Como en los últimos 24 años, el fin de semana se celebró un nuevo Día del Patrimonio en Uruguay; en esta ocasión la consigna fue “A 70 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos”. Esta coyuntura sirve de excusa para hacer referencia a un intercambio que mantuve hace pocos días con varios conocidos en ocasión de un viaje de un familiar a las cataratas del Iguazú: si eran las más altas del mundo, si las más caudalosas, si las que ocupan mayor territorio. Apoyados en el clásico googleo, fuimos despejando esas dudas, a la vez que fuimos encontrando otra pista: desde 1984 es Patrimonio Mundial de la Humanidad, declarado por UNESCO. En medio de la conversación y el teclado, distinguimos las Siete Nuevas Maravillas de la Naturaleza en el Mundo, seguimos por las Siete Maravillas del Mundo Antiguo y las Siete Maravillas del Mundo Moderno, ambas hechas por el género humano.
Más allá de este diálogo disperso en que acumulamos datos, miramos fotos espectaculares, expresamos admiración y apostamos a que algún día las podríamos ver en persona, las clasificaciones hechas por la humanidad expresan lo que Tenti Fanfani llama “cultura objetivada”. Se trata de objetos, artefactos, productos tangibles, “cosas”: son Chichén Itzá, el Cristo Redentor, el Coliseo, el Taj Mahal, la Muralla China, Machu Picchu y Petra. Pero ellas pueden constituirse efectivamente en “signo” que comunica costumbres, visiones del mundo, formas de vincularse con el territorio, entre otras, si contamos con la “cultura incorporada”: saber apreciar, comprender.
Y es aquí donde la educación hace un aporte clave, que es el desarrollo de procesos de aprendizaje para que esta cultura se vaya incorporando. Dice el mismo Tenti Fanfani que esta cultura incorporada tiene una lógica de apropiación diferente a la cultura objetivada. Son procesos complejos porque los sujetos no son meros receptores, a la vez que estos procesos conforman una relación de coproducción entre enseñantes y aprendices. Por medio de la “cultura incorporada” se integran símbolos, historias, espiritualidades, claves de interpretación, lenguajes, modos de pensar, sentir y actuar, como “caja de herramientas” para dejarse seducir por las Maravillas: piedras, relieves, arcillas, arenas, que se disponen de tal o cual forma en el espacio.
Entonces, como ya se ha dicho en innumerables ocasiones, la educación se constituye en patrimonio intangible. Precisamente por ello, estimo que bien valen algunas reflexiones pedagógicas al respecto, ya que este carácter de intangible es el que genera varias de las tensiones que atraviesan a lo educativo:
1) Como bien titula Philippe Meirieu en un apartado de su clásico texto “Frankenstein educador” (1998): “Un ser se nos resiste: distinguir entre la fabricación de un objeto y la formación de una persona”. Tenemos la tentación de “armar alguien a nuestra imagen y semejanza”, como efectivamente termina siendo el monstruo en relación a su creador, el doctor Frankenstein. En ocasiones pensamos que en educación sólo es cuestión de pensar la articulación secuenciada de un conjunto de etapas que bien aplicadas derivarán, por su propio peso, en el objetivo final. Buena parte de los desafíos en lo educativo guardan relación con que se trata de una práctica humana abierta e inconclusa, como diría Paulo Freire, o como una de las actividades humanas en que la relación entre medios y fines se muestra como débil. Lo que para unos podría ser un problema por no arribar a lo que uno se prefija como metas, para otros es el corazón de la aventura educativa: su carácter inasequible, como parte de lo intangible. De todos modos, vale aclarar, no se está afirmando que la planificación educativa no sea imprescindible; sólo que, si se tiene presente esta intangibilidad, se puede dar lugar a otros abordajes del planeamiento educativo;
2) En una misma línea, intangibles, “incaptables del todo”, resultan los procesos de enseñanza y aprendizaje. Ya hemos experimentado un sinfín de veces que lo que uno “dice” como docente es “comprendido” en formas diversas por los estudiantes, generándose desde “malentendidos” hasta distintas maneras de “explicar” los conocimientos (palabras, gráficos, ejemplos, etcétera). También alguna vez un estudiante vivió el difícil momento de creer haber “entendido” algún contenido y cuando intenta comunicarlo a otro le resulta imposible encontrar las expresiones para darse a entender; o que alguna vez algún docente no haya “sentido” que “explicó” de la misma forma algo en dos grupos diferentes de estudiantes y, sin embargo, las dudas, los comentarios, las reflexiones, las inquietudes, transitan por lugares insospechados. En particular, este espacio abierto entre enseñanza y aprendizaje se visualiza como intangible a la hora de plantear diferentes instancias de evaluación, poniendo en evidencia las distancias entre saber sabio, saber pedagogizado, saber enseñado y otras múltiples operaciones intermedias que podríamos intercalar en la llamada “transposición didáctica” propuesta por Chevallard;
3) Intangibles también resultan los componentes educativos que se pueden inscribir en la problemática relación entre educación y trabajo, por ejemplo. Más allá de las especificidades de ambas esferas de la vida social, ¿cómo podría darse cuenta de que tales o cuales contenidos desarrollan determinadas habilidades cognitivas que contribuyen a un buen desempeño en tal o cual puesto de trabajo? O plantearse que la propia dinámica de trabajo genera (re)apropiaciones de conocimientos a los que se había accedido de otra forma. Esta intangibilidad resulta incómoda para pensar las calificaciones que se requieren en el mundo del trabajo, las competencias y las habilidades a desplegar, la relación entre una formación más general y una más específica en alguna área; porque, además, sabido es que la educación genera “cultura incorporada”, que trasciende a la vida laboral.
Lo paradójico, supongo, es que teniendo un componente intangible, la educación sea algo tan relevante para la humanidad como para ser declarado un derecho. Debemos cuidarlo como patrimonio, aunque no se nos revele en fotos tan majestuosas.