Todos los martes a las cuatro de la tarde se reúne un grupo de varones que acuden a un refugio del Ministerio de Desarrollo Social, gestionado por la cooperativa Sumando Opciones. Allí se genera un espacio de intercambio y autorreflexión llamado Biblioterapia, en el que, mediante el vínculo con la literatura, los participantes pueden leer, compartir y expresarse. La génesis del espacio fueron lecturas compartidas en el patio de otro refugio, y después de esa experiencia se hizo una colecta de libros puerta a puerta para conformar una biblioteca, que ahora es la fuente para Biblioterapia. A raíz de la experiencia de estos años y de la recopilación del material generado en los talleres, las coordinadoras del espacio y los participantes decidieron editar un libro que recoge lo vivido en ese tiempo y sus consecuencias. La publicación, titulada Mi casa interior, se presenta en varias actividades durante noviembre. Además del relato sobre el proceso de trabajo, en el libro se pueden leer decenas de poemas escritos por los participantes de los talleres.

“Por nuestra formación empezamos a ir, además de las lecturas, a registrar lo que se siente, lo que quiero expresar pero tengo ahí trancado y no puedo decir, que es lo que otro me dice y me ayuda”, contó Viviana Delgado, psicóloga y coordinadora del espacio y del refugio junto con Romina Posente, estudiante avanzada de la misma carrera.

“Este es un lugar al que se entra y se deja todo afuera, y tenemos un grupo humano en el que el respeto y la confianza prevalecen”, manifestó Miguel, quien pasa las noches en el refugio. Según su compañero Omar, al final de la biblioterapia todos están bien. Ambos coinciden en que después de esa instancia se sienten distintos y que esa diferencia es para mejor. Para Posente, no importa su rol dentro del refugio porque el de la biblioterapia es un espacio que tiene una dinámica distinta de la de un centro nocturno. “Este es un espacio horizontal en el que somos cocoordinadoras de un espacio colectivo”, manifestó.

Según explicó Omar, quien asiste a este espacio desde hace aproximadamente un año, se comienza con una sesión de relajación por medio de ejercicios de respiración y el “transporte de la mente” a un espacio en el que los participantes se sientan cómodos; luego salen de ese estado para compartir y leer algún poema. Posteriormente, cada uno le da una interpretación a la lectura en función de lo que haya sentido y trata de comunicarlo a los demás con palabras.

“Hacemos una lectura interior individual y, luego, una lectura colectiva, en la que cada uno aporta lo suyo. Muchas veces hay interpretaciones súper distintas: el otro me da ese punto de vista que me hace reformularme. Entonces, se da una transformación a partir del intercambio”, detalló Posente. Por su parte, Delgado señaló que también se acude a la escritura para la puesta en común: “Cuando escribimos exponemos algo de adentro. A veces, lo que no podemos verbalizar rápidamente podemos escribirlo para visualizarlo”.

Liberación

Gustavo asiste desde hace tiempo al refugio y cree que el espacio es una terapia grupal “estimulante y reconfortante”. Además, dijo que ayuda a que “uno se libere, se relaje mental y espiritualmente y, sobre todo, ayuda a que uno pueda expresar a través de la palabra lo que se contiene”. En ese sentido, reflexionó que muchas personas tienen mucho para dar, “y no lo damos por vergüenza”.

Algunos de los participantes siempre escribieron, mientras que otros muchas veces tuvieron la intención de hacerlo pero no tenían el espacio. Uno de ellos tiene un montón de cartas escritas, a las que denomina “sin respuesta”, que están dirigidas a personas que las recibirán cuando él no esté vivo. Los textos son una especie de confesión en la que explica actitudes de su vida que los destinatarios ignoran. Alberto, otro habitante del refugio, piensa que plasmar en papel las cosas que siente “significa un alivio, una tranquilidad”, aunque confesó: “Generalmente no estoy conforme con lo que escribo y termino rompiéndolo”.

