La creación del liceo 2 era una necesidad sentida por la comunidad de unos 16.000 habitantes; los docentes y estudiantes del liceo 1 de Progreso, Gilberto Iglesias, lo reclamaban desde hacía tiempo, porque la matrícula del liceo llegó a los 1.800 alumnos. El liceo 2 tendrá turnos matutino y vespertino, y albergará a 11 grupos de ciclo básico. Carolina García, la directora del liceo 2, contó a la diaria que tuvo tres reuniones con los estudiantes y las familias de quienes comenzarán primer año de liceo allí, que confirmaron su inscripción y conocieron el edificio. “Fue muy lindo. Las familias quedaban emocionadas, incluso los padres, porque muchos habían sido ex alumnos en ese edificio”, comentó. Y es que el ahora liceo 2 fue durante mucho tiempo el edificio del liceo 1 de Progreso.

Historia repetida

Una experiencia educativa fundacional. Liceo Popular de Progreso “Dr. Gilberto Iglesias”, un libro de Irma Canapá y Dalia Mautone, recupera los orígenes de este liceo, fundado en 1965 por el Comité Ejecutivo Pro Liceo, integrado por habitantes de Progreso inquietos por la posibilidad de que los jóvenes de la ciudad, sobre todo aquellos que no podían viajar todos los días hasta Las Piedras, pudieran continuar estudiando una vez terminada la escuela.

El funcionamiento de la escuela experimental de Progreso había generado una comunidad que nucleaba a alumnos, ex alumnos y vecinos, en actividades educativas y extracurriculares, y había motivado también “que la comunidad se integrara y valorara mucho la educación”. Según la investigación realizada por Canapá y Mautone, adscripta y profesora de Idioma Español del liceo fundado en 1965, la historia de la fundación del liceo popular de Progreso se repitió innumerables veces, sobre todo en el interior del país.

En 1965, 18 de los liceos del interior del país se habían creado por la ley promovida por José Batlle y Ordóñez en 1912, otros seis por iniciativa oficial del Consejo de Educación Secundaria, y otros 43 liceos fueron creados primero como liceos populares y más tarde oficializados por Secundaria.

Los datos que se desprenden de la investigación dan cuenta de 84 liceos populares fundados en Uruguay (82 en el interior y dos en Montevideo: el liceo 13 de Maroñas y el 25 de Villa García); incluso, destacan las autoras, se crearon liceos populares en plena dictadura. El último fue el liceo de San Antonio, que según el registro de Canapá y Mautone fue creado en 1988. También se menciona en el libro que fue el liceo de Solís de Mataojo el que tuvo que mantenerse más tiempo de forma autónoma, sin que se concretara la oficialización: se fundó en 1954 y recién en 1971 Secundaria se hizo cargo del centro educativo.

En el caso del liceo de Progreso, la idea original, según las investigadoras, fue de Isabel Hounie, química farmacéutica y profesora, y fue su esposo, Gilberto Iglesias, quien propuso su creación al Rotary Club. A partir de una reunión abierta a vecinos en el entonces Cine de Progreso, en setiembre de 1964, se organizó el movimiento que constó de distintas comisiones: se hizo un censo “casa por casa” para identificar a los futuros alumnos, colectas también casa por casa, se buscó un edificio donde funcionara, y se comenzó a preparar al plantel docente que, de forma honoraria, daría las clases a los estudiantes.

El liceo se inauguró en marzo de 1965. En setiembre llegó la habilitación del Consejo de Educación Secundaria y en marzo de 1967 fue oficializado, es decir que el consejo se hizo cargo de la institución. En 1965 el liceo comenzó a funcionar en una casa con tres habitaciones, que había sido cedida por una de las familias de la ciudad. El plantel docente estaba integrado por voluntarios: veterinarios, maestros, estudiantes del Instituto de Profesores Artigas e incluso por personas que habían terminado preparatorio, y mientras el Comité Ejecutivo Pro Liceo se encargaba del desalojo de la antigua casona que habían adquirido gracias a préstamos de distintas personas y la colecta realizada en la ciudad. A esta casona, en San José esquina Lavalleja, se mudó el liceo en 1966, y allí funcionó hasta 1989, cuando se inauguró el nuevo edificio del liceo 1, donde ahora está ubicado el centro educativo.

En el limbo

Cuando se inauguró el nuevo edificio, en 1989, que albergaría ciclo básico y bachillerato, la vieja casona frente a la estación del tren quedó vacía. Por iniciativa de un club de ciencias del liceo, se habilitó un salón para crear un museo, y luego por medio de un convenio con la Intendencia de Canelones se habilitó el mantenimiento de otro de los salones, pero la construcción no se sostenía y finalmente el local quedó abandonado alrededor de 2010. Pero para ese entonces, el Consejo de Educación Secundaria retomó el tema e inició los trámites para obtener la prescripción adquisitiva treintenaria, haciéndose del local en 2011. La historia reciente es la de la reconstrucción del edificio, que ahora tiene espacio para seis salones, sala de informática, biblioteca, salas de profesores, espacios multiuso y los espacios para la administración. Para albergar a todos los grupos, el liceo contará con tres aulas móviles, conectadas por una galería.

Mautone espera que el liceo nuevo “rescate esa comunidad educativa que permitió que, en unos pocos meses, hubiera un liceo en Progreso”. Ambas consideran que es muy difícil generar comunidad alrededor de centros educativos multitudinarios, y por eso esperan que el liceo 2 permanezca pequeño, sin ampliaciones. “Si no partimos de la calidez institucional no podemos atraer a la comunidad, y no podés tener calidez si los centros son enormes, donde no podés vincularte con los chiquilines”, opina Canapá.

En eso coincide Carolina García, la directora del flamante liceo 2. “Una institución que recibe a unos 300 estudiantes es una institución muy pequeña, y es real que cuando uno trabaja en una institución pequeña la calidad de los vínculos y la cercanía entre el personal y los estudiantes es distinta. Creo que Secundaria está apuntando a eso, a los microliceos”, consideró la docente, para quien un máximo de seis grupos por turno, con hasta 30 estudiantes por clase, las son “condiciones ideales” para poner en marcha la institución.

El liceo no tiene nombre, pero para las dos docentes fundadoras de aquel liceo popular sería un lindo homenaje que llevara el de Isabel Hounie, quien tuvo la idea de crearlo y fue la primera directora del liceo, de forma honoraria como el resto del plantel docente. Chita, como le decían a la directora, “nos tenía cortitos”, recuerdan las docentes. El liceo 1 lleva el nombre de su esposo, Gilberto Iglesias, pero fue ella quien una y otra vez les repetía, según Mautone, que “primero está el alumno, y que nunca debíamos poner nuestro ego por encima”.