Si bien no todo el mundo en la cárcel estaba al tanto, ayer fue un día de festejo para quienes integran la comunidad educativa de la Unidad de Rehabilitación 4, más conocida como Comcar, su antiguo nombre. En ese espacio del centro penitenciario confluyen esfuerzos de distintos actores con un objetivo común: dotar de más herramientas a quienes están privados de libertad, tanto para la vida en el adentro como para la que deberán afrontar una vez en libertad. A las 10.00, el escenario estaba armado en el hall de la comunidad educativa y la gente se iba arrimando al ver que el acto por el cierre de las actividades de 2018 empezaba a tomar forma. Allí se desarrolló la ceremonia, en la que hubo espectáculos musicales a cargo de los internos que participan en talleres de comparsa y murga, y también se entregaron reconocimientos a operadores carcelarios, estudiantes, profesores y talleristas.
Simultáneamente, en los salones más chicos que rodean el hall se montaron varias muestras de los distintos proyectos. En uno de ellos convivían trabajos del “taller de expresión”, compuesto principalmente por dibujos en los que coincidían escudos de equipos de fútbol uruguayo, casas, árboles y un sol, con plantas de verdad, elaboradas en el taller de huerta. Diego Mattos es el docente responsable, por su cargo de la Dirección de Educación para Jóvenes y Adultos del Consejo Directivo Central (Codicen) de la Administración Nacional de Educación Pública. En diálogo con la diaria, Sebastián Burdes y Ruben Rodríguez, dos de los participantes del taller, contaron que si bien ambos tenían conocimientos previos de huerta, están contentos con la oportunidad de seguir aprendiendo, con la idea de que ello los ayude cuando estén en libertad: “Estamos esperando para que el día de mañana, en la calle, nos dan una oportunidad de trabajo”, contó uno de ellos antes de mostrar con orgullo las plantas de lechuga, boniato, choclo, tomate y remolacha que llevaron a la muestra.
Por su parte, Mattos señaló que el proyecto fue creciendo, ya que al principio no tenían las herramientas de trabajo más básicas. Según dijo, aunque los insumos hayan demorado algunas semanas, en el ex Comcar cumplieron con todos los pedidos para que el espacio pudiera desarrollarse. “Este año el proyecto era hacer un gran invernáculo, de 14 por 20 metros, y la idea es que ellos tengan más preparación y capacitación para hacer un cultivo todo el año”, detalló el profesor, que espera seguir desarrollando esta idea el año que viene apoyado en los estudiantes que están demostrando mayor compromiso.
En el mismo salón también estaba el proyecto de elaboración de jabones y redes, gestionado por las propias personas privadas de libertad luego de recibir una capacitación.
En otro salón había artesanías creadas en el taller de carpintería, a cargo de Sergio Pinazzo, también docente del Codicen, quien contó que por falta de maquinaria el taller no ha podido pasar a una siguiente fase, en la que se den más herramientas para la inserción laboral de los participantes. En caso de conseguirla, se podría superar la artesanía para que los estudiantes adquieran competencias para trabajar en la industria, incluso con la idea –del docente– de que se puedan acreditar por UTU. En otra sala estuvo presente el taller de género, con algunos materiales elaborados contra la violencia hacia las mujeres. Según dijo a la diaria Silvia Piñeiro, una de las funcionarias del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR) que coordina el espacio, este año trabajaron principalmente con las internas trans, pero en 2019 esperan que el taller también integre a varones para poder trabajar sobre distintas formas de vivir las masculinidades. En 2018, en el Polo Educativo también funcionó un taller de periodismo cuyos coordinadores fueron Mateo Magnone, Daiana García y Edward Braida, y del que también participan como talleristas estudiantes de la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República (Udelar). Justamente, Magnone y Juan Larrosa, uno de los participantes del taller, fueron los maestros de ceremonia durante la jornada.
En sistema
Más allá de los distintos espacios de taller, en la comunidad educativa también se puede cursar estudios de primaria, secundaria y de la Udelar. En el caso de primaria, 2018 empezó con ocho grupos de 25 personas cada uno, de los que, principalmente por motivos de traslados a otras unidades penitenciarias, culminaron el año unas 20 personas por grupo, contó a la diaria Beatriz Medicci, maestra y funcionaria del INR. Los cursos cuentan con diferentes niveles y no están dirigidos solamente a quienes no completaron sus estudios en la escuela, sino también a quienes, a pesar de haberlo hecho, perdieron sus habilidades de lectura y escritura. Pese a que no se cuenta con la cantidad óptima de maestros, este año se pudo llegar a todos los internos analfabetos que estaban inscriptos, ya que también colaboraron los internos con un mayor nivel educativo, quienes se desempeñan como “monitores” y dan apoyo a sus compañeros.
Según definió la docente, se hace un “trabajo de hormiga” que implica “volver a empezar cada día, porque hoy trabajamos determinado tema con un grupo, pero mañana viene población distinta y tenemos que volver a tomar el tema”. Además, dijo que fin de año es una época en la que a la complejidad habitual de trabajar en cárceles se suma que suele aumentar la violencia y son más comunes episodios como intentos de motín, fugas o peleas en los módulos. “Eso hace que mengüe un poco la población, porque al haber esos inconvenientes los módulos se trancan, pero igual seguimos día a día y a puro pulmón”, resumió.
