Estación Migues, en Canelones, hay unas pocas casas; a la derecha hay campo con alguna construcción a la vista y a la izquierda sólo campo verde, que choca con el celeste del cielo interrumpido por un caballo oscuro que pasta tranquilo. La serenidad del paisaje se rompe con el coro de niños que ensaya en un salón: los 20 estudiantes de la escuela están en ronda mirando una pizarra con letras azules que muestra la canción que acaban de componer ellos mismos. Lo hicieron con la ayuda y orientación de Francisco Lapetina y Sabina Harari, que integran Hornero Migratorio, un proyecto social y artístico que busca, mediante la construcción colectiva, crear una canción original junto con un corto audiovisual. La idea es estimular a niños y adolescentes su lado artístico y, por medio del trabajo en equipo, lograr un producto que refleje las experiencias de su territorio. En dos años de funcionamiento, el proyecto ha logrado mostrar la realidad de más de 18 puntos del país.
“Cuando es serena la noche/ el tren se escucha llegar/ y pasa por Estación Migues/ con cargas para imaginar”. Con esa frase empieza la canción compuesta por los niños y, según Lourdes Núñez, del Centro MEC de la zona, “no es casualidad que haya aparecido el tren. Estación Migues es un lugar especial; como en tantos otros poblados del interior, marcó mucho que el tren de pasajeros dejara de circular, lo que se escucha es el tren de carga, y ellos lo resignifican: tiene otros componentes de la imaginación que le ponen los chiquilines, es algo que tiene mucho que ver con la historia del lugar”.
Eso es precisamente lo que intentan hacer Lapetina y Harari con su proyecto, que ya lleva más de dos años en marcha, viajando por todo el país, financiado por Fondos Concursables. “Nos consideramos un dispositivo. Ayudamos a que esta experiencia surja y a analizarla, buscamos mucha empatía y permear la identidad local, basada en las situaciones cotidianas que se van dando”, aseguró a la diaria la gestora cultural. Para el músico lo que se describe en las canciones “es sobre quiénes somos, cuál es la identidad del lugar, cómo son ellos solos y con nosotros”.
Milagros tiene nueve años y está muy ansiosa por cantar. Habló con la diaria y explicó cómo fue el encuentro con los productores montevideanos: “Primero estuvimos jugando a la orquesta: uno se tenía que poner adentro de la clase y elegíamos un director y nos tenía que guiar haciendo sonidos”. Estas son las actividades que hacen para romper el hielo, “así se genera confianza en los niños para que todo fluya y se pueda crear con ellos. También hacemos determinados juegos que muevan la escucha, despierten los sentidos, el estar atentos, y también se trabaja el equipo, es importante saber que todo es válido”, comentó Harari.
Una vez que la confianza está asegurada, la exploración de sonidos es fundamental. “Fuimos a la estación, a la vía, e hicimos sonidos con las cosas que encontrábamos. Luego llegamos a la escuela y armamos la canción”, detalló Sofía, de 11 años, a la que le gustó mucho el resultado al que llegaron. Para llegar a esas estrofas de ritmo pegadizo se hizo una tormenta de ideas: “Cada uno empezó a decir palabras que se le ocurrían y fuimos viendo qué decíamos de acá hasta llegar a la letra. Fue divertido y está bueno trabajar entre todos”, comentó Daniela, de 12 años. En el pizarrón negro se podían leer frases como “camino de tierra”, “palmeras”, “bocina”, “tren”, “máquina amarilla” y “en la noche se escucha clarito”.
Los niños, junto con el equipo creativo, las maestras y otros miembros de la comunidad, recorrieron las vías por las que pasan todos los días, pero esta vez con los sentidos atentos a nuevas experiencias, y se encargaron de elegir los elementos con los que podían hacer sonidos: ramas, piedritas, su propio cuerpo; todo era válido.
El salón estaba equipado como un estudio de grabación, con una computadora, un controlador, una interfaz de audio, jirafa, micrófonos, algún parlante, auriculares y cámaras. “Es montar un estudio, que se extiende a espacios exteriores, como montes y arroyos con la grabadora”, ilustró el músico de Hornero Migratorio. Esta vez el equipo estaba acompañado por otros artistas invitados, como un miembro del Centro MEC que trajo la experiencia murguera con su guitarra y un integrante de la Orquesta Sinfónica que deslumbró a los pequeños cuando llegó con su fagot. La exploración musical también estuvo entre las paredes con esos nuevos instrumentos que se sumaban a algunos cajones peruanos.