Delgado contó que no todo lo que se produjo en Biblioterapia será publicado en el libro. Por ejemplo, señaló que uno de los asiduos asistentes hizo una autobiografía sobre su proceso en la cárcel. Estuvo abocado a ese trabajo durante dos meses y el resultado fue media cuadernola de textos llenos de vivencias. “Fue muy minucioso, escribía con el lenguaje que usaban en la cárcel y ponía pies de página explicando qué significaba cada palabra”, contó la coordinadora. No obstante, antes de entregar el material para el libro lo rompió: “Él se dio cuenta de que lo liberador fue poder escribirlo, plasmarlo, sacarlo para fuera. Pudo leer algunos fragmentos acá y nos dijo que sentía que había podido hacer el duelo”, añadió.

Además, Delgado recordó la situación de otro asistente a Biblioterapia, quien en el momento en que estaban trabajando el poema “El mar”, de Circe Maia, terminó contando que hace mucho tiempo tuvo un compañero que al embarcar con él se había muerto ahogado. Esa fue la primera vez que lo contó, después de 20 años. “A partir de eso que pudo leer acá, revivió y resignificó ese recuerdo, y ahora va a ser publicado”, indicó.

Más allá

Los participantes de Biblioterapia no creen que vivir en un refugio sea su vida, sino sólo una parte de ella. “Todos tuvimos una familia, una casa, un lugar donde se nos educó y en algún punto nos desviamos. Nosotros no somos gente de la calle, no somos marginales. Yo nací en Carrasco y nunca pensé que me iba a pasar esto. La cárcel tiene sus códigos, la calle tiene sus códigos y la gente que vive en el refugio también”, reflexionó Gustavo.

Alberto dijo que tiene proyectos por fuera de la situación que vive hoy, y que la gente tiene que dejar de discriminar a quienes viven en situación de refugio, porque en Uruguay “son muchísimas las personas que no tienen casa propia”. Para complementar sus dichos citó al poeta Antonio Machado: “Al volver la vista atrás se de la senda que nunca se ha de volver a pisar”.

Al respecto, Posente planteó que el título del libro se propone justamente demostrar “que somos mucho más que la situación en la que estamos hoy” y que “lo que construimos está adentro, en la potencialidad, en lo queremos e intentamos ser. Que ellos vengan todos los martes a este espacio tiene que ver con la fuerza de voluntad, con querer modificar lo que son hoy”. Una de sus referentes en el tema es Michèle Petit, antropóloga de la Universidad de París de origen colombiano-francés. Sus líneas de investigación se han centrado en las prácticas culturales en escenarios de crisis, particularmente de lectura. En Mi casa interior Petit es citada en varias oportunidades.

En un pasaje, la antropóloga plantea: “El libro permite recuperar el sentimiento de la propia continuidad y la capacidad de establecer lazos con el mundo. También es un depositario de energía y, como tal, puede darnos fuerzas para pasar a otra cosa, para ir a otro lugar, para salir de la inmovilidad. Sabemos cuán frecuentes son las metáforas orales, cuando uno habla de lectura, el libro se ofrece como una pantalla y permite decir emociones y angustias, ponerlas a distancia y tamizar un poco los miedos, le da sentido a lo que carece de él”. Para Posente, “ser lector es un acto de valentía, porque no está bien visto en todos lados. Hay ambientes hostiles donde no está bien visto. Pasó un chiquilín por acá que se escondía abajo de las sábanas para leer”.

Uno de los relatos del libro, protagonizado por Miguel, un hombre mayor, cuenta que hacía muchísimos años que no veía a su madre, quien tiene 86 años. La primera vez que asistió a Biblioterapia leyeron el poema “En paz”, de Amado Nervo, y recordó: “Me impactó de verdad. Me hizo vibrar tantas cosas. Entonces fui y le dije a mi madre: ‘Mamá, quiero que leas esto’. Y me dijo: ‘¿Por qué?’, y le contesté: ‘Porque esto es lo que me hizo venir a verte’. No he ido más, pero quizá vuelva. Este espacio me demostró que estoy muchísimo más blando de lo que pensaba”, aseguró.