En el caso de secundaria, la oferta de cursos no alcanza para llegar a las más de 3.000 personas que están recluidas en el ex Comcar. Según explicó Silvia Fernández, una de las profesoras referentes territoriales del Consejo de Educación Secundaria allí, en 2018 hubo cuatro grupos de primer año con 28 estudiantes, igual cupo para dos segundos y dos terceros, un grupo de cuarto de más de 30 personas, y un quinto y un sexto con una menor cantidad de estudiantes. Su rol, junto al de la otra referente, Lorena Rodríguez, pasa tanto por garantizar a nivel administrativo la correcta trayectoria de los estudiantes como por un acompañamiento pedagógico que muchas veces también toca lo motivacional. Según contó Fernández, muchas veces los estudiantes se ven desmotivados por problemas personales pero también por las propias lógicas carcelarias, ya que, por ejemplo, si hay una requisa las puertas de un módulo “se trancan” y quedan sin asistir a clases.
“Los cursos de secundaria son semestrales. Los muchachos van dando exámenes y así van completando procesos. Tratamos de potenciar lo que ellos saben, porque son adultos y traen sus conocimientos, y de motivarlos para que sigan viniendo a estudiar. No sólo en secundaria sino para que completen sus estudios en la facultad, si van a permanecer en la unidad y, aun después, en el egreso o en la UTU, o que vean que tienen la posibilidad de hacer algo distinto. A veces no están muy acostumbrados a que se les dé para adelante o no saben que pueden hacer cosas. Nosotros tratamos de incentivarlos, de motivarlos para que vean que sí pueden, que hay otra manera de vivir y de hacer las cosas. Después cada uno elegirá”, señaló la profesora, quien agregó que en la comunidad educativa se trabaja para la continuidad educativa de quienes completan los distintos ciclos, ya sea desde la escuela al liceo o desde secundaria a la universidad.
Según agregó, esta modalidad de trabajo también presenta grandes desafíos para los profesores, aunque es “muy gratificante al final”. En ese sentido, contó que en otras cárceles se trabaja con multigrado debido a que no se cuenta con el mismo espacio físico que en el ex Comcar, algo que también desafía a los profesores de secundaria, ya que no se formaron para ese tipo de dispositivos.
De largo
En la Udelar hay estudiantes y docentes de distintas facultades que acompañan a las personas privadas de libertad que cursan una carrera desde la cárcel. Pero, además, hay otras experiencias, como la de un grupo de docentes de la Facultad de Química que este año capacitó a los internos para que puedan tener una salida laboral en el manejo de alimentos. Inés Viera fue una de las docentes del curso de inocuidad de alimentos, que tomó 15 internos que además trabajan en la cocina del centro de reclusión. Este año dieron una prueba que los habilita no sólo a manipular alimentos, sino a ser responsables de emprendimientos en ese rubro. Según contó la docente, en otros años no todos los estudiantes podían dar la prueba porque no lograban obtener los permisos para su salida, pero eso cambió en 2018 gracias a que desde la Intendencia de Montevideo se trasladaron al ex Comcar para tomar la evaluación. Viera destacó que esta mostró que, como máximo, los estudiantes respondieron incorrectamente cuatro preguntas de un total de 40.
Otro de los proyectos consistió en la formación de un club de ciencias en la cárcel. Lo particular de la iniciativa es que la idea surgió de Sebastián Llerena, uno de los internos, que ya se encuentra en libertad pero continúa colaborando con el proyecto. Según contó a la diaria, su motivación partió de que cuando era más chico había participado en un club de ciencias. En la medida en que la experiencia comenzó a crecer, surgió la idea de producir un documental en el que se evaluara el éxito de las diferentes instancias educativas dentro de la cárcel.
“Se trata de ver si la educación incide o no; está bueno que se diga que las personas privadas de libertad tienen que estudiar, que hay que hacer actividades, ¿pero, para qué? A veces de afuera se dice ‘están de hobby’ y no es así. Pudimos tomar imágenes que son muy fuertes y testimonios que te sensibilizan un montón. A veces el delito se trata de diez o 15 segundos de tu vida que te condenan años, pero nadie se pregunta qué pasa antes de ese delito. A veces saben de cero armar un revólver, pero no saben cómo agarrar un libro. Ahí las que están fallando son las políticas del Estado. Para poder pedir más tenemos que mostrar que lo que se está haciendo funciona bien, y también mostrar las cosas que funcionan mal, pero no en modo de crítica, sino para decir ‘contá conmigo para mejorar las cosas’”, afirmó Llerena. De esa forma, y aprovechando su experiencia como camarógrafo, con apoyo de la Usina Cultural Santiago Vázquez se produjo un audiovisual porque se consideró que es un formato con el que se puede llegar a mucha gente.
Propuesta
En coordinación con diversos actores, principalmente públicos, desde el Departamento de Gestión de Educación y Cultura del INR en el ex Comcar, más conocido como “comunidad educativa”, durante 2018 se ofrecieron talleres de huerta, recreación, carpintería, periodismo, elaboración de redes y jabones, informática, comparsa, murga, peluquería y audiovisual, además de un taller de habilidades sociales. Más allá de las opciones dentro de la educación formal de primaria, secundaria y carreras universitarias, también se generó un club de ciencias y un curso de manipulación de alimentos.