Voces, cámara y acción
Luego de cuatro ensayos generales, apoyados en los ojos críticos de Melina, Valentina y Emilia, de cuatro y cinco años, que movían la cámara e indicaban a sus compañeros más grandes dónde sentarse y cuándo hacer silencio, comenzó la grabación del producto final. La mitad del grupo se quedó en el salón para hacer las partes solistas y los otros diez niños salieron al amplio patio de la escuela para grabar la pista en exteriores. Con la dirección de Lapetina, que no dudaba en repetir la toma si el sonido no era el esperado, cada niño empezó a cantar ante un micrófono profesional una de las frases de la canción, mientras los demás lo podían escuchar con la música de fondo por unos auriculares.
A Juan lo puso un poco nervioso el micrófono y la cámara que tenía enfrente, pero igual quería cantar; tuvo que repetir algunas veces la frase porque al principio le salía bajito, pero al final le quedó exacto como se esperaba. Mientras, algunos de sus compañeros estaban afuera grabando al ritmo del cajón peruano y las guitarras, y los más pequeños ya no aguantaban la ansiedad y estaban corriendo alrededor de los juegos; sus risas serán otro sonido de la canción. Afuera los que no corrían escuchaban atentos el sonido de los instrumentos, miraban cómo se movía la camarógrafa y las tomas que elegía para destacar el movimiento de los dedos sobre la guitarra. Los niños buscaban ser parte de todas las actividades, aunque fuera escuchando la música que se grababa; Hornero Migratorio está preparado para eso, con más de cinco auriculares que les prestan a los niños para que sean parte.
El entusiasmo se notaba, y según Alejandra Gilardoni, la maestra directora de la escuela, las ansias se sentían desde hacía días: “A ellos les gustó mucho la idea de la música, les encanta. Escuchamos música cuando hacemos alguna actividad que lo permite o en las fiestas, y a los niños les gusta muchísimo. Estas actividades son muy buenas para ellos”. La directora ve esto como un puntapié para nuevas actividades que se podrán hacer en clase y entiende que la escuela es obligatoriamente una promotora de cultura, por lo que impulsa todos los proyectos que se acercan.
Una idea ganadora
El proyecto comenzó siendo solo el Hornero, un estudio de grabación casero que funcionaba donde vive el músico Lapetina, y se hizo Migratorio cuando se unió a Harari, que ya estaba trabajando en pequeñas localidades del interior. La idea siempre fue promover la creación colectiva y su amplia difusión por internet, algo que hasta ahora ha dado muy buenos resultados y los ha llenado de anécdotas de las que pueden hablar largo y tendido. “Hay un sentimiento de confianza, porque el público te valida, no sólo porque ve los videos, sino porque los comparte: de hecho, la gente hace propio el mensaje, los hace su voz, y eso también es una carga de responsabilidad de seguir trabajando con alta calidad, mucho cuidado y respeto”, puntualizó el cantante y compositor.
La sensación que deja este proyecto para ambos es de “gratificación”. Lapetina destacó el “aprendizaje” de cada lugar al que van: “Son pueblos muy chicos, muy alejados. Se podría ver como algo deprimido, pero, al contrario, hay un montón de valores que son mucho más fuertes que en la ciudad”, comentó. “También es una salida de mi zona de confort, me lleva para otro lado. Cuando me dejo permear por otros salen otras cosas que no saldrían de ningún modo en el estudio. Hay una cosa de intercambio muy fuerte, es el concepto de sinergia, algo que ocurre porque nos ponemos a intercambiar”.
Harari siente que el proyecto ayuda a “rescatar la diversidad del país, porque los uruguayos niegan lo distintos que somos. Hay muchos enclaves aislados y se hacen visibles, se rompen muchos prejuicios”, aseguró. Destacó que “al hacer todo en una sola jornada hay que estar súper atentos a lo que pasa, muy ávidos a cada detalle, a cada factor externo; eso también es un ejercicio, porque cada lugar tiene su historia y hay que estar atento a permearlo”.
Al dúo creador de Hornero Migratorio se suman Miguel Grompone, que se encarga del desarrollo transmedia y de la internacionalización del proyecto, Fernando Rodríguez, un músico, tallerista y lutier, y Virginia Scasso, quien ayuda con la gestión cultural y la producción comercial, concentrándose en los próximos fondos a los que se pueden presentar, porque según Harari “la esperanza de seguir un año más siempre está